Saturday, April 12, 2025

¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana III/III

Aquí nacería entonces la ficción del problema, que impide la concreción política del mestizaje cultural en Cuba; desde el teorema del miedo al negro, que no es tan económico como teórico, comunicado a la clase popular por su intelectualidad. Muy probablemente, estos errores de sistematización histórico-teórica se deban a la presión del prejuicio político; que con su objeto en el mito fundacional de la revolución cubana, no entiende que este responde al de la nación misma.

Otro error sería lo que los autores llaman ausencia de autoctonía, al reconocer la presencia inevitable del negro; que sin embargo persiste en desdibujarlo como sujeto antropológico, portador de una cosmo-ontología singular. Es el desconocimiento de esa peculiaridad cosmológica lo que desdibuja los perfiles de lo nacional, como un ente abstracto; así desconectado en esa abstracción de lo real, en lo que desconoce la amplitud de sus recursos existenciales.

Ejemplo de esa suficiencia cosmo-ontológica del negro, sería la reorganización del panteón africano original; en una modificación del cristianismo, que convierte su soteriología en el valor inmediato de su praxis existencial. Nada de eso responde a los entramados artificiales del comercialismo moderno, que sostiene a esa ilustración; más incluso que a la burguesía —en función de aristocracia— que la produce, en su relación directa con la clase popular.

Desde esa organización cosmológica como hermenéutica, calificar lo negro como accidental es escandaloso; no importa si —o precisamente por— asociado a ese miedo al negro, tan intelectual como el Saco que lo postula. La importancia del negro en Cuba es antropológica y no política, porque la cultura política cubana —no su antropología— es ficticia; su inmadurez se debe a este desconocimiento de su artificialidad, en la especialización intelectual de su clase media.

Observando el alcance etnogámico con que se estructura Cuba, es obvio que el de raza es un concepto insuficiente; que debe esa incapacidad funcional precisamente a su origen ilustrado, en ese exceso del Barroco que es el pensamiento neoclasicista. En ese sentido, resaltarían los abusos referenciales a la dialéctica hegeliana del amo y el esclavo, que ya era abusiva; afirmando el tópico de la resistencia como cultura con lo que se salva la perversión revolucionaria como ideología.

Tampoco el concepto de transculturación de Fernando Ortiz tiene esa connotación negativa del exterminio; sino que —contra el mismo Ortiz— responde a la reorganización de la cultura como realidad, que diluye pero no extermina lo indio; probablemente desapercibido por su escasa densidad demográfica, respecto a casos como el de Borinquen y Quisqueya. La presencia taína en Cuba no sobrepasaba al Camagüey, una extensión ya mayor que las de Quisqueya y Borinquen; haciendo que su impacto cultural —lejos del metropolitanismo comercial borinqueño— sea más débil incluso que relativo.

Así, en general y también como principio hermenéutico, el libro es demasiado inmerso en una subjetividad cubana; falla en sobreponerse a la grandilocuencia de su intelectualidad, sobre el artificio de su metropolitanismo. Falta entonces la modestia con que percibir la realidad, en vez de desplazarla con la excelencia de su racionalización; que en la naturaleza excesiva del neoclasicismo que lo determina, no puede sino multiplicar los ángeles en ese alfiler.

Hay por último un pequeño error, que identifica a Bartolomé de las Casas como franciscano en vez de dominico; pero que es revelador en esa superficialidad, porque en la misma línea reconoce la dominica de Antonio de Montesinos. Esto se debería claramente a la naturaleza secundaria —o terciaria— de las fuentes, que pone en duda todo el análisis; haciendo de este un libro de currículo más que para la lectura, bajo ese lema universitario —el anti Occan— de publica o perece. Con 175 páginas, este libro ha producido cinco de crítica contra los principios hermenéuticos de sus primeras treinta; es hora de que el espíritu Occan guarde fatigado su navaja, no importa la ilusoria proliferación de ángeles en su irrelevancia.

