De la serie Georgina Herrera III
Ese tránsito es difícil, porque consiste en la superación de las condicionantes de esa integración, incluido el prejuicio racial.; lo que es apenas un proceso natural, en una estructura organizada en su estratificación, más allá de la justicia; que es una convención, propia de la aristocracia desplazada en que nace el liberalismo, como una especialidad política. Antes de la Modernidad, el espectro político no era marcado por la contradicción ideológica, que es abstracta; sino por las necesidades concretas y primarias planteadas por la existencia misma, no la convención política; que es moral, y por eso responde a reducciones funcionales de lo real, no a la realidad misma.
De hecho, una de las críticas a su primer poemario, sería
el de su desconocimiento de la circunstancia política; como remarcando esa
opción, que mantiene su poesía en el función reflexiva en que se puede
comprender efectivamente lo real. De hecho, el triunfo revolucionario la
expondría al desdén de sus funcionarios de cultura, curiosamente de mayoría
blanca; y su primer poemario terminaría siendo acogido por el grupo editorial
El Puente, engullido políticamente por esa misma altivez.
Con la consistencia de esa misma arrogancia, esos mismos
elitistas entonces criticarían el libro con mordacidad; descreyendo de ese
existencialismo, con el furor vanguardista de esa experiencia política del
momento. No importa el peso intelectual de todos ellos, es esa delicadeza
existencial de Georgina lo que perdura; por encima incluso de su mutilación
final, también política aunque ahora racial, y también por funcionarios de
cultura; cuando recluyéndola a la condición de escritora negra, la mantengan
atada al discurso con el que la habían desdeñado.
En eso consiste después de todo la maternidad, como el
objeto con que alcanza esa trascendencia, en su ser inmanente; es decir, como
su propia realización, que siendo personal involucra a todo el universo,
ajustándolo en torno suyo. Eso es lo que explica que aún con ese peso enorme,
esta maternidad es una proyección complementaria y no absoluta; que no la
desplaza sino la completa como amante, en una entrega total a relaciones
complicadas en su romanticismo.
Sólo el interés de manipulación política puede pretender
un exceso, como ese de ignorar su dimensión de amante; en la que —junto a la
maternidad— se realiza como mujer, pero sin permitir en esa dimensión ese
desplazamiento grosero por lo político. Este es el extraño engranaje que
explica la femineidad no feminista de Georgina Herrera, que tampoco es
convencional; porque ni es una niña enamorada sino una mujer madura en ello, ni
es una madre sacrificada sino en plenitud.
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