Saturday, May 4, 2024

Francisco Morán y el Delmontismo cubano

En un análisis tan agudo y audaz, Francisco Morán identifica los vicios de una poética nacional en su base delmontina; a la que reconoce extendida en el desarrollo de un canon, por la dupla de Cintio Vitier y Fina García Marruz. El motivo es la culpa de Domingo del Monte en el proceso de La Escalera, que tanto pesa en la historia cubana; y que parece deberse a una denuncia solapada del padre de la vida intelectual en el país, como una determinación fatal.

Nunca ha podido probarse de modo fehaciente esa conspiración, pero su marca en la historia del país es indeleble; peor aún si como parece, se debió a esa denuncia falaz del que Martí postulara como más útil de los cubanos. Esto es importante, porque esta es la base de esa cultura de círculos ilustrados y combativos que triunfa en 1959; como una ofensa ante el asalto de su falsa democracia por la violencia política de sus clases marginales, en el gobierno de Batista.

La historia de Cuba y su cultura es así hasta maniquea en su determinismo, como grosera reducción dialéctica; que en su horror de lo real, lo reduce a la primariez del negro y su amenaza antillana desde Haití. La agudeza de Morán está en relacionarlo todo con el rechazo canónico de Virgilio Piñera y su isla en peso; a la que el triduo de Baquero, Vitier y Marruz, niegan la esencialidad cubana, por su demasiado antillanismo.

La contradicción es curiosa, porque La Habana no es ciertamente antillana dino atlántica; si recuerda a las culturas de la cuenca es porque todas son españolas, incluso las de ascendencia inglesa, francesa y hasta holandesa. Pero tampoco La Habana es Cuba, y esos aires atlánticos suyos sólo llegan a Matanzas; separándose del resto de la isla con el hiperdesarrollo por la ocupación inglesa, que provoca las pretensiones políticas de Oriente.

Pero sobre todo eso se alza la obscenidad de la ilustración criolla, con esa manipulación de intereses geopolíticos; tratando de provocar una intervención norteamericana, que al menos les garantice la supremacía racial. Esto explica el ni tan solapado racismo de la ilustración nacional, mimetizando la sociedad norteamericana; que no se trata sólo de la cultura campesina de los estados del Sur, sino incluso de su industrialismo norteño; porque en definitiva se trata de mantener una supremacía de clase, definida —ya que no determinada— racialmente, por su economía.

Eso es lo que molesta a Morúa Delgado del liberalismo de Villaverde, que es delmontino como todo lo que vale y brilla; la viciosa doblez, la hipocresía política de su falso humanismo, que desconoce toda realidad en su idealismo. De ahí la culpa de esa ilustración, ofendida por la grosería batistiana, en los destinos del pueblo cubano; de esa raíz que se precia del afrancesamiento, como el vicio que corrompe con sus contradicciones ideológicas todo industrialismo.

Esta agudeza de Morán es incluso como una venganza redentora, que descubre de las interioridades modernistas; a las que le arrastrara la palidez de Casal, pero como el fantasma que te conduce a las marismas para mostrarte el horror. Habrá que conceder la naturaleza de ese conflicto primero, que expande su ambigüedad por toda la cultura cubana; y cuyo nombre lo toma precisamente de la represión del gobierno, no de la supuesta conspiración en que se basa.

En definitiva, O’Donnell, como institucionalidad de la cultura cubana, sí respondía a un clima de conflicto; no a un conflicto concreto —cuya realidad o no es ya banal— sino a la naturaleza de esa realidad específicamente cubana que es su cultura. Con esto, lo que hace O’Donnell es simbolizar en sí ese carácter opresivo y victimario, y en el negro su carácter de víctima; que pervive en la negritud cubana, negada a verse a sí misma en el terror de esta violencia ni tan sutil.


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