FIN

¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana II/III

La ilustración de este fenómeno, estaría en el dilema martiano, como sublimación del egoísmo de los patricios; tratando de embutir, con la fuerza de su idealismo, toda la contradicción histórica del proceso independentista. Recuérdese, Martí desconoció la voluntad popular de una identidad española, reflejada en la masividad del voluntariado; y esa violencia primigenia explicaría la insuficiencia posterior, acudiendo al intervencionismo norteamericano.

Reducir los problemas del nacionalismo a la discusión teórica en que se justifica, es entonces la debilidad de este libro; desconociendo la realidad que se expresa en su historia, y que es en últimas su determinación antropológica. Que la modernidad desconozca esta noción antropológica en su filosofía, es apenas natural y lógico, en tanto moderno; pero que la postmodernidad en que esto decae persista en esa omisión, daría cuenta de la fatalidad de esa insuficiencia.

La escatología —que pretende este libro— no es sólo la ciencia de la salvación, como trascendencia teológica; en ese sentido este libro se dirigiría a lo que critica, multiplicando ángeles (conceptos) inútiles en el abstraccionismo; pero la escatología es también la ciencia de los desechos, como ese iluminismo que fallece con la modernidad. En principio entonces, este libro se fascina como el catolicismo, con esa muerte a la que dice negarle la victoria; no puede ser de otro modo, porque parte del convencionalismo que la inflige, y que fue a lo que el Cristo opuso su escándalo y locura.

Entre los errores históricos del libro, destacan las reducciones también típicas sobre el exterminio indígena en Cuba; que desconoce su relativo despoblamiento inicial, dado el estado de la ocupación taína durante la colonización. Más grave es la reducción de su estructura económica al modelo de la plantación, como determinante de la cultura cubana; cuando el modelo de plantación no sólo es posterior a la ocupación inglesa (1762), sino que también es parcial; excluyendo lo que podría ser incluso el primer conflicto del capitalismo de estado en el nuevo mundo, sobre el estanco del tabaco (1717-23).

De ahí a los errores lógicos de la filosofía moderna del análisis, hay que superponer sus pretensiones de alcance; que condicionan su objetividad en una data confusa, de valor tan ideológico y parcial como el que critica. Ya acercamientos anteriores, como el de C. L. R. James en Los jacobinos negros, cayeron en esa generalización economicista; ignorando la organización medieval de la expansión española en la estancia, como cultura que deriva en el patriciado, incluso el que deriva en plantacionista.

Eso explicaría diferencias funcionales con la burguesía norteamericana, en la base de las contradicciones de la república; que no es reducible a una abstracción universalista, por la extrema complejidad en que se expresa. El problema estribaría en que la plantación es el modelo que conocen y discuten los intelectuales del siglo XIX; no el que vive la población real, sedimentado desde el siglo XVI como carácter popular, incluso en su patriciado.

La estancia sería la base —como determinación— económica del individualismo cubano, como de toda otra cultura; en crisis precisamente en el siglo XVII, con los problemas finales del feudalismo europeo (Westfalia) como occidental; sólo que desconocida por su intelectualidad, como también es típico y recurrente, por su especialización de clase. Por eso, postular una precariedad del individualismo en Cuba por su determinación económica, es otra ficción intelectual; que ilustra ese distanciamiento —propio del pensamiento moderno— de lo real, centrado en sus objetos conceptuales.

Por eso también, es igual de escandalosa la también típica reducción al economicismo de Moreno Fraginals; que es importante, pero excluye el carácter exógeno de esa estructuralidad, derivada de la debacle haitiana. Incluso aquí, el plantacionismo se desarrolla más hacia Occidente —por la influencia inglesa— que hacia Oriente; donde la migración franco-haitiana se adapta —en su propio contrapunto— a la producción cafetalera, más estanciera que plantacional; porque el contrapunteo cubano no es dicotómico sino tricotómico, mediado por el contrapeso del café en Oriente.

No será casual entonces que la ilustración cubana sea mayormente occidental, ignorando al resto del país en su idea; como refleja la desproporción geográfica, de la primera convención constitucional cubana, en Guáimaro. Véase esto en la reducción del sujeto nacional al habanero, amurallado con la recuperación de la capital de la ocupación inglesa; en un país cuya extensión y configuración física lo divide en tres regiones, no sólo geográficas sino culturales. 

