Sunday, August 30, 2020

Alcántara

Alcántara from El Manierista Productions on Vimeo.

Sunday, August 23, 2020

Luis Manuel Otero Alcántara, el arte por venir – II

En entrevista, Otero Alcántara afirma no estar en contra de la formación tradicional, instituciones y academias; pero igual mantiene su distancia, con cuidado énfasis en su propio entorno, muy distinto de esas convenciones. Llama la atención la ambigüedad de su misma experiencia existencial, pero por lo que significa, en ese sentido de distanciamiento de estas convenciones; en las que todavía cree, pero obviamente no tanto si no llegan a determinarle esta experiencia existencial por completo.

En este sentido es que Alcántara es también el arte por venir, más allá de su propia y posible evolución formal; esto es, en la creación de un espacio de reflexión, necesariamente existencial, distinto del de esas convenciones. No es gratuito que confluya en otros artistas, cuya marginalidad es más que un discurso, una práctica concreta; una donde el arte ha trascendido el valor transaccional del mercado, y con ello su posible valor institucional, en un bucle conceptualista que lo vuelve al formalismo.


Primero habría que establecer el equívoco de ese sentido de lo formal, que no fue trascendido por las vanguardias; tan temprano como el Octavio Paz de la década del sesenta, sentencia que Picasso exalta las formas con su destrucción. Esa es la paradoja que frustra la búsqueda de la vanguardia, que era la misma del simbolismo; conseguir esa fluidez en que el espíritu va a su propia expresión, sin esa atadura convencional de la forma.

Eso no se cumple, porque en principio —no en definitiva— es imposible, si todo es forma, incluso la substancia; el esfuerzo de trascendencia ha de ser entonces más radical aún, como cuando Alicia corre con la reina Blanca y siguen en el mismo sitio. Esa radicalidad es la que plantea el mismo cristianismo para su propia frustración, en las sublimaciones morales a que se le reduce; que es el mismo vicio de las vanguardias, sean estas plásticas o literarias, o cualquiera otra forma que cobra el arte en su expresión.


El problema es que lo que está en crisis es el capitalismo, luego de la apoteosis industrial que significó la modernidad; está tan en crisis que se aboca presuroso al socialismo, en la inevitable contradicción de su corporativismo. No hay que llamarse a engaño, el socialismo que fracasó era la primera evolución del corporativismo; era por eso la primera formación de esa contradicción propia del capitalismo, dirigido a su muerte por esclerosis elefantiásica.

El cinismo en que pronto devinieron los conceptualistas fue la evidencia de su propia vaciedad, y era el exceso; que era comercialista, porque provenía de esa sensación de éxito que todo lo banaliza en el ego. Eso fue lo que demostró la vaciedad del arte desde la trampa post-conceptual, que es sólo una estrategia comercial; y es ese exceso el que vuelve a revalorizar la función primaria del arte, que es reflexiva y existencial.

El mismo artista reconoce que él prefiere un arte que desaparece en el tejido social, algo que él llama gestual; lo que es obviamente un esfuerzo convencional por comprender esa trascendencia, que es en definitiva la de la funcionalidad del arte. Es decir, que estamos ante la gestación de un arte nuevo, que dependerá inevitablemente de su forma y una función existencial; porque es obvio que ya la trascendencia se coloca donde debe estar, en la condición misma del ser y no en los gestos vacíos de su fatuidad.

Eso de todas formas ha de confrontar la grave contradicción de lo político, donde la convencionalidad es naturaleza y determinación; y por eso se alimenta en bolsas marginales, en las que los que entran no saben muy bien dónde se encuentran, porque todavía no es convencional. Obviamente, la teoría del caos rechaza el desorden, de modo que no es posible un fenómeno inorgánico e inconvencional; ese es el error revolucionario, que sólo permite la sobrevivencia subrepticia de lo antiguo, en vez de esta calma confiada de la marginalidad.

