Sergio & Serguéi
Todo el mundo sabe que en las arenas del cine cubano, se enfrentaron las
dos tendencias con que despuntaba el cine contemporáneo; la victoria
indiscutible fue para el neorrealismo proveniente de Italia, sobre la nueva ola
francesa que trataba de imponerse desde una posición intelectualista. Ernesto Daranas
es una virulenta erupción de esa visión dramática de la realidad, propia de
aquella nueva ola; no la primera pero sí la más consistente y poderosa, con una
trilogía que culmina en el experimento magnífico de Sergio & Serguéi.
La película tiene que superar la primera dificultad de su contexto, que la sumerge
en la sospecha de las concesiones políticas; con un rango internacional hasta
ahora no habitual al cine cubano —Daranas incluido— y en medio de un
acercamiento controversial entre las administraciones cubana y norteamericana.
La trama prueba un triángulo improbable, entre un medio espía norteamericano,
un cosmonauta ruso y un radio aficionado cubano; la sospecha es la de una percepción
discurso político, con sus consiguientes manipulaciones populistas.
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Hay que conocer la personalidad de Daranas y concederle un voto de
confianza, aunque eso no significa que nos conducirá a esos dramas que le son habituales;
esta vez construirá un monstruo cinematográfico, que balancea dicho dramatismo
con una farsa teatral —muy Brecht—, y todo cuajado de símbolos, unos más herméticos
que otros. El equilibrio es asombroso, acentuado por una colorización
inteligente, que lo sobrepone al culto de las ruinas habaneras a que es tan
susceptible por sus historias; y las actuaciones son todas brillantes y
mesuradas, elegantes en esta mesura, que no roban sino conceden mayor
protagonismo al guion.
Entre las actuaciones, inusitadamente brillante para un filme cubano,
destaca la de la niña Ailín de la Caridad Rodríguez; sobre todo en la
transición simbólica que ocurre entre su personaje y el de su abuela, al pie
del altar de Oshún. La más esplendorosa quizás sea la de Héctor Noas, al menos
para quien lo ha podido seguir en sus encarnaciones sucesivas de la filmografía
de Daranas; desde el chulo religioso de Los dioses rotos, al hombre
golpeado por la vida y el desplazamiento de Conducta; aquí es un hombre
maduro, sensibilizado por su propia circunstancia, en una de las performances
más densas y serenas del cine cubano.
Noas, por supuesto, es denso y sereno en esa densidad, de ahí proviene la fuerza
que impone a sus personajes; incluso si se trata de personajes menores de
actuaciones especiales, que no pueden escapar a la gracia que tiene para el
movimiento. Su mejor paralelo quizás no sea el mismo Ron Perlman, que reduce su
plasticidad aquí a una simple actuación decente pero genérica; sino la
inolvidable Ana Gloria Buduen, con una capacidad histriónica capaz de sostener
incluso la elipsis simbólica de Oshún, el personaje que no se ve.
Soy Cuba (reseña) |
El elemento político de la trama es sinuoso y tiene peso específico, pero
como otro personaje de la farsa y no como discurso; por encima de ellos está la
humanidad que Daranas siempre ve, y con la que consigue una comprensión cabal
de la realidad. En este sentido, está claro que en este triángulo lo que
importa son los catetos, los personajes de Sergio y Serguéi del título; no la
hipotenusa de Peter, el norteamericano que les sirve a estos de instrumento
para desarrollar la historia. Pero no debe olvidarse el contraste grandioso de
este drama en su contrapunteo farsesco, que es con la policía política del país;
una clave humorística que el director no había dejado ver, y que junto a su
manejo0 panorámico lo presenta en su total madurez.
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