Continua

¿Escatología cubana? Occan navajea sanguinario ángeles sobre la Habana I/III

Lo más sorprendente de este libro, sería la profundidad filosófica que propone para la comprensión de la historia; su propuesta de entrada es una ontología de la historia, no la historia misma, sonando como una fenomenología del espíritu. Para ello sin embargo, parte de los debates teóricos sobre la política, con su rosario de referencias a autores postmodernos; con lo que se encierra en el fatalismo hermenéutico de esos debates, que es sobre conceptos, no sobre realidades.

Contra ese absurdo fue que blandió Occan el filo racional de su navaja, en aquel tiempo absurdo de los universales; instrumento mellado por el racionalismo moderno —que no fue racional—, y oxidado luego en las teorías postmodernas. Eso es lo que no resuelve este libro, planteándose como racionalización de esa irracionalidad, que serpea entre teorías; con una organización de los problemas históricos, resumibles en el trascendentalismo histórico del idealismo moderno.

La dificultad podría residir precisamente en ese pretensión de escatología, que es todavía historicista y no antropológica; porque en su naturaleza ilustrada, se trata de una extensión de los debates eruditos del siglo XIX, no su solución. Eso no es poco, como una contracción que en definitiva se agradece, a los mejores tiempos del pensamiento cubano; sólo que aquellas aguas trajeron estos lodos, como en todo occidente, del que Cuba es una ínfima expresión.

El libro tiene críticas válidas, como ese trascendentalismo, que desde Kant subordina al individuo a lo social; pero metaforiza ese colectivismo forzoso como tribal, en una de las reducciones más excesivas en su racionalismo. La alusión es claramente a una premodernidad del concepto de nación, que obvia el problema que pretende resolver; en tanto se trata de un afianzamiento del poder de las coronas sobre la aristocracia feudal, con la soberanía.

Desde ahí, la metáfora del nacionalismo como tribal es también errada y excesiva, desconociendo su naturaleza; primero, por la funcionalidad de las relaciones tribales, en la matrilinealidad y la geronto democracia; e inmediatamente, en el determinismo político que disuelve a esta función en Occidente, con la patrilinealidad. Eso por ejemplo, es un elemento de valor transhistórico en lo antropológico, pero realizado históricamente; cuando el establecimiento de la sociedad feudal la estructura en esa patrilinealidad, en su convencionalismo político.

Esto hace que la propuesta de estos autores carezca de una base ontológica, como esa antropología que necesita; y que suple con figuras literarias, como el fatalismo político de Novas Calvo en un homenaje a Moreno Fraginals. No es que la literatura no tenga este recurso, como prueba el esteticismo de de Lezama Lima, con todo y sus defectos; es que aquí no se organiza, como ese drama existencial, con que Lezama resuelve las dicotomías de Herman Hesse.

En este sentido, este libro es como una contracción a esas dicotomías hessianas, que es su defecto filosófico; en tanto sólo actualiza —mientras expande— el reduccionismo que diera lugar a Hesse, desde el cristianismo de San Agustín. La misma idea de que Cuba cuestione su legitimidad ontológica sería una fantasía intelectual, asumiendo que tiene una ontología; si de hecho carece de ese orden en su tradición intelectual, que imponga alguna suficiencia a su determinismo político.

Otro error de este acercamiento, es la atribución de una naturaleza cultural y no política al nacionalismo cubano; como si no derivara del anexionismo decimonónico, que respondía a los intereses económicos de la sacarocracia. Asumir que el nacionalismo responde a una idea romántica, es todavía legitimar en la inocencia su mito fundacional; en ese mismo trascendentalismo histórico que critica como tribal, cuando carece de inmanencia para ese tribalismo.

Así, como crítica a ese supuesto romanticismo, se le reduce lo nacional a su expresión territorial, en la raza y la lengua; cuando sólo justifica el interés económico, como verdadera volición del patriciado, a la que arrastra a la masa popular. Ciertamente no se trata de un ideal de justicia, que como convención es otra abstracción, convencional y trascendente; sino de la inmanencia de unas necesidades de clase muy definidas, que así se justifican en su trascendencia posible.

