Alexander Otaola y la cubanización final de Miami
Ese es el problema con los agentes
de opinión en Miami, conscientes o no de ese favor al gobierno cubano;
comenzando por el personaje en que ha devenido Alexander Otaola, amenazando la
insuficiencia de la política local. La corrupción política de Miami es parte de
su cultura, con más de un episodio sacado de la picaresca española; eso es lo
que ha permitido el precario dominio demócrata, empujando a la población a la
dependencia de los programas sociales.
Los cubanos no construyeron a
Miami, como gustan decirse a sí mismos, sino su corrupción con dinero de la
droga; lo que sí le han impuesto es el color local, con ese ritmo especial para
sus cosas, desde el dialecto a la cocina. Todo eso sin embargo se mantiene
estructurado por la inteligencia de grandes intereses que ignoran soberbiamente;
y por eso, atravesando esa cubanidad, había aún cierto sentido norteamericano
del confort, que permitió esta corrupción.
Desde entonces, más se normalizaría
aún con el éxodo de 1994, rematando con el intercambio cultural del siglo XXI; que
establece una élite, no ya especial sino vulgar y populista, con ese falso
mercado —pulguero mejor— del reguetón. Con las mismas pretensiones artística de
los del Mariel, la élite profesional, dispuesta a conquistar Hollywood; dejando
un cementerio de luminarias, frustradas en su excelencia técnica, por esa
disfuncionalidad de la cultura en que surgieron.
No importa si los edificios no se
están cayendo, gracias a sus fuentes no locales, sus servicios dejan de
funcionar; y la promesa de restaurarlos es risible, porque no cuenta con el
poder corporativo que lo permitió; mientras se resiente la cultura política,
cruzando el Rubicón de la vulgaridad creciente como naturaleza y cultura. La
dependencia del conservadurismo tradicional de estas figuras tan complicadas,
ilustra el alcance de esta crisis; que no es política sino mucho más profunda, con
sus raíces en la corrupción de su cultura, expresada como política.
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