La religión viaja en los hombros de sus practicantes, de ahí su desarrollo,
en la adaptación a sus circunstancias; por eso, la inclusión singular del
sacerdocio mayor de Ifá en Cuba no permitiría una posterior subordinación a su
origen africano. Eso pudo ocurrir en Brasil, y aún en otras partes, donde no
hubo que negociar un orden jerárquico por la precariedad; pero en Cuba la
religión sufriría una reforma radical en sus prácticas litúrgicas y
sacramentales, como la del cristianismo con Mahoma, el judaísmo con el Cristo,
y la egipcia con Moisés.
De hecho, no son pocas ni gratuitas las comparaciones del primer sacerdote
de Ifá cubano con Moisés; y aunque siempre se refieren a la mediación de las
aguas, su significado se extiende a esta otra connotación. Aparte de eso, uno
de los primeros elementos de esta religiosidad en Cuba fue la adaptación de su
cosmogonía; que no podía reproducir la miriada de cultos locales que la
resolvían en África, muchos de los cuales se perdieron en el transcurso.
También de hecho, esta peculiaridad daría lugar a cierta singularidad de
los cultos en Cuba; como la distinción entre la Habana y Matanzas, según la
preponderancia de las naciones africanas en ellas. Así, mientras en Matanzas
predominaban negros del Dahomey, en la Habana predominaban los de Nigeria;
traduciéndose esto en prácticas específicas en cada lugar, que llevó incluso a
la preservación de cultos en un lugar que se perdieron en el otro.
La singularidad de la circunstancia cubana configuraría todo ese universo,
que es epistemológico como razón última de la religión; por el valor
existencial de las determinaciones que provee en su trascendencia, como
resolución de la cultura. De ahí la originalidad de la religión afrocubana, no
sólo respecto a su origen africano sino también a sus pares en las Américas; lo
que incluye el fenómeno más parecido por el nivel de organización, que no es el
Candomblé brasileño sino el Vudú haitiano, por el peso añadido de las prácticas
espiritistas y el culto a los muertos.
Sin duda, una de las características más importantes de esta nueva
religiosidad, es su carácter de multi nivel; en un proceso de sincretización
subordinada, que identifica el ancestralismo original con el culto de los
muertos de otras religiones, que así incorpora. Como resultado, en Cuba hay al
menos tres religiones negras, dos de ellas más o menos subordinadas por su
referencia primaria a los muertos; además de las sociedades reunidas
alrededor de cultos específicos, pero de carácter más social, que también
enriquecen el panorama religioso.
El problema es que todo esto era un mundo sumergido, por su marginalidad y
la segregación política de sus prácticas; al menos desde el triunfo
revolucionario de 1959, y hasta la crisis que acabó con la doctrina comunista,
a finales de la década de 1980. Toda una generación de cultura segregada, ayudó
a la consolidación de un universo epistemológico de valor existencial en la
religión; no distorsionada por el peso político y militante de su actividad,
como era el caso del catolicismo con su valor institucional.
Esto equipararía esa religiosidad al efecto del renacimiento negro
norteamericano, debido justo a su violenta segregación; una paradoja que se explica en otros desarrollos apoteósicos, como el origen del judaísmo, el cristianismo
y el islán. Desde la década siguiente sin embargo, esa valla de la segregación
desaparecería, reevaluando a la religión como un atractivo social y político;
añadiendo a la subrepticia apropiación de su autoridad por las élites
políticas, el esnobismo y superficial de sus intelectuales.
La evolución postmoderna en el culto al éxito, forzaría esa desconfiguración
de su espectro epistemológico; con actos incluso irresponsables, incluyendo
el intento de subordinar la práctica a su institucionalidad original africana.
Eso es como contraer el cristianismo al judaísmo, obviando la catarsis de Pablo
en el concilio de Jerusalem, y la importancia mosaica de Adebí; pero más grave aún
es el esfuerzo por recuperar cultos y dioses perdidos en el éxodo original, sin
tener en cuenta que su valor era funcional y localizado.
Eso es fruto del desorden impuesto por la liberación de las prácticas, con
la desorganización introducida en la cultura cubana; pero es una manifestación
específica del efecto final de la postmodernidad en el mundo, no un defecto
exclusivo. Lo cierto es que al esnobismo intelectualista de los blancos antes
de la revolución, se añade el snobismo superficial de los intelectuales
postrevolucionarios blancos y negros; y a eso aún, una horda de sacerdotes incultos, pero que
comparten con los intelectuales la pretensión elitista y superficial.
En su provisión de determinaciones trascendentes, la religiosidad
afrocubana propiciaba una comprensión de la realidad; ya no, porque esa
trascendencia fue disuelta en el comercio de las pretensiones humanas que le
impuso la realidad en su subversión. Quizás el sentido más cierto de la
trascendencia sea la síntesis del tiempo en una oscura determinación
subconsciente, y así haya que acabar hasta con lo bueno; como fue ese mundo
crecido a la sombra de toda luz, en el puro margen en que germinan las mejores
cosechas.