Este error provendría de sus referentes en el Idealismo, dando por suficiente la consistencia de los conceptos; sin atender a la relatividad con que estos son derivados del sujeto —no del objeto—, como convención. Desde ahí, si el realismo puede aspirar a una objetividad relativa, el idealismo deviene en subjetivista; justo por atender a la racionalidad de sus objetos como suficiente, antes que a su función como reflexivos.

Continua

Sunday, April 6, 2025

El leopardo (Reseña)

Por Pablo de Cuba Soria

En la novela de Lampedusa, la aristocracia siciliana muere con una elegancia digna de una decadencia autoconsciente. Su caída es una sinfonía menor, lenta, cargada de una belleza que se sabe terminal. El príncipe de Salina, ese felino fatigado, no resiste la modernidad: la contempla, la tolera desde el desprecio calmo de quien sabe que su tiempo ha pasado. Es una danza con la muerte, hecha con pasos de vals y resignación. Nada de eso sobrevive en la adaptación de Netflix.

La serie The Leopard no captura la decadencia, solo (apenas) la ilustra. Es un montaje de estampas bellas, un desfile de palacios lustrados y trajes que gritan presupuesto. Kim Rossi Stuart, como el Príncipe, camina entre escenas con la gravedad de un actor que ha comprendido las palabras, pero no el contexto originario que las habita. Hay gestos, hay encuadres, hay música de cuerda: falta la muerte invisible que atraviesa cada línea del texto original.

Angelica, interpretada por Deva Cassel (hija de la divina Mónica Bellucci), es solo superficie. Donde debería haber ambigüedad, deseo, una sensualidad impregnada de oportunismo, hay solo una figura hermosa, congelada en sus poses de Only Fans. La serie, temerosa del ritmo lento que exige la verdadera melancolía, acelera, recorta, estetiza. En lugar de presentar un mundo que se desvanece, construye uno que nunca existió.

Las referencias históricas se deslizan como telones de fondo, no como fuerzas vivas. La unificación de Italia, esa tragedia disfrazada de progreso, aparece como contexto decorativo. No hay verdadera tensión entre lo viejo y lo nuevo, solo una exposición de contrastes que no se tocan. Es una serie que se complace en su propia producción.

El problema no es que The Leopard sea una mala serie. Es una buena serie disfrazada de gran arte. La novela era un epitafio escrito con orfebrería. La serie captura el contorno, pero ignora el espíritu de la Letra. Y en su afán de representar la belleza de lo que desaparece, termina por desaparecer lo bello.

Visconti, en cambio, comprendió lo esencial. Su adaptación de 1963 no intentó traducir la novela, sino convocarla. Su cámara se mueve como si danzara con la muerte misma, otorgando a cada encuadre el peso del tiempo que se extingue. Burt Lancaster, improbable Príncipe, logra encarnar la dignidad herida y la fatiga de clase sin necesidad de subrayar nada. La escena del baile final —larga, hipnótica, casi funeraria— es más fiel al espíritu de Lampedusa que cualquier reconstrucción literal. Visconti no estetiza la decadencia: la respira. Y al hacerlo, logra lo que la serie de Netflix ni siquiera intenta: saber que todo cambia solo para que nada realmente lo haga.

Una adaptación digna de Il Gattopardo debería entender que la verdadera tragedia no es la pérdida del poder, sino la conciencia de que la historia continúa sin necesidad de nosotros. Netflix, en cambio, ha hecho lo que hace mejor: reemplazar la memoria por estética, la profundidad por velocidad, el arte por contenido.

Quizá no nos quede más que aceptar esta adaptación con el mismo espíritu con el que el príncipe de Salina observa la llegada del nuevo orden: sin ilusiones, sin esperanza, pero con una suerte de resignación elegante. Porque si todo debe cambiar para que todo siga igual, entonces también estas adaptaciones, vacías y brillantes, son parte de ese eterno retorno. Y tal vez eso también merezca ser contemplado, aunque sea con la melancolía de quien ya no espera nada.

