Wednesday, June 11, 2014

Elogio oportunísimo de Nancy Morejón


Una nueva conmoción ha ocurrido en la revista Unión, parece que cobrándose esta vez el puesto del amigo Carlos Velázquez; antes que a él, le ocurrió a Ernesto Pérez Chang con un número dedicado a los poemas del Aretino, y que causó polémica por su contenido. Las noticias achacan el descalabro esta vez a unos comentarios de Natalia Bolívar sobre ciertos personajes, de esos temibles que se gasta la cultura cubana; pero las culpas vuelven a llover sobre Nancy Morejón, que dirige la revista y la hace navegar más allá de las pretensiones y el esnobismo de sus editores. Vale aclarar que con Pérez Chang existe una relación cordial, y con Velazco una franca amistad que incluso se extiende por varias colaboraciones; pero con Nancy Morejón existe un amor sublime y a toda prueba, porque está sostenido en la admiración de quien ha sabido aportar lo mejor de sí, que es el propio desarrollo de su individualidad.

Francamente me habría gustado aconsejar al amigo Velazco sobre la conveniencia casual de haber sido negro alguna vez en su vida; porque de esa manera habría sabido distanciarse tanto de los idealismos traicioneros y vacuos como de la fatuidad de esas vidas entregadas a temas hípertrascendentes como la cultura nacional. Quien crea que Nancy Morejón es la censora que reina en la revista Unión es ingenuo o malevo, y desconoce a propósito las tenebrosas estructuras de las que él mismo participa; en las que toda frontera está muy bien delimitada, y quien participa del juego lo hace conociendo sus reglas. Exigir o siquiera esperar que un negro exponga su vida y su esfuerzo por el idealismo irresponsable de un blanco en Cuba es de un egoísmo criminal, no importa lo bien intencionado que sea ese blanco; porque tras la carrera exitosa de todo negro está el cúmulo de humillaciones solapadas y trampas que ha tenido que sobrevivir con tan sólo su humanidad como ayuda, no el apoyo de ninguno de ellos. De afrancesada la acusaron con aquel libro de Y Richard trajo su flauta, porque no reescribió el Songorocosongo a la vera de Ballagas; y tuvo la dignidad y la fuerza para persistir en su singularidad e imponerse incluso a las trampas de esa falsa valentía que tantas vidas y talentos se llevó por delante.


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Al amigo Carlos le deseo que pueda disfrutar ahora de esta inusitada libertad que le deja ese organismo tan anacrónico como temible, que ya ni pretende engañar a nadie sobre sus propósitos políticos; al resto, les deseo que tengan el valor de culpar al verdadero culpable, y que es ese sistema que todo lo corrompe, empezando por las propias libertades que ellos mismos están tan prestos a vender por espejitos. Lamento que Carlos cayera en esta escaramuza, después de haber sobrevivido a las trampas inevitables de esos perros de presa que por allá y por acá campean; pero espero que reciban por fin esa lección de la estolidez con que se mantiene la Morejón, peleando incluso con los brazos amarrados por lo único que vale la pena pelear y sobrevivir; y que es la propia humanidad de uno mismo, que es lo que honestamente se puede aportar sin caerle a mentiras al prójimo que se atreva a acercársenos.

Sunday, June 1, 2014

El banquete [frag.]

Es curioso —musitó Foción—, siempre movemos el eje de Maya con nosotros, sin preguntarnos si con ello no distorsionamos su órbita y con ella numerosos destinos; ahora entiendo la afirmación cabalística de los treinta y dos perfectos, pues cómo si no con ellos corregir constante la tensión de tanto forcejeo. Soy el otro, el vacío del que va a ser y que se ha perdido en sí, es decir, en mí mismo; mi nombre es Foción, que evoca vacío y honduras, el surco que mata o al menos intenta acabar al árbol con sus propios pies, y me he perdido abrumado por la sobrenaturaleza, que invoqué sin pensar que su nombre era Jiribilla, la faz de Dios que nos trueca como un diablillo africano que en definitiva es. Aquí estoy, pues he de esperar a que el que será sea por fin en la materia sofronética, y aceptándome se erotice de tanta plenitud que disfrute de mi amor; que es su propia sabiduría escondida, pues soy la oquedad del universo que fabrica el vacío justo para que quepa. Tú, sin dudas, eres Fritz el bueno, el incandescente, el más difamado de los castalios y probablemente el único que era castalio de cierto; astro giratorio enamorado del satélite misteriosamente a ti regalado; tu dios, el que te creó, a qué dudarlo, no era Dios sino un demiurgo, pues sólo un usurpante puede recorrer los caminos de forma inversa sin percibirlo; ya que la soberbia es como esos anteojos que uno se coloca al revés para ver a los antípodas como antipáticos. Sí, tienes razón —dijo Fritz—, soy el
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Tegularius, el que más sufriera la caída de Castalia, porque era la traición de Knetch, es decir, su desamor; como una liviandad que desconoce el espeso dedo de Dios, que es Eros y se diluye a sí mismo en la sola sonrisa de Psique.

¡Qué bien! —se regocijó Foción—, ¿pero, y perdona la insistencia, por qué era tan importante lo del alma y el cuerpo?; tal parece que te hubieras librado de todos los siglos transcurridos desde que los egipcios fabricaron con su arcilla puntiaguda la palabra Ka; que es el gato, como el doble silencioso que nos vela y casi habita en el más acá, para convertirse en el todo yo que somos después del abismo en que ofrendamos nuestro despojo a la del viento…

La Gran C...!

En la intensidad del hueco negro se fue formando el bolo, que se cubría de gases azufrados y espesos a medida que crecía con su materia protozoaria; la flora bacteriana saludó con una coreografía de cheerleaders la marcha triunfal de la inmensa bola, que se conducía medio por inercia y medio por la acción contractiva del túnel, desde su inmensa profundidad hacia la flor rosácea de labios latentes y cerrados en sí mismos, que sin embargo prometían lo exterior como una naturaleza. Los virus fueron convocados a integrarse, lo que hicieron presurosos y en formación perfecta, al paso de ganso; comandados por uno, especialmente maligno, que llevaba la secreta misión de mutar a una extraña forma pódica. Afuera, aliviado, Dios exhalaba una bocanada de eternidad, y el universo se ensanchaba una micronésima de segundo. 
Tomado de El banquete.

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