Wednesday, November 24, 2021

Lágrimas en la lluvia, para un elogio de la lengua española

No hay duda alguna de que el humanismo moderno surge y se desarrolla primero en Francia, con los estudios universales; de ahí su peso en el pensamiento moderno, incluso en contradicción proporcional y directa con el alemán. Sólo que como cultura, ha de resolverse en la reflexión y la dependencia de esta con la lengua y su desarrollo; en el que siempre se ha saltado por alto su primariez y rusticidad, tras el romántico encantamiento de su fonética.

Sin embargo, lo cierto es que hasta esta fonética es arcaica, como demuestran sus ramificaciones galaico portuguesas; no por gusto, como lo indica ese primer nombre genérico, ha de provenir de la cultura galesa que pobló Europa. El francés ha sido así una lengua reluctante al desarrollo, trastrabillando entre acentos para conseguir una idea; que no sólo será difícilmente comprensible, sino en ello mismo también de connotaciones ambiguas por contextuales.

Con razón la negritud, ese fenómeno magnífico, no conseguiría concretarse sino en el elogio de algunas élites; pero siempre sin el arraigo popular que podría haberla llevado a efecto, en el alma de la gente que decía representar. No hay sino que leer las retorceduras lingüísticas del Orfeo Negro de Sartre, para darse cuenta de su falta de futuro; no por falta de materia sino por informidad, porque tampoco es por gusto que las vanguardias del arte (forma) surgieran en Francia.

Otra cosa es el francés que muere agotado a los pies de la modernidad, en la frustración de los románticos; incomprendidos por igual para parnasianos y simbolistas, cegatos por la increíble rusticidad de su lenguaje. No es por gusto entonces que el romanticismo español es otro, no agotado de frustración sino vital; que no muere en la fatuidad del vanguardismo, sino que se revitaliza en el barroco con que llega al nuevo mundo como naturaleza.

Ambos romanticismos son contemporáneos, pero separados por la línea de los Pirineos, que saltaron los franceses; no es por gusto tampoco que esa es la frontera de Europa, tras la que persistió el feudalismo y se desarrolló el capitalismo. Esa es la contradicción que subyace en el realismo implícito a la lengua española, frente al racionalismo francés; que es obtuso, porque carece de esa flexibilidad que permite al español una representación más adecuada de la realidad.

Al final se impondría la vanguardia artística, como el racionalismo crítico y el humanismo político, hasta su muerte por auge excesivo; queda entonces la posibilidad de regresar a las ramas altas del pensamiento pausado y no feroz, tras la caída del telón de la modernidad. Toca descubrir que el llamado capitalismo moderno es una falacia, que camufló en el rigor moralista el autoritarismo feudal; mientras que la persistencia —entonces arcaica— del feudalismo ibérico permitía un condicionamiento eficiente del mismo desarrollo.

Para nadie es un secreto que la oposición directa del pensamiento francés con el alemán es también derivativa; pues en definitiva se trata de la misma cultura básica (ostrogoda), que se subdivide por su extensión territorial. De ahí la singularidad del español, cuya base visigótica no llega a diluirse del todo en la del otro lado; primero, por la salvaguarda de la invasión árabe, que introduce sus propias variantes, imprimiéndole mayor flexibilidad; pero también por esa barrera pirenaica, sólo atravesada por los románticos, pero desastrosa hasta para la grandeza de Carlos.

Lo cierto es que la oposición más directa será franco-alemana y con la cultura inglesa, de desarrollo más pragmático; y que aunque compartiendo un origen común con los germanos, no es ya por la base gótica sino muy posterior. En definitiva, los cuestionamientos modernos pueden provenir de la incomprensión cartesiana del realismo; que no sería de Descartes, sino de la incapacidad de los maestros franceses de transmitir la variación jesuita del realismo.

Todavía hoy el mundo se enfrenta al problema del dasein heideggeriano como básico de la filosofía, que es el del Ser; pero sólo por la incapacidad de esas lenguas germánicas de separar los verbos de ser y estar, para conseguir una conjugación comprensible. Al fin y al cabo, todo comienza con la gramática en el Órganon aristotélico —no platónico—, y el error puede consistir en esa sutileza; no que tenga derecho sino razón —para acudir a San Agustín—, que es como tener un poco de aire atrapado en la mano, lágrimas en la lluvia.


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