Saturday, April 5, 2025

Westfalia 2025

Todas las estructuras imperiales se han sostenido siempre en la fuerza, no el comercio, y eso significa en la guerra; sin embargo, es el comercio y no la guerra lo que les da consistencia, por su capacidad infraestructural. Eso habría sido exactamente lo que cambia con la formación de Occidente, durante su restructuración medieval; en que contraído el comercio, es la fuerza militar lo que cumple esa función infraestructural, con las relaciones feudales.

Esto explica la naturaleza bélica —no ilustrada— de la modernidad, que acude a la Ilustración para justificarse; después de todo, esa violencia proviene de la virulencia del Cristianismo, que muestra su pasionario en órdenes guerreras. El sistema es perverso, que construyendo grandes catedrales teológicas de la Caridad, para justificar su violencia; con paradojas groseras como el pasionario místico de sus santos, que se expresa políticamente en la Inquisición y la Contrarreforma.

Desde esa perspectiva, la paz que sigue a la II Guerra Mundial es imposible, como muestra la realidad ideológica; en que la guerra pasaría a hacerse sorda —con el eufemismo de fría—, contenida por su misma violencia infraestructural. De ahí entonces la precariedad creciente que siguiera a esa llamada guerra fría, entre las calculaciones políticas; con estados Unidos creyendo que era otra cosa que el ejército europeo, hasta que la crisis de Ucrania aclarara las cosas.

La voluntad europea de continuar la guerra, aún con su dependencia de Estados Unidos, prueba lo que es esa alianza; una estrategia, tan sorda como el eufemístico equilibrio de la postguerra, en que Europa cede el frente pero no la voluntad. El problema es el desequilibrio, provocado por sus propias maquinaciones, con esa dependencia de estados Unidos; y que obliga al viejo continente a refeudalizarse a la carrera, en medio de sus propias contradicciones populistas.

Por supuesto, ni Europa ni Estados Unidos contaban con la retracción del votante norteamericano contra ese feudalismo; en un sistema más complejo por sus contrapoderes, que la prepotencia del absolutismo ideológico europeo. El problema es que estados Unidos es el resultado de las contradicciones europeas, no su continuidad como naturaleza; por eso, antes que como la utopía humanista de la clase media, es el reino de la burguesía, con su origen proletario.

El votante norteamericano tiene el poder que no tiene el europeo, porque su origen no es feudal sino republicano; y eso significa que no se constituye en el forcejeo medieval de sus señores de la guerra, sino del contribuyente; que puede ser corrompido en su desclasamiento, pero puede retraerse a esa naturaleza propia, negándose al juego. Eso es como una deserción de los ejércitos europeos antes de Westfalia, con todos sus reyes enfrentados entre sí; un escenario todavía imposible, pero no menos que esa paz de 1648, con ese mismo carácter de ficción política.

Es poco probable —hasta lo impracticable— que Estados Unidos abandone a Europa, como su campo de prueba; que es por lo que Europa no comprende su debilidad, creyendo que puede manejar efectivamente los hilos norteamericanos. La alianza europea es el campo de la industria militar norteamericano, con su carácter comercial antes que bélico; y esa diferencia en el objeto, es el cambio de grado en el desarrollo de Occidente, que culmina su transición medieval.

Estados Unidos es la república imposible a Europa, porque Europa es la contradicción bélica que la sostiene; y es de esta unidad, en una expresión política común, que se forma esa extensión caótica que es Occidente. Por supuesto, es demasiada contradicción para sostenerse por demasiado tiempo, y ya esto sobrepasa el medio milenio; sobrepasando incluso esa capacidad infraestructural de su comercio, artificial e inflacionario, basado en el consumo.

Friday, March 21, 2025

En la muerte de Gloria Leal

Esto es una nota personal, como no acostumbro a hacer, pero que debo por todo lo que significó Gloria Leal; un mártir y símbolo de la cultura miamense, en esa amalgama extraña de las páginas de El Nuevo Herald. En el 2004 colaboraba yo con Carlos A. Díaz Barrios, haciendo su colección de clásicos El anillo de Proserpina; unos libros entre lo artesanal e industrial, con tiradas pequeñas, en que publicábamos clásicos de la literatura occidental.

