Tuesday, May 28, 2024

De la negritud como objeto de la cultura cubana

Cualquier investigación de la literatura cubana, se topará con el problema de no encontrar literatura negra; hay mucha escrita por negros, pero no negra, en el sentido de que el arte refleje su realidad existencial. En realidad, es difícil encontrar singularidad en un entramado institucional, cuya función es la normalización; cuando sus parámetros para esto provienen todos de Occidente, incidiendo incluso en la inevitabilidad del mestizaje.

El resultado es de contradicciones como esas de la literatura cubana escrita por negros, que no es negra; y eso sin caer en la simplificación del colorismo, que como falsa negritud, es en definitiva mayormente blanco. De hecho, la tipificación de Nicolás Guillén como negro, más allá del negrismo, participa de este absurdo; partiendo no sólo de la puntualidad de su creación en este sentido, que la hace anecdótica en el costumbrismo político.

Guillén fue siempre un magnífico sonetista, con un poder innegable para la descripción en imágenes poderosas; que en ello le concedieron el dominio del ritmo y la musicalidad, pero no distinto de la mejor tradición de Occidente. Es la visita de Langston Hughes a la Habana, en su fascinación intelectualista, la que lo invita al experimento; dando lugar a uno de los cancioneros más preciosos de la literatura cubana, pero más cercano incluso al mistrell sureño que al burlesco nacional.

Que Hughes desconozca el problema de la negritud cubana es natural, como que así ignore ese negrismo de Guillén; si él mismo —reinando sobre el Renacimiento de Harlem— es más negrista que negro, y ni siquiera tanto en este sentido. No hay que equivocarse, todos son maravillosos en su singularidad, sólo que negrista y difícilmente negra; que es lo que explica ese normalización de la cultura cubana en la expresión artística de Occidente, blanca incluso si mestiza.

En esto consistiría exactamente el problema de la poesía y el arte negros en Cuba, en que su negritud es intelectual; porque es política y no existencial, y depende de parámetros externos y en ello negativos, no propios y en ello positivos. Este problema provendría además del defecto racionalista de Occidente, que hace de la política la fuente de su hermenéutica; con lo que —desde el Idealismo— se aleja de la praxis existencial de sus individuos, en la ficción de su proyección política.

Esto es lo que hace un desierto de esa expresión negra a la cultura cubana, tan blanca como su antropología; que reflejando el interés político de esta, sólo reconoce al negro como objeto pasivo, no como sujeto activo. No es que esta expresión no exista de hecho —lo que es imposible—, sino que no es institucionalmente reconocida; ya que para integrar esa institucionalidad debe responder a esa función normalizadora suya, diluyendo así su singularidad.

Sólo en casos excepcionales —Georgina Herrera y Eloy Machado Pérez— se daría esta integración, y eso contradictoriamente; garantizando la singularidad por su respectiva integración funcional, en la producción y no la administración de esa estructura. En efecto, Herrera como escritora de dramáticos y Machado Pérez en una cafetería, carecen de interés académico propio; salvando en esto el vínculo con la realidad que alimenta su arte, como interés genuinamente existencial antes que político.

Eso es lo que les hace canalizar su negritud, como propia de su misma realidad existencial en una cultura; no por defecto —porque la sociedad te dice que no eres blanco— como los otros, sino positivamente. Por supuesto, su misma excepcionalidad no niega sino supone una realidad subterránea de expresión negra; que al no integrar esa estructura no sufre su normalización, y salva su singularidad en la autenticidad existencial de sus objetos.

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