Elogio del vudú, o conclusión a la antropología política de Prince-Mars
De hecho, esta mayor eficiencia ontológica no sería
propia o exclusivamente africana, sino de toda cultura; incluso esa de
occidente, cuya entropía es sólo un proceso acelerado por la crisis que la
distorsiona, en la Modernidad. El valor aquí de la cultura africana es entonces
relativo a este proceso entrópico, como una adecuación suya; por la que podría
superar esta crisis, en una contracción a sus principios funcionales, con su
restructuración.
Ya estaría claro que
como crítico del positivismo extremo, Prince-Mars no es extra-positivista sino
sólo moderado; por eso parte de un error relativo, en la crítica al concepto de
fetichismo, con el que se distorsiona la religiosidad africana. La moderación
de Prince-Mars sería una intuición —no conceptualmente desarrollada— del
defecto del positivismo; adecuándolo entonces, antes que negándolo, en este
condicionamiento por la condición inmano trascedente de lo real.
El error ahí sería que el fenómeno es tratado como de
atribución de poderes antes que representación de estos; que es como funciona
el totemismo, en la simbolización de los fenómenos extrapositivos en que se
determina lo real. En este sentido, el término no es erróneo —aunque su
aplicación sí lo sea—, aludiendo al establecimiento de una realidad; que sería
la cultura, como realidad en tanto humana y no en cuanto tal, respondiendo a
las necesidades concretas de lo humano.
La crítica de Mars —de positivismo moderado en vez de
extra-positivista— va a la suficiencia conceptual de lo religioso; no a esta
función de redeterminación de lo real, que en ello deviene de valor humano
—distinta de en cuanto tal— como cultura. El principio al que se refiere Mars es a
la resolución de lo religioso en formas singulares, determinadas por el medio; lo
que es válido dentro de ese positivismo moderado, pero sin negar la extra-positividad
de esta función de lo religioso.
Esta distinción es importante, porque desde aquí
Mars va a desarrollar una suerte de apología de esa religiosidad; que
reduciéndola a lo político, va a responder también a su necesidad aparente como
fenómeno social; antes que a su consistencia gnoseológica, por la que
efectivamente puede corregir los excesos onto hermenéuticos de la filosofía
occidental. Para esto hay ya que dirigirse directamente a esta suficiencia,
incluso en la arqueología de sus prácticas tradicionales; que como
actualización de las de su origen africano, son en definitiva la forma efectiva
en que ocurre esta actualización.
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