Los libros eran hermosos y extraños, por lo artesanal, que los hacía casi únicos aunque seriados en el diseño; en el que superponíamos toda la imaginería poética de Occidente y extremo oriental, con énfasis en el grabado. Lo que hacíamos entonces era una suerte de Libro de las maravillas de Boloña, con ese nivel de exaltación casi mística; como experiencia a la que no dudó en aferrarse Gloria Leal, en esa forma práctica del patrocinio que fue Artes y Letras.

Por supuesto, aquello no resistió el embate de la envidia y la mediocridad, embozados en ridículas conspiraciones; y ni ella, temida por su carácter, experiencia y autoridad, pudo evitar el alud que nos arrollaría de vuelta a lo normal. No obstante, leal a su nombre, ella mantuvo su apuesta en todas las formas que pudo, y por todo el tiempo que pudo; por encima incluso de la inexperiencia, por la que yo le demostraba el daño que hacía el periodismo al arte y la literatura.

Fruto de esa fructífera admiración, surgió Cartas para Gloria, un triduo ensayístico en que yo organizaba mis teorías; un tomillo farragoso, por los párrafos enormes y encabalgados con que yo ignoraba terco sus avisos sobre periodismo. Por sobre todas las cosas, lo recibió con la gracia con que los grandes reconocen los homenajes, aún si torpes; señalándome con el dedo las erratas que yo juraba haber purgado para darle en la cabeza, con aquella sonrisa de superioridad.

Sin duda alguna, su estoicismo tenía algo de esa esperanza en que la clase media ignora su decadencia inevitable; pero ese gesto suyo era noble en el patetismo, no de falso trascendentalismo sino natural en su magnificencia. Ella creía en ese modelo de intelectualidad moderna, y era consistente en sus esfuerzos, que no escatimaba; incluso en la displicencia en que aceptaba los premios hipócritas con que la trataban de sobornar, sabiendo más que eso.

En una ocasión, hastiado de la hostilidad ambiente, renuncié a aquellas páginas que generosamente me había abierto; pero ella danzó el minué más estilizado —demostrando en qué consiste el poder—, atrapándome en mi propia arrogancia. Ahora ha muerto, y esta ausencia suya sólo se compara a la de Juan Manuel Salvat y Lesbia Orta de Varona; gente incomprendida en su convencionalidad aparente, cuya escondida excepcionalidad marca a la cultura local.

Friday, March 14, 2025

La vieja clase III, epílogo de Marianne

Todo esto significa que esa clase media sí es necesaria, por esa mediación entre los intereses populares y oligárquicos; pero esta función se revierte en la distorsión toda de la estructura, con el crecimiento desproporcionado de esta función; que en tanto administrativa no es propia de la expresión política, sino infraestructural, como en la geronto-democracia tribal africana. No se trata de una idealización de este tribalismo, que no puede evitar erupciones imperiales como la congolesa; pero sí una observación sobre esa estructura de la sociedad moderna, distorsionada primero en potencia por el comercialismo; y luego efectivamente, por la emergencia de esta clase, que justifica en el trascendentalismo su naturaleza parásita.

Como contraste, obsérvese que la diferencia con la geronto-democracia tribal africana radica en su economía; resuelta como de subsistencia, también con un principio de acumulación de riqueza, pero no de expansión comercial. Obsérvese también que, en la antigüedad, los filósofos occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este trascendentalismo; pero en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el desplazamiento por esta de esa aristocracia.

De ahí la extraña simbiosis, en que confluyen la aristocracia y la monarquía, proveniente de esta aristocracia; subvencionando respectivamente a la burguesía y la clase media, en la proyección de sus propias contradicciones; cuando originalmente la segunda fuera creada por la monarquía, mientras que la aristocracia se funde eventualmente con la primera. El problema aquí es entonces que es la clase media —no la burguesía— la que define la cultura política moderna; incluida su dicotomía recurrente entre socialismo y capitalismo, empujando al proletariado contra la burguesía.

