La geografía ptolemaica se basa en
las cosmografías de Platón y Aristóteles, en las que la tierra no centra el universo;
el avance ptolemaico consistió en darle sentido práctico e inmediato,
introduciendo el método de coordenadas. Desde ahí, lo que se entiende por defecto
ptolemaico, haciendo de la tierra el centro del universo, quizás no sea tal;
sino que parece más bien una atribución de valor absoluto a lo que sólo tenía
valor relativo, al centrarse en la tierra como objeto.
Ese problema es común, y puede
aplicarse a la comprensión de lo real, más allá de los esquemas primarios; en
que planteado como naturaleza, se desconoce el carácter abstracto (y relativo)
de su objetividad. Así, el problema primero sería plantearse a la realidad como
naturaleza, como extensión en que se realizan los fenómenos como reales; ya que
lo real sólo existiría en la misma realización de esos fenómenos, y no fuera de
estos.
Eso no quiere decir que, como naturaleza,
la realidad carezca de valor objetivo, sino que ese valor sería relativo; al
consistir en una serie de características propias y comunes a los fenómenos
reales, susceptibles de sistematización. Lo que esto significa entonces, es que
lo real existe en sí mismo, por su propia realidad o consistencia; y que como
naturaleza sólo es comprensible para sus fenómenos mismos, como propia.
Desde ahí, el conjunto de los
fenómenos reales sólo tiene sentido como de sus relaciones entre sí, en esa
naturaleza; que además, en su valor propio sería caótica, ordenándose sólo en
esta comprensión, como este sentido propio. Eso sería su condición objetiva,
por supuesto y obviamente relativa, no absoluta; medible por los parámetros que
se puedan establecer como propiedades suyas, y sin otro sentido que este.
Eso permitiría conciliar lo real y
su comprensión, en parámetros de la física clásica (moderna) y cuántica
(postmoderna); en tanto la primera es la comprensión de su estado último y
apoteósico (determinado) y la otra de sus principios e indeterminación. El
problema ahí es plantearse a lo real como una cosa u otra, y no en esta
bivalencia, por su incomprensión; como una superposición de estados, en que lo
real existe como expresión de sus mismas determinaciones, en esos estados.
Ya los maestros árabes, que dieron
lugar al medievo, tuvieron ese problema con el realismo aristotélico; al tratar
de entender la determinación de la sustancia como proceso lógico, y no simple expresión
de estados. Es decir, que lo real existiría en la relación misma de sus determinaciones,
y no como producto de estas; respondiendo incluso al problema de la
indeterminación de la substancia, pero como condición básica de lo real.
Así, lo real sería siempre local, existiendo
desde su misma determinación, sobrepuesta entonces a esta; al estar dada por su
conjunto, desde el estado primero —como Potencia— y hasta su apoteosis, como
Acto. Todo esto se entiende desde la física de partículas, si se le aplica una
fórmula de lo trascendente, como matemática; comenzando por la substancia como
potencia, con su propia conjugación exponencial, en la afectación de la
cantidad (quanto).
En este sentido, la relación de las
partículas no tiene valor para lo real en su apoteosis (Acto), en tanto
Potencia; pero sí gnoseológico (referencial), siendo esta diferencia la que
permita su comprensión funcional, en estas determinaciones suyas. Como fórmula,
el conjunto de partículas (peculiaridades) sólo puede alcanzar tres veces su
cantidad (quanto) inicial; porque luego de estas habrá creado una nueva
dimensión (estado), con el que pasa a relacionarse, creando en ello un plus (+).
Ese plus sería la base de una nueva
dimensión (estado), en tanto expresión del anterior, como conjunto; que se
relaciona con cualquier otra forma equivalente y paralela, generada por ese
mismo conjunto; con los que forma entonces otra tríada (quántica), y por tanto otro
estado o dimensión, igual superpuesto. Sería así que se realicen los sucesivos
estados, no como determinaciones de lo real sino realidades cada uno en sí;
como un conjunto continuo de dimensiones, relacionadas a su vez entre sí, en
otra dimensión de lo real, como realidad.
El monstruoso conjunto total de
todas estas dimensiones sería así la realidad (lo real), desde su misma
determinación; comprensible en la representación de la espiral helicoide, pero
sin que pierda nunca su propio carácter caótico; al referirse a la
determinación de las cantidades como su propia determinación, en la relación de
estas entre sí. De este modo, no habría objetiva diferencia entre un átomo, una
partícula, una persona y una galaxia; porque todos y cada uno de estos sería la
expresión última de lo real, eruptado en el caos.
Esto permitiría de hecho comprender
el problema del espíritu en todas sus instancias, como real en sí mismo; como
expresión de algún estado de la materia, que se mantiene como propiedad suya,
en su determinación. Eso incluye la disociación eventual del fenómeno concreto
que expresa, sin que deje de ser su propiedad; en el mismo fenómeno del entrelazamiento
(no sólo quántico), como otro fenómeno de lo real, y real en sí, que así lo
expresa.