Del Ser
Por Ignacio T. Granados Herrera
Una mujer se tatúa una serpiente
o una tortuga —o un murciélago— en su muslo izquierdo o derecho, y cruza la
pierna mostrando el tatuaje con descuido; un poeta la ve, se obnubila con la
morbidez de esos muslos, incluso si decrépitos, y dice que Isis lo mira desde esas
piernas, a cuya dueña nombra —sin que ella se entere— Ingrid. Un hombre
aburrido recoge un papel desechado en la calle, piensa en la inconciencia
ciudadana, y nota las letras temblorosas; lee la fijeza —que puede ser
amenazadora o amante— de la diosa, cuyo busto le deslumbrara hace dos días en la
tarjeta de un museo. En realidad el busto era de Cleopatra y se
trataba de un dibujo que recreaba el estilo ptolemaico
como decadencia del arte egipcio en la renovación helénica; pero el tipo, que
es conserje en el museo, no sabe eso ni le importa, sólo asocia la postal con
el nombre de Isis flascheando sobre alguna vitrina, y por eso comprende un
misterio cosmológico.
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Decir que comprende para aludir
al golpe intuitivo de la corazonada puede ser excesivo, pero en realidad eso
tampoco importa; más grave sería la corrección necesaria que actualice las
referencias para evitar problemas, aclarando que donde dice cosmológico debe
decir epistémico. De modo que en su azarosa casualidad poco importa lo que de
hecho sea nada, pues más allá de eso lo importante es que significa; y aún eso
que significa tampoco es importante, de hecho también es casual y aleatorio,
sino que lo importante es el hecho mismo de la significación, con ese
dramatismo de la sinapsis que ocurre.
No es que el hombre sea la neurona,
porque tanto el trío de inocentes cómplices como el objeto del tatuaje y las
referencias serían la sinapsis misma; el sujeto de conocimiento, el ante real
al que le ocurren, tiene una vastedad más inmensa que la de Dios, que es una
propiedad suya. Así de desmesurado y terrible es el Ser verdadero, que la
divinidad terrible que a todos asombra con su potestad es apenas una propiedad
suya; como el nicho que nos acoge y protege en la inmensidad de ese ser tan inconcebible
que es inconcebible para el conocimiento mismo que es Dios, mirando sérpido
desde unos muslos.
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