La paloma de vuelo intelectual
A este tipo de incomprensiones podría deberse la
soledad histórica del negro cubano, que es en verdad política; y que este tiende
a protestar, sin que sin embargo haga algo por cambiar efectivamente esa
circunstancia. En primer lugar ahí está el resto de la negritud del mundo, por
la que no se sabe hacer escuchar; y la pregunta está entonces en si no se trata
de una incapacidad propia de quien lo necesita, antes que del mundo.
Por supuesto, para eso tendríamos que desarrollar esa
conciencia identitaria, desde la que hacernos escuchar; reconociéndonos en
ellos y a ellos en nosotros, por los problemas comunes y no por los ajenos, que
nos dividen. Eso sin embargo querría decir que no nos vemos diferentes de
ellos, y ya eso es otra cosa muy distinta; porque lo cierto es que los negros
cubanos gustamos de esta diferencia, que radica en no creernos tan negros como
ellos.
Incluso nuestra antropología es en realidad etnología,
con el negro como objeto pasivo de esa cultura; a la que aporta los mismos clichés
por los que protesta, reducido a la música, el baile y la poesía. En tiempos de
superficialidad, nadie ahonda en las profundidades semiológicas de ese aporte, que
trascienden la forma. Preferimos justificar —ahogando el resentimiento— la
vulgaridad a que se nos reduce, como falsa simpleza popular; haciéndole juego
al etnólogo que nos dice que somos distintos, más inteligentes, porque más
mansos.
Cuba es tan blanca como negra, pero también a la
inversa, no el sólo sentido de esa la falacia del mestizaje; en que como en esa
paloma de vuelo intelectual de Nicolás Guillén, ser negro sólo significa no ser
blanco. Se trata de un síndrome ya viejo, el llamado Bovarismo, de Jules
Gaultier a Arnold van Gennep y Jean Prince-Mars; así que es también hora de
superarlo, con una madurez no sólo intelectual —he ahí la trampa— sino sobre todo
existencial. Los negros somos negros, incluso si occidentales, con esa dualidad
maravillosa y no esquizoide que describió Du Bois; y los de Cuba tenemos la
potestad maravillosa de llegar frescos y últimos al baile, marcando el ritmo
por el que baile el mundo.
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