Por supuesto, Alcántara, como el movimiento que lo enmarca en San Isidro, es sólo el comienzo de la transición; es decir, apunta a un fenómeno en desarrollo, y necesariamente lejos aún de la apoteosis definitiva. De ahí que como la difícil negociación de Moisés que culminara en éxodo masivo, todavía funcione con relación a lo establecido; nadie es rebelde por vocación, sino porque su circunstancia lo rechaza y el desarrollo es inevitable, y no hay dudas de que es la precariedad cubana lo que determina esta contradicción.

Es absurdo esperar que sepan a dónde van y no sean intuitivos, como el tartamudo que habla con una rama ardiente; eso es precisamente lo que garantiza la libertad e indeterminación primera de sus actos, y con ello la pureza de estos. Es el sinuoso movimiento por el que se desembarazan de los intereses, que son siempre ajenos, sin crearse otros no menos ajenos; el placer inmediato pero contradicho es, después de todo, la marca de la realidad en su máxima apoteosis posible, en tanto signo de satisfacción.


Adiós a las almas (Orikí por las almas negras de antes)


La religión viaja en los hombros de sus practicantes, de ahí su desarrollo, en la adaptación a sus circunstancias; por eso, la inclusión singular del sacerdocio mayor de Ifá en Cuba no permitiría una posterior subordinación a su origen africano. Eso pudo ocurrir en Brasil, y aún en otras partes, donde no hubo que negociar un orden jerárquico por la precariedad; pero en Cuba la religión sufriría una reforma radical en sus prácticas litúrgicas y sacramentales, como la del cristianismo con Mahoma, el judaísmo con el Cristo, y la egipcia con Moisés.

De hecho, no son pocas ni gratuitas las comparaciones del primer sacerdote de Ifá cubano con Moisés; y aunque siempre se refieren a la mediación de las aguas, su significado se extiende a esta otra connotación. Aparte de eso, uno de los primeros elementos de esta religiosidad en Cuba fue la adaptación de su cosmogonía; que no podía reproducir la miriada de cultos locales que la resolvían en África, muchos de los cuales se perdieron en el transcurso.

También de hecho, esta peculiaridad daría lugar a cierta singularidad de los cultos en Cuba; como la distinción entre la Habana y Matanzas, según la preponderancia de las naciones africanas en ellas. Así, mientras en Matanzas predominaban negros del Dahomey, en la Habana predominaban los de Nigeria; traduciéndose esto en prácticas específicas en cada lugar, que llevó incluso a la preservación de cultos en un lugar que se perdieron en el otro.

La singularidad de la circunstancia cubana configuraría todo ese universo, que es epistemológico como razón última de la religión; por el valor existencial de las determinaciones que provee en su trascendencia, como resolución de la cultura. De ahí la originalidad de la religión afrocubana, no sólo respecto a su origen africano sino también a sus pares en las Américas; lo que incluye el fenómeno más parecido por el nivel de organización, que no es el Candomblé brasileño sino el Vudú haitiano, por el peso añadido de las prácticas espiritistas y el culto a los muertos.

Sin duda, una de las características más importantes de esta nueva religiosidad, es su carácter de multi nivel; en un proceso de sincretización subordinada, que identifica el ancestralismo original con el culto de los muertos de otras religiones, que así incorpora. Como resultado, en Cuba hay al menos tres religiones negras, dos de ellas más o menos subordinadas por su referencia primaria a los muertos; además de las sociedades reunidas alrededor de cultos específicos, pero de carácter más social, que también enriquecen el panorama religioso.

El problema es que todo esto era un mundo sumergido, por su marginalidad y la segregación política de sus prácticas; al menos desde el triunfo revolucionario de 1959, y hasta la crisis que acabó con la doctrina comunista, a finales de la década de 1980. Toda una generación de cultura segregada, ayudó a la consolidación de un universo epistemológico de valor existencial en la religión; no distorsionada por el peso político y militante de su actividad, como era el caso del catolicismo con su valor institucional.

