Francisco Morán y el Delmontismo cubano
Nunca ha podido probarse de modo fehaciente esa
conspiración, pero su marca en la historia del país es indeleble; peor aún si
como parece, se debió a esa denuncia falaz del que Martí postulara como más
útil de los cubanos. Esto es importante, porque esta es la base de esa cultura
de círculos ilustrados y combativos que triunfa en 1959; como una ofensa ante
el asalto de su falsa democracia por la violencia política de sus clases
marginales, en el gobierno de Batista.
La historia de Cuba y su cultura es así hasta maniquea en
su determinismo, como grosera reducción dialéctica; que en su horror de lo
real, lo reduce a la primariez del negro y su amenaza antillana desde Haití. La
agudeza de Morán está en relacionarlo todo con el rechazo canónico de Virgilio
Piñera y su isla en peso; a la que el triduo de Baquero, Vitier y Marruz,
niegan la esencialidad cubana, por su demasiado antillanismo.
Pero sobre todo eso se alza la obscenidad de la
ilustración criolla, con esa manipulación de intereses geopolíticos; tratando
de provocar una intervención norteamericana, que al menos les garantice la
supremacía racial. Esto explica el ni tan solapado racismo de la ilustración
nacional, mimetizando la sociedad norteamericana; que no se trata sólo de la
cultura campesina de los estados del Sur, sino incluso de su industrialismo
norteño; porque en definitiva se trata de mantener una supremacía de clase,
definida —ya que no determinada— racialmente, por su economía.
Eso es lo que molesta a Morúa Delgado del liberalismo de
Villaverde, que es delmontino como todo lo que vale y brilla; la viciosa doblez,
la hipocresía política de su falso humanismo, que desconoce toda realidad en su
idealismo. De ahí la culpa de esa ilustración, ofendida por la grosería
batistiana, en los destinos del pueblo cubano; de esa raíz que se precia del
afrancesamiento, como el vicio que corrompe con sus contradicciones ideológicas
todo industrialismo.
En definitiva, O’Donnell, como institucionalidad de la
cultura cubana, sí respondía a un clima de conflicto; no a un conflicto
concreto —cuya realidad o no es ya banal— sino a la naturaleza de esa realidad
específicamente cubana que es su cultura. Con esto, lo que hace O’Donnell es
simbolizar en sí ese carácter opresivo y victimario, y en el negro su carácter
de víctima; que pervive en la negritud cubana, negada a verse a sí misma en el terror
de esta violencia ni tan sutil.
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