De la serie Georgina Herrera II
El problema con esto es la reducción de los fenómenos en
términos absolutos, como nada lo es en la realidad; lo que es grave, tratándose
de conceptos porosos como el de racismo, en toda su variación de Cuba a Estados
Unidos. En este sentido, la afirmación de Cuba como el país más racista del área
antes de 1959, es tendenciosa[2];
obviando la excepcionalidad etnográfica estos países —en un Caribe genérico—,
incluyendo el racismo mestizo en Haití y Jamaica.
Desde ahí, hay suficientes incongruencias en esa
proyección gubernamental, como para dudar de estos parámetros; como la
configuración racial de su clase dirigente, o la vigilancia de las las élites
intelectuales extranjeras y la propia. Esto es especialmente importante
respecto al problema racial, porque lo constriñe a esta proyección
gubernamental; que siendo racialmente definida por esa abrumadora mayoría
blanca de su dirigencia, repercute en esta inconsistencia suya.
Esa solidaridad sin embargo, sí excede ese intercambio
interesado y comprensible de los afro norteamericanos; y permea la política del
Caribe negro, sin que siquiera pueda explicarse en un intercambio de ese tipo,
más allá de la misma retórica. Así, la comprensión del problema racial cubano debe
construirse desde la base, porque su tradición fue interrumpida; lo que de
hecho le permitirá una mayor objetividad, a proyectarse incluso
transnacionalmente, en una madurez del fenómeno; reconociendo el problema como
cultural antes que político, en su proyección popular —no del décimo
talentoso—.
Este es el caso del arte —sobre todo la poesía— por la
inconvencionalidad existencial de su reflexión de lo real; que le permite esa
circunvalación de toda convencionalidad política o ideológica, en su
existencialismo. Por supuesto también, eso sólo en tanto el arte no pierde su
carácter popular, y rehúya esa convención especial de la ideología; que como
falsa experiencia existencial, impone desde lo hermenéutico esa
convencionalidad de lo político. Este es el valor del trascendentalismo en
Georgina Herrera, reteniendo lo existencial en su subrepticia marginalidad;
como el referente inmediato de su inmanencia, que así no hay que buscarla en la
consistencia aparente de lo ideológico.
Esto permite a Georgina escándalos como la identidad con
héroes dudosos como Nzinga Mbande, impensables en la ortodoxia teológica; o su
compleja concepción de la maternidad, que incluye el desdén a la mujer estéril
y la violencia de su propio poder. Corrigiendo entonces los excesos del materialismo
histórico, la trascendencia es una condición de lo inmanente; con toda
trascendencia como una experiencia existencial antes que política, como en este
caso de Georgina Herrera.
[1] . Cf:
Introducción a la trialéctica de lo real y la cuestión tricotómica, en Elenigma Morúa Delgado.
[2] . Se
trata de una reducción clásica, contraponiendo al negro como popular a la
burguesía blanca; partiendo del mimetismo de la alta y mediana burguesía,
respecto al segregacionismo norteamericano; pero obviando los espacios
marginales, en que negros y blancos trasegaban comportamientos, al punto del
mestizaje general de la población. // Cf: Manuel Granados, Apuntes para unahistoria del negro en Cuba.
[3] . Se
trata de la clase media superior como falsa burguesía, que es falsa en tanto no
se establece como clase por su poder de producción sino de consumo. En este
sentido, es especialmente chocante el desdén con que critican los trabajos
manuales y de servicios a que se ve obligado el proletariado; cuando como
identificación de clase —y desde la llamada moral socialista—, estos deberían
ser los privilegiados, mostrando su inconsistencia.
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