Esto equipararía esa religiosidad al efecto del renacimiento negro norteamericano, debido justo a su violenta segregación; una paradoja que se explica en otros desarrollos apoteósicos, como el origen del judaísmo, el cristianismo y el islán. Desde la década siguiente sin embargo, esa valla de la segregación desaparecería, reevaluando a la religión como un atractivo social y político; añadiendo a la subrepticia apropiación de su autoridad por las élites políticas, el esnobismo y superficial de sus intelectuales.

La evolución postmoderna en el culto al éxito, forzaría esa desconfiguración de su espectro epistemológico; con actos incluso irresponsables, incluyendo el intento de subordinar la práctica a su institucionalidad original africana. Eso es como contraer el cristianismo al judaísmo, obviando la catarsis de Pablo en el concilio de Jerusalem, y la importancia mosaica de Adebí; pero más grave aún es el esfuerzo por recuperar cultos y dioses perdidos en el éxodo original, sin tener en cuenta que su valor era funcional y localizado.

Eso es fruto del desorden impuesto por la liberación de las prácticas, con la desorganización introducida en la cultura cubana; pero es una manifestación específica del efecto final de la postmodernidad en el mundo, no un defecto exclusivo. Lo cierto es que al esnobismo intelectualista de los blancos antes de la revolución, se añade el snobismo superficial de los intelectuales postrevolucionarios blancos y negros; y a eso aún, una horda de sacerdotes incultos, pero que comparten con los intelectuales la pretensión elitista y superficial.

En su provisión de determinaciones trascendentes, la religiosidad afrocubana propiciaba una comprensión de la realidad; ya no, porque esa trascendencia fue disuelta en el comercio de las pretensiones humanas que le impuso la realidad en su subversión. Quizás el sentido más cierto de la trascendencia sea la síntesis del tiempo en una oscura determinación subconsciente, y así haya que acabar hasta con lo bueno; como fue ese mundo crecido a la sombra de toda luz, en el puro margen en que germinan las mejores cosechas.




Wednesday, August 19, 2020

Luis Manuel Alcántara, el arte por venir


Los niveles de educación son tan altos hoy día, que es muy difícil para un artista tener una formación autodidacta; sin embargo, más le valdría conseguirla hasta como su mejor especialización, para sobrevivir al desastre del convencionalismo postmoderno. Ese, por raro que pueda parecer, es el caso de Luis Manuel Alcántara, gracias precisamente a su marginalidad; que no es menos difícil que una formación autodidacta hoy día y por las mismas razones, pero que a él se la garantiza su precariedad política.

Por supuesto, el artista vive en la turbamulta de su tiempo, y cuando escoge lo hace con el olfato, intuitivamente; tampoco conoce el mundo más allá de la postmodernidad, que lo acapara todo en su encerrona. A su favor, Alcántara blande esa precariedad política, que así le garantiza la relación directa con la realidad; incluso si mantiene —tiene que mantener— sus referencias en conceptuales y post conceptuales, como un católico antes de Descartes.

Su mismo arte sufre presiones desde lo formal, dada esa procedencia suya del día en la calle, no de la abstracción escolástica; por eso, aún si mantiene esa referencia conceptualista, de todas formas el silbido de su trajín diario le recuerda dónde está la realidad. Su mejor práctica, después de todo, no fue el asombro de los surrealistas ante la representatividad naif de los pueblos primitivos; sino la demanda de esa primariez, que le encargaba objetos para su culto, y que así él conoce funcional y no abstractamente.

El problema del mundo es el mimetismo, en que trata de alargar la apoteosis moderna, ya sin sentido; se puede salvar en la medida en que abandone ese mimetismo, con una praxis singular y propia en su excepcionalidad. Eso es lo que no ha alcanzado Alcántara, pero como su mejor momento, que está por venir en forma de madurez existencial; ya está bien que sea consciente de los límites de esa intelectualización excesiva, que se olvida que sólo se puede deconstruir lo que de hecho existe.

