Tuesday, April 23, 2024

Georgina Herrera en el día de la lengua cubana

El 23 de Abril de 1547, nacería Miguel de Cervantes y, y en la misma fecha pero de 1564 lo haría William Shakespeare; por ambos la fecha se reconoce como día de las lenguas española e inglesa, que alcanzan su madurez con la obra de estos. Esto señala la trascendencia innegable de estos hombres, porque es en la literatura que la lengua se organiza y madura; como un soporte externo, que potencia la reflexión en tanto existencial, como comprensión peculiar del mundo.

En esa misma fecha pero de 1936, nacería en Jovellanos Georgina Herrera, otorgando un valor similar a la poesía; no ya a la lengua, que desde Cervantes ha madurado permitiendo esta otra maduración de la poesía en Cuba; pero sí esta poesía, que es peculiar porque renueva la instrumentalidad del lenguaje para la reflexión como existencial. Se trata por tanto de un hecho de similar trascendencia, aunque la proximidad nuble un poco este alcance suyo; porque será en esta instrumentalidad que la cultura consiga su mejor integración, como específicamente cubana.

A saber, en tanto reflexión artificial de la realidad, la cultura es un entramado de relaciones tan caótico como aquella; pero ya —distinto de aquella— con un sentido propio, por esa peculiaridad en que se realiza, más aún en cuanto cubana. De hecho, Cuba es el punto crítico en que bulle occidente, sin poder concretarse por sus innúmeras contradicciones; que sólo pueden conciliarse en la integración funcional, a partir de una comprensión progresiva y dada de la realidad.

Esa progresión es la que aportaría el lenguaje, como su propio desarrollo y madurez, dada en su funcionalidad; y esta es la que residiría en su capacidad para reflejar lo real, en una estructura poética que devela el sentido de la vida. Esto es lo que reconoce trascendencia al arte y la literatura, explicando esos alcances de Cervantes y Shakespeare; como Georgina Herrera, cuya poética contrae los sinsentidos formales de la literatura cubana a su función existencial.

Recuérdese que la literatura cubana se ha distorsionado en el determinismo político desde finales del siglo XIX; cuando el simbolismo seudo realista se impone al naciente costumbrismo criollo, suscitando la crítica acerba de lo real. Este es el drama que se desenvuelve desde Cirilio Villaverde y Morúa Delgado, y se extiende por la novelística nacional; pero sin resolverse, porque la novela —distinto de la poesía— es demasiado susceptible a la interferencia del autor.

Por eso, la novela cubana sólo puede exponer esas contradicciones, pero no solucionarlas como sí la poesía; y esto no por sí misma o de hecho, sino en la medida en que esa poesía escape a ese mismo determinismo político. Eso lo hace Herrera, como el engarce que une los dos períodos de esplendor y decadencia de la cultura cubana; emergiendo como potencia que resume el primero, para concretarse atravesando toda dificultad en el segundo. La trascendencia innegable de Cervantes y Shakespeare está dada por su inmanencia, no menos innegable; la de Georgina Herrera está por ver, pero como aquella reside en esta naturaleza existencial —no política— de su poesía.

En los tres casos, es la perdurabilidad lo que garantiza esa función de la forma, ya excelente en su valor propio; en este último caso por esa terca existencialidad que la adensa, más allá del florilegio político y hasta de la frase hermosa. La poesía de Herrera establece una hermenéutica desde la que reflexionar la existencia de la nación en su cultura, ese es su valor; y es funcional, cumpliendo el reclamo de Morúa a Villaverde, con esa integración efectiva del margen político en su existencialidad; no ya como negro —aunque sí por negro— ni como mujer —aunque sí por mujer—, en su extrema humanidad.

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