Eso podrá hacerlo, por su dominio de la economía, no basada en la producción industrial sino en el consumo; en cuya administración restructura la sociedad, con esa contradicción artificial de los modelos políticos. Véase que esta diferencia entre los modelos políticos socialista y capitalista es artificial y aparente, no efectiva; ya que igual ambos se resuelven en el mismo sistema económico, basado en el consumo y resuelto tecnológicamente.

La diferencia entre esos modelos no es substancial sino de grado, con la regulación y liberación respectiva del consumo; intensificado —luego de la depresión medieval— con el intercambio desde el llamado nuevo mundo, dirigido al consumo; pero ya como base de Occidente, desde la expansión fenicia sobre Micenas, y retomada con el eje comercial flamenco veneciano. Además, por su especialidad en la administración, esta clase es intercambiable entre ambos modelos políticos; definida por esa especialidad en que controla la estructura social, administrando sus medios de producción; que así no necesita poseer (Djilas), y cuyo manejo legitima en su representación trascendentalista del proletariado.

Esta es entonces la clase que se establece como élite especializada, en esa administración de la sociedad socialista; y que no es por tanto una clase nueva, surgida en la corrupción del proletariado, sino la misma y ya vieja clase media; que ha conseguido el desplazamiento definitivo de la burguesía, con su propia entronización como poder metropolitano. Lo que distinguirá a esta clase media será su adaptación a la cultura postmoderna, en esa contradicción de la burguesía; ya desde una posición establecida y no emergente, con una referencia propia incluso, en los estados socialistas.

Es desde ahí que esta clase media se ofrece como vía de desarrollo social a los ciudadanos, alternativo a la burguesía; con un crecimiento exponencial de esta especialización, que corta proporcionalmente el de la clase burguesa. El problema será siempre su improductividad, por la que no puede sostener su modelo económico, basado en el consumo; pero sin que lo pueda comprender nunca, ya que su trascendentalismo —propio de la tradición Idealista— no es pragmático.

Será por eso que la tensión política sólo pueda sostenerse en el modelo capitalista, en la contradicción de la burguesía; que es la que retiene alguna capacidad de producción, con la que alimentar el consumo, siquiera en el endeudamiento; que es la estrategia económica desde la crisis de la monarquía francesa, cuando el ministro de finanzas era un banquero. No obstante, esta contradicción sólo tiene sentido mientras se mantenga el objeto socialista, eventualmente triunfal; produciendo esas contradicciones, con su desclasamiento del proletariado, finalizando en ello la entropía occidental.

Final

 

La vieja clase II, el caos recurrente

Se parte entonces de la rigidez de la monarquía francesa, como lo que empuja a su aristocracia hacia la clase media; que en su especialidad intelectual desde la estrategia carolingia, se establece definitivamente como política; definiendo con ello la cultura política de la Modernidad, con esa contradicción artificial del humanismo liberal. Esto se debe a la dependencia de la monarquía de la burguesía, contra los intereses de esa aristocracia tradicional; a la que sustituye funcionalmente con la burguesía, transformando el capital, de militar por el financiero.

La diferencia estriba en que con eso, la monarquía no depende de la alianza con la aristocracia, que proveía sus ejércitos; que como la moneda de cambio de las transacciones políticas medievales, es el capital que permite la realización social. La transformación viene con la dependencia creciente del capital financiero, con el que el rey paga sus propios ejércitos; pero a cambio no sólo de una deuda creciente, que es exponencial de Luis XIV al XVI, sino incluso de su infraestructura política; que la compromete contra sus propios intereses, como al involucrarla en la Guerra de Independencia Norteamericana.

Eso es lo que ocurre con la intervención del banquero Jacques Necker, actuando como ministro de finanzas de Luis XVI; que para forzar un mayor financiamiento de la guerra en Estados Unidos, culpa a la corona de la bancarrota pública. El informe culpaba a Luis XVI de la estrategia de Luis XIV, establecida sobre la doctrina absolutista de Richelieu-Mazarino; que provenía a su vez de la estrategia política de Catalina de Médicis, en el enfrentamiento religioso con los puritanos.

