Sunday, October 29, 2023

Alexander Otaola y la cubanización final de Miami

Nada hay más justificado que la paranoia de la cultura política cubana, con esa obsesión del país con su exilio; y a eso se refiere el problema de los agentes de opinión, exacerbado por la accesibilidad tecnológica. El problema real de esto no es la cubanización de la política local, que siempre estuvo signada por ese exilio; sino su fijación con la actualidad de ese país, condicionando el desarrollo paralelo que alguna vez tuvo esta comunidad.

Ese es el problema con los agentes de opinión en Miami, conscientes o no de ese favor al gobierno cubano; comenzando por el personaje en que ha devenido Alexander Otaola, amenazando la insuficiencia de la política local. La corrupción política de Miami es parte de su cultura, con más de un episodio sacado de la picaresca española; eso es lo que ha permitido el precario dominio demócrata, empujando a la población a la dependencia de los programas sociales.

La solución sin embargo pasa por la madurez política, no importa lo arduo y controvertido de ese proceso; no rebajarlo más aún a niveles de sainete, probando que el problema es de naturaleza y no de sistema político. Esa ha sido la función —o al menos el resultado— del éxito de ese influencer, con el impacto cultural de su programa; en un homogenización de esa cultura, que ya desconoce la diferencia funcional del entorno norteamericano en su singularidad.

Los cubanos no construyeron a Miami, como gustan decirse a sí mismos, sino su corrupción con dinero de la droga; lo que sí le han impuesto es el color local, con ese ritmo especial para sus cosas, desde el dialecto a la cocina. Todo eso sin embargo se mantiene estructurado por la inteligencia de grandes intereses que ignoran soberbiamente; y por eso, atravesando esa cubanidad, había aún cierto sentido norteamericano del confort, que permitió esta corrupción.

Esa es la brecha aprovechada por el gobierno de la Habana, penetrando por esta debilidad existencial del exilio; cuya precariedad no le ha permitido nunca cortar de verdad los lazos con su origen, no importa la fiereza política. El desastre actual comenzaría con el éxodo del Mariel, importando la superficialidad disfuncional de su élite artística; que secuestraría la expresión local con el mismo chantaje del diferendo político de la otra orilla, como su misma continuidad.

Desde entonces, más se normalizaría aún con el éxodo de 1994, rematando con el intercambio cultural del siglo XXI; que establece una élite, no ya especial sino vulgar y populista, con ese falso mercado —pulguero mejor— del reguetón. Con las mismas pretensiones artística de los del Mariel, la élite profesional, dispuesta a conquistar Hollywood; dejando un cementerio de luminarias, frustradas en su excelencia técnica, por esa disfuncionalidad de la cultura en que surgieron.

Eso sería lo que lograra imponer la base discursiva del gobierno cubano, con estos influencers como referencia; que funcionan como una institución cultural, no importa si tan falsa como la cultura que alimentan con su no menos falso folclorismo. La proliferación de programas menores pero de ese mismo tipo, ilustra el nivel de vicio y profundidad de esta penetración; que comenzando por las pretensiones de unos poetas venidos a menos, precipita a la comunidad al mismo abismo de su contra parte.

No importa si los edificios no se están cayendo, gracias a sus fuentes no locales, sus servicios dejan de funcionar; y la promesa de restaurarlos es risible, porque no cuenta con el poder corporativo que lo permitió; mientras se resiente la cultura política, cruzando el Rubicón de la vulgaridad creciente como naturaleza y cultura. La dependencia del conservadurismo tradicional de estas figuras tan complicadas, ilustra el alcance de esta crisis; que no es política sino mucho más profunda, con sus raíces en la corrupción de su cultura, expresada como política.


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