Sunday, October 10, 2021

Del nuevo negro al nuevo pensamiento negro, elogio de Alain Locke

He aquí al nuevo negro es un ensayo de El nuevo negro, la antología de Alain Locke que identifica al Renacimiento de Harlem; y en este, ya entrado el segundo párrafo, apunta el problema del negro, en su carácter mítico fundacional antes que real. Su definición del nuevo negro viene así, por el contraste con la ficción que es el viejo negro, la idea del negro contra su realidad; un planteamiento audaz, que se explica en la consistencia de esa personalidad como objeto de discusión a favor o en contra, no una realidad en sí.

De ahí que este ensayo de tenga valor de ontología, para comprender al negro como personalidad histórica; en la que el nuevo negro es entonces el negro en la perplejidad de su vida misma, por la consciencia de su propio ser; que es en lo que resulta una postulación ontológica, pero en el sentido de la metafísica clásica (occidental),sin dasein. Es ahí entonces donde surgen los problemas, que son naturalmente hermenéuticos y no propiamente históricos, en lo metafísico; aunque en ello mismo devengan inmediatamente políticos, afectando las vidas concretas de las personas concretas —y en ello históricas— que son los negros.

Eso es natural, si lo lógico de la conciencia es que sea primero sobre sí, incluso si determinada por el entorno; al darse por la relación misma de ese Ser —ahora consciente— con lo que no es él mismo, en el ámbito de sus intereses concretos. Lo que no sería natural es que este Ser así dado, lo sea ya maduro, incluso si este primer momento es ya apoteósico; porque esa apoteosis alude a un grado de realización no culminante, sino dirigido ya directamente a esa culminación.

En ese sentido, el espacio que va de la conciencia a la madurez de esa conciencia, es lo que tiene valor existencial; que incluso precisa primero de un cuerpo, que es el que será entonces consciente, madurando luego en esa conciencia. Esta apoteosis final es lo que se puede entender como el nuevo pensamiento negro, en tanto resultado de esa madurez; no porque sea enteramente original, sino porque lo es en la medida de comprender la propia circunstancia de su Ser, que es lo que es distinto y único en sí.

Es en esta apoteosis culminante entonces que la experiencia existencial del negro puede volcarse en la redención; que siendo de ese ser suyo, lo será también de la realidad que va a determinar por su propia praxis histórica y existencial. Es esto lo que explica el cariz intelectual del Renacimiento de Harlem, que Locke describe con más aprehensión que euforia; porque es la realidad que, para su propio proceso de madurez, ha de corromperse en la institucionalidad que así lo determina; provocando en ello la catarsis final que vuelva culminante a esa apoteosis, con poder suficiente para esa redención, como redeterminación de su realidad.

Es por eso que el fenómeno de la negritud se relaciona con este del renacimiento de Harlem, pero no se funde; porque aquel, incluso como promesa para este, es esa institucionalidad, que muestra las marcas de su propia esclavitud. Esa es la condena lapidaria del Orfeo negro de Sartre, condenando el ansia de libertad imposible del negro en Occidente; porque como las partículas de lo real, la libertad es una experiencia potestativa y peculiar, dada en esa conciencia como individual.

El error de Sartre —que es del marxismo— está en el absurdo de una conciencia colectiva, que es imposible; porque la conciencia es individual, y sólo en esta individualidad es que puede acceder a las convenciones del colectivo. De ahí que la solución del marxismo sea imposible, aunque proveyera el catalizador del pensamiento anticolonial; que es la raíz en que el problema racial se diferencia, del caso norteamericano —con ese Renacimiento— al del de la negritud.

De ahí la contradicción, que matara la floración maravillosa de este último en la inutilidad catártica de su arte; con contradicciones más terribles —en tanto hermenéuticas—, al tratar de acomodar un destino de raza al estereotipo cultural. El negro norteamericano en cambio, está forzado a la resiliencia, a la flexibilidad con que sobrevivir a su maduración; y llegar entonces a esa apoteosis culminante de la reconciliación, que resolviendo el problema de la potestad individual resuelve el de Occidente todo.

Después de todo, cómo se ha formado Occidente sino en la yuxtaposición de esas diversas capas de su civilización; desde la sofisticada brutalidad y compulsión de los griegos a la tosca racionalidad de los romanos y la gracia cristiana. La gracia es siempre un gesto de madurez y no de prepotencia, y por ello requiere de una experiencia existencial anterior; de la que nace como comprensión, y que es el poder del negro, al que apuntaba la intuición de Locke, aún si todavía aprehensivo.


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