Monday, December 16, 2019

Puerto Rico, mon amour!


Luis López Nieves es una de las plumas más sólidas de la literatura contemporánea puertorriqueña, en todos los sentidos; y muy probablemente mantenga la misma dignidad a todo lo largo de la historia de la literatura insular, por sus recursos formales y dramáticos. Como la mayoría del estamento intelectual al que pertenece, también es nacionalista, y afirmarlo en una entrevista reciente le ha atraído ciertas críticas; que por ser de su público natural, siendo un escritor de amplio alcance popular, mostraría el nivel de democracia de la nueva cultura de redes.

Antes, ciertamente, el ámbito ideológico de un escritor no tocaba necesariamente su obra, y raramente aparecía en sus entrevistas; y eso ya no es así, no sólo porque esa cultura de redes los exponga más a la comprensión o no del público, sino también porque ellos mismos son más comprometidos. Lo cierto es que, de cualquier modo, tanto los artistas como al público fallan al no poner las cosas en perspectiva; no distinguen la peculiaridad de sus universos propios, y por ende de los intereses que los diferencian.


Los artistas fallan al asumirse como conciencia del pueblo, de cuyas necesidades primarias —no ontológicas— no pueden participar; y eso es un error que nace de la misma fausticidad de la época moderna, que discurre sobre un país definido por sus graves problemas de identidad. El público también falla, al no darse cuenta de esta diferencia, que permite a los artistas recrearse en intereses universales; aunque esta falla del público sea reactiva —y con ello también reaccionaria— y no sea por tanto responsable.

En definitiva, la misma sublimación nacionalista que caracteriza a ese estamento intelectual, tampoco es positiva; sino que es reactiva, en tanto responde a una necesidad de afirmación existencial y trascendente, ante la frustración de su destino político. Ambos fallan al no darse cuenta de que el conflicto puertorriqueño no es universal sino puntual, está determinado por la singularidad total de su situación; por eso no tiene respuestas ni soluciones recurrentes y obvias, sino que se escurre por las múltiples contradicciones de su historia.

La misma simpatía nacionalista por el gobierno cubano es egoísta e irresponsable, pues desconoce la realidad del pueblo; al que identifican con su gobierno, acogotados por el supuesto respaldo de este a la causa de su independencia. Los puertorriqueños no deberían dejarse jalonar por la falsa premisa del enemigo de mi enemigo, porque los intereses políticos no son reglas matemáticas; y el mismo vínculo de la cúpula nacionalista con la supuesta causa cubana nace de un equívoco, en el momento en que la revolución cubana se gestaba como pura.

Ese es el vínculo que explica la participación de la hija de Albizu Campos en la diplomacia cubana, nacido en los tiempos del exilio en México; pero un vínculo que no debe comprometer el futuro del nacionalismo de la misma forma que aquella conjura comprometió el destino cubano con la pobreza. No sólo hay suficientes dudas hoy día acerca de la misma personalidad de Fidel Castro y su papel político real; más allá de eso, los puertorriqueños deberían darse cuenta de que sólo son una pieza de juego en las negociaciones de ese gobierno con el estadounidense.

Del mismo modo Cuba traicionó a los montoneros, a los que decía apoyar mientras negociaba con el gobierno de Videla; como si Cuba no fuera la misma válvula de escape, que canaliza los problemas puertorriqueños, alimentándolos en vez de ayudar a solucionarlos. No es gratuito que esta característica del así llamado estamento intelectual puertorriqueño no se comunique al pueblo, que sigue sin concederles más del cinco por ciento de legitimidad política; esa debería ser la señal para el auto cuestionamiento, que evite la disolución del nacionalismo en manipulaciones ajenas.

Mientras tanto, los intelectuales puertorriqueños podrían intentar una estrategia que responda a sus necesidades propias y reales; no enajenando la solidaridad del pueblo cubano, al reconocer al menos su diferencia respecto al gobierno que lo sujeta desde hace sesenta años. Haciendo gala de toda la sutileza del mundo, los boricuas podrían ver que los gobiernos cubano y norteamericano no son realmente enemigos; pero que incluso si lo fueran, eso no es razón suficiente para que el cubano sea realmente amigo suyo, en vez de utilizarlos para sus propios fines políticos.

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