Sobre Erótica en tres espejos
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El conflicto tras tanta contradicción es banal como todo accidente, y en
este caso lo importante es su huella; esa reflexión sobre su trascendencia
posible, incumplida pero todavía ahí, como el potencial no aprovechado. Es por
eso que aquí se recupera esa reseña, con la esperanza incluso de que su propia
actualidad rescate la de la novela; devolviéndonos al tiempo álgido que
describe, antes de perderse en el salto a la nada que es toda pretensión.
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No es pues un acto de reconciliación, pues la cuerda entre los mundos es
imaginaria incluso si real, y no resuelve sus diferencias; cada mundo tiene sus
propias determinaciones y es un universo entero en sí, que sólo se debe a sí
mismo. Es sólo un acto literario, pero nada menos que eso, con su propio
alcance más allá de los implicados; en eso reside la serenidad del mundo como
facultad de Dios, y es a esta a la que se hace reverencia con el recuerdo.
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El devenir de Erótica no es distinto del de la literatura de la que
participa, que es la del exilio cubano; una literatura que desconoce su propio
valor, diluyéndose en el esfuerzo mezquino por la trascendencia individual. Es
por eso que diluye su trascendencia, aún vigente en la posibilidad
inhabilitada; porque desconoce su propio potencial, en tanto proyección de
alcance reflexivo y en ello de conocimiento.
Eso es lo que se lamenta aquí, como describiendo los encajes del vestido de las bodas que no se celebraron; la novia pagó su precio, como toda naturaleza que se apresta; pero el novio —la voluntad— huyó despavorido ante el paisaje de esa vida por venir. Así dejó de ser experiencia, para reducirse a la vulgaridad del burlesque, diciendo que es todavía sexo; pero aunque no lo sea, sus referencias no dejan de ser la flecha que apunta al sol, siquiera en el remedo que recuerda lo que todavía puede ser.
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