Saturday, April 27, 2024

El Delmontismo en La Habana Elegante, primera y segunda época

No es sorprendente que el comienzo y fin del esplendor cubano esté marcado por una revista literaria; La Habana Elegante, que en su primera y segunda época describe el periplo de la literatura nacional. Esto es apenas natural, ya que la literatura es la expresión última de la cultura, como su reflexión de lo real; que aún a través de la ficción dramática tiene alcance existencial, porque su objeto último es la realidad.

La Habana elegante ilustra así este desarrollo, que es imposible que pueda sobreponerse a una entropía; como todo desarrollo, que comienza su decadencia en su mismo pináculo, como parte e la dialéctica histórica. En su primera época, la revista tiene su base en la cultura delmontina[1], como reproducción de la ilustración europea; sintetizándola, desde la contradicción franco española al naturalismo bucólico inglés, y el romanticismo germano. De esa síntesis nace el costumbrismo criollo y el modernismo, como solución criolla de las insuficiencias europeas; gracias al resumen cosmopolita con que La Habana surge de las cenizas de Port-Au-Prince, con el industrialismo de los ingleses.

El problema es que ahí se introducen la ambigüedad de la cultura cubana, incluidos sus deslices políticos; incluido también el racismo anexionista de Domingo del Monte, el más real y útil de los cubanos para José Martí. Ciertamente, La Habana Elegante sería el soporte en que se consolidó la narrativa del costumbrismo cubano; que con el falso trascendentalismo poético del Modernismo, fija la hermenéutica de su elitismo intelectual.

De ahí ese falso sentido nuestro de lo histórico, que acude a los mitos con que racionalizar nuestra irracionalidad; adjudicando a la realidad el alijo de pretensiones con que entramos como cultura al apocalipsis de la Modernidad. Esto ignora que como apogeo, la Modernidad era esa cúspide que marca el proceso entrópico de Occidente; arrastrando el nacionalismo, en que se realizaba como período desde un determinismo político y no cultural; y perdiendo en esto ese sentido existencial que daba sentido a su arte, como expresión precisamente de la cultura.

Es por eso que en su segunda época, La Habana Elegante no puede ser sino una parodia de la primera; reproduciendo valores ya disfuncionales, por esa decadencia cada vez mayor de la entropía que refleja; porque más allá del determinismo, la expresión sigue siendo cultural, aunque la cultura sea la de esta disfunción política. De ahí que en esta segunda época suya, La Habana Elegante no pueda sobrevivir su propia naturaleza paródica; disolviéndose en un panfleto safio como sólo el primer periodismo cubano, que ya predecía la debacle de su cultura.

No por gusto ese panfleto se llamaría La lengua suelta, en un volante que ridiculizaba a la cultura oficialista; cuya rigidez —pero nadie lo notó— era la encarnación de las pretensiones institucionales de la primera época de la revista. Nada más dialéctico que todo desarrollo llevando el germen de su propia decadencia, para seguir como desarrollo; no importa si la dialéctica es insuficiente como comprensión de la naturaleza trialéctica de lo real, porque se trata de esta insuficiencia.

Lo cierto es que La lengua suelta es el residuo, incluso ya desperdigado, de La Habana Elegante en su segunda época; culminando el horror de un pandillerismo, que reproducía en sus manierismos literarios del político que denunciaba. Después de todo, como arte se trata siempre de la expresión de la cultura en sus determinaciones, incluso si políticas; como en esta esquizofrenia progresiva que colma el canon cubano, para imponerle la falsa existencialidad de su violencia.

Si Orígenes —por ejemplo— fue un momentáneo respiro, no podía escapar en ello la vigilancia de Vitier el Cerbero; que penetrándolo como la política a la cultura, determinaría el resentimiento con que Piñera impulsara Lunes de Revolución. Desde ahí todo es comprensible, hasta la falsa identidad que agrupa a los artistas por afinidades personales y no estéticas; para terminar todos pidiéndose la cabeza unos a otros, siempre por las más mezquinas e intrascendente razones.

El delmontismo marcó la primacía cubana en la cultura de las Américas, con su peculiaridad de tráfico atlántica; pero revelando en ello la fatuidad de ese intelectualismo, que sólo probaría su inconsistencia con la debacle humanista. No debe ser gratuito el sepultado racismo de Domingo del Monte, que permearía la otra falsedad de su liberalismo; eso es lo que deja espacio para la renovación, estética por su existencialismo, en la marginalidad del negro cubano.



[1] . La Habana elegante fue fundada por Casimiro del Monte, hermano de Domingo del Monte, padre del elitismo intelectual cubano.

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