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Hay que tener en cuenta que, si el artista no ha alcanzado esa madurez, es porque precisamente está alimentándola; es la dura confrontación contra el sistema político lo que le hace acudir a esos referentes, no algo que le puedan decir formalmente. La preocupación es entonces moral y no estética, aunque se traduzca en una performance de valor estético; que es la relación a invertir, cuando pueda sobreponerse a la dificultad que así de fuerte lo cujea en esas lides existenciales.

Aterra el paralelismo con la encrucijada existencial en que murió el apóstol, sacrificado como arte a la urgencia política; pero a diferencia suya, Alcántara no es un poeta sino un plástico, y no proviene de la sublimación moral de los idealistas. A este lo formó la calle, que es el escudo de Aquiles con que puede pretender los muros altos de Troya que son la esencia del arte cubano; es al menos una promesa en esa precariedad, que parece forjada por los dioses como su mejor apuesta.

El arte cubano parecía condenado a esa muerte de la modernidad, con los órganos de su cultura inflamados por la esclerosis; pero la realidad no conoce huecos, se extiende y reproduce por división celular, y de todo cadáver nacen flores. Esa excelencia intelectual que encierra al arte en Cuba rechaza la marginalidad de Alcántara, preservándola en su pureza salvaje; algún día descubrirá que el terror de los románticos no era la razón sino su sinsentido, y que eso no lo resolvieron las vanguardias.

De hecho, es por esa falencia que las vanguardias son el nuevo clasicismo dogmático, con sus exigencias intelectuales; a las que es imposible elevar la densa realidad, so pena de perderla en el esfuerzo, como ocurre hasta ahora. Quien tiene un pie en cada mundo no lo hace por gusto, al menos intuye que uno de ellos es insuficiente; aunque todavía deba hacer equilibrios para mantener el otro pie en el otro, porque como lo que viene le falta todavía esa consistencia… que le dará él.

Sunday, August 2, 2020

The lighthouse


Robert Pattinson puede haber debido su fortuna a la saga Twilight, pero también un encasillamiento difícil de superar; a la actuación esquemática, se añade el cliché de su belleza excesivamente juvenil y extraña, y una actuación mediocre. Después de eso, trabajos como la decepcionante The King, con el no menos aupado Timothée Chalamet; y cierta dignidad en Map to the stars, que en realidad no le permitía mucho, en un script escrito a la medida de sus protagonistas.

Pattinson tiene una filmografía mucho más amplia que esto, y muchos reconocimientos merecidos; es sin embargo en The lighthouse donde puede mostrar su tremenda madurez y capacidad histriónica. Eso puede deberse no sólo a la fuerza del libreto y el coestrellato con Willen Dafoe, que ya es bastante; puede tratarse en realidad de un actor tremendo sólo reducido por aquella saga infame como paso inevitable a la realización.

The lighthouse está inspirada en un cuento homónimo de Edgar Allan Poe, pero no es su adaptación; la textura del terror psicológico de Poe determina mucho de su imaginario, pero todavía como interpretación. El producto final es soberbio, incluyendo ese Pattinson que iguala a Dafoe sin agarrarse de él; y se redondea con un formato extraño, que recrea en su actualización la estética del viejo Hollywood.

Eso incluso como amaneramiento es valioso, porque explota los pocos recursos de antes como riqueza contemporánea; y en todo caso sirve para recordarnos el viejo refrán de que todo tiempo anterior fue mucho mejor. La película resalta en el tsunami de producción técnicamente excelente pero artísticamente mediocre de nuestros tiempos; que es lo que hace lamentar esta popularización de los medios, en los que sólo podemos añorar el tiempo del espesor industrial.

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