La ilustración de este fenómeno, estaría en el dilema
martiano, como sublimación del egoísmo de los patricios; tratando de embutir,
con la fuerza de su idealismo, toda la contradicción histórica del proceso
independentista. Recuérdese, Martí desconoció la voluntad popular de una
identidad española, reflejada en la masividad del voluntariado; y esa violencia
primigenia explicaría la insuficiencia posterior, acudiendo al intervencionismo
norteamericano.
Reducir los problemas del nacionalismo a la discusión teórica
en que se justifica, es entonces la debilidad de este libro; desconociendo la
realidad que se expresa en su historia, y que es en últimas su determinación antropológica.
Que la modernidad desconozca esta noción antropológica en su filosofía, es
apenas natural y lógico, en tanto moderno; pero que la postmodernidad en que esto
decae persista en esa omisión, daría cuenta de la fatalidad de esa
insuficiencia.

La escatología —que pretende este libro— no es sólo la ciencia
de la salvación, como trascendencia teológica; en ese sentido este libro se
dirigiría a lo que critica, multiplicando ángeles (conceptos) inútiles en el
abstraccionismo; pero la escatología es también la ciencia de los desechos,
como ese iluminismo que fallece con la modernidad. En principio entonces, este
libro se fascina como el catolicismo, con esa muerte a la que dice negarle la
victoria; no puede ser de otro modo, porque parte del convencionalismo que la
inflige, y que fue a lo que el Cristo opuso su escándalo y locura.

Entre los errores históricos del libro, destacan las
reducciones también típicas sobre el exterminio indígena en Cuba; que desconoce
su relativo despoblamiento inicial, dado el estado de la ocupación taína durante
la colonización. Más grave es la reducción de su estructura económica al modelo
de la plantación, como determinante de la cultura cubana; cuando el modelo de
plantación no sólo es posterior a la ocupación inglesa (1762), sino que también
es parcial; excluyendo lo que podría ser incluso el primer conflicto del
capitalismo de estado en el nuevo mundo, sobre el estanco del tabaco (1717-23).
De ahí a los errores lógicos de la filosofía moderna del
análisis, hay que superponer sus pretensiones de alcance; que condicionan su
objetividad en una data confusa, de valor tan ideológico y parcial como el que
critica. Ya acercamientos anteriores, como el de C. L. R. James en Los jacobinos
negros, cayeron en esa generalización economicista; ignorando la organización
medieval de la expansión española en la estancia, como cultura que deriva en el
patriciado, incluso el que deriva en plantacionista.
Eso explicaría diferencias funcionales con la burguesía
norteamericana, en la base de las contradicciones de la república; que no es
reducible a una abstracción universalista, por la extrema complejidad en que se
expresa. El problema estribaría en que la plantación es el modelo que conocen y
discuten los intelectuales del siglo XIX; no el que vive la población real,
sedimentado desde el siglo XVI como carácter popular, incluso en su patriciado.

La estancia sería la base —como determinación— económica
del individualismo cubano, como de toda otra cultura; en crisis precisamente en
el siglo XVII, con los problemas finales del feudalismo europeo (Westfalia)
como occidental; sólo que desconocida por su intelectualidad, como también es típico
y recurrente, por su especialización de clase. Por eso, postular una
precariedad del individualismo en Cuba por su determinación económica, es otra
ficción intelectual; que ilustra ese distanciamiento —propio del pensamiento
moderno— de lo real, centrado en sus objetos conceptuales.
Por eso también, es igual de escandalosa la también
típica reducción al economicismo de Moreno Fraginals; que es importante, pero
excluye el carácter exógeno de esa estructuralidad, derivada de la debacle
haitiana. Incluso aquí, el plantacionismo se desarrolla más hacia Occidente —por
la influencia inglesa— que hacia Oriente; donde la migración franco-haitiana se
adapta —en su propio contrapunto— a la producción cafetalera, más estanciera
que plantacional; porque el contrapunteo cubano no es dicotómico sino
tricotómico, mediado por el contrapeso del café en Oriente.
No será casual entonces que la ilustración cubana sea
mayormente occidental, ignorando al resto del país en su idea; como refleja la
desproporción geográfica, de la primera convención constitucional cubana, en
Guáimaro. Véase esto en la reducción del sujeto nacional al habanero,
amurallado con la recuperación de la capital de la ocupación inglesa; en un
país cuya extensión y configuración física lo divide en tres regiones, no sólo
geográficas sino culturales.
Continua