La omnipresencia puritana en los conflictos de Inglaterra y Francia es curiosa, como religiosidad de clase media; que pasa a un segundo plano con la efervescencia de la aristocracia francesa, exacerbada por el absolutismo de Luis XIV. Mientras tanto, la debilidad estructural de la monarquía inglesa no presenta problemas a su aristocracia; que accede al aburguesamiento, contra los intereses de esa clase media, que erupta en la revolución de Cromwell.

Esta clase es entonces la que define a la cultura moderna en su expresión política, con su triunfo en Francia; que viniendo de su frustración en Inglaterra, hace confluir sus dos vertientes en la otra emergencia de Estados Unidos. Esto es importante, al replantear la naturaleza de la revolución francesa, como de la clase media, no burguesa; sino de esa clase media profesional, engrosada por la aristocracia disidente del absolutiosmo monárquico francés.

De esta clase que surge entonces la ilustración, concretando la estrategia carolingia, el administrador de palacio; dando lugar a la tradición Idealista, en ese absolutismo que resuelve la soberanía en la representación política. Por supuesto, la democracia directa es imposible ya desde la atrofia del hiper desarrollo de la república romana; e incluso la griega era conflictiva en potencia, en su naturaleza oligárquica, como base de la aristocracia feudal.

El problema en todos los casos es el hiper desarrollo, por el que el cuerpo social sobrepasa la capacidad infraestructural; que es económica, exigiendo un estrato especial para su administración, superpuesto con el crecimiento comercial. Eso habría colapsado a la sociedad romana, al no crear esa clase, especializada en la administración política; sino restringir esa facultad naturalmente, a las prerrogativas de la aristocracia, sobrepasada por sus propios intereses.

Este es el caos recurrente, que se resuelve con la dictadura desde Julio César a Augusto, como será también recurrente; y sería lo resuelto con la usurpación de Carlo Magno, cuando el imperio franco apuntaba en esa dirección, con Clodoveo. No obstante, dada su improductividad, esta clase será intrínsecamente débil, sosteniéndose sólo en el trascendentalismo; contrario a la estructura tradicional, de contradicciones directas (dialécticas), como económicas y no políticas.

Obsérvese también que, desde la antigüedad, los filósofos occidentales provienen siempre de la oligarquía comercial; estableciéndose como una clase parásita de la aristocracia, a la que justifica en este trascendentalismo. Eso en contradicción con la burguesía en la modernidad, con el desplazamiento por esta de esa aristocracia tradicional; explicando la extraña simbiosis, en que la monarquía proyecta sus propias contradicciones en ambas clases.

Continuará

Wednesday, March 12, 2025

La vieja clase I, retorno a Milovan Djilas

En su libro La nueva clase, Milovan Djilas critica a la dirigencia comunista, definiéndola como neoburguesa de hecho; por su administración de los medios de producción, que así no necesitan poseer, pero con el mismo resultado. El error habría sido no reconocerla como la misma y vieja clase media, en su desplazamiento natural de la burguesía; incluso si con la promoción parcial —cada vez más difícil— del proletariado, con su condicionamiento de clase.

En definitiva, la burguesía tradicional también se alimentaba del proletariado, en ese mismo tipo de promoción; que siendo social, en sus determinaciones económicas, se expresa ahora como política, con determinaciones ideológicas. El problema estaría en la improductividad de esta clase, especializada en la administración, no en la producción; que es lo que hace que ese desarrollo obedezca a determinaciones políticas, con el estancamiento de la estructura social.

Esto permite comprender el origen histórico de esa clase, en las determinaciones premodernas de la modernidad; emergiendo de las contradicciones también políticas,  en que se da la transición del alto al bajo medievo. Es a partir de ahí que, con su mismo surgimiento, esta clase desarrolla los mismos intereses políticos de la burguesía; no del proletariado, que no posee medios pero sí fuerza de producción, como base natural de esa burguesía.

Esto se resuelve a su vez en hechos concretos, en tanto históricos, y no universales como los principios filosóficos; que incluso si tienen a la historia como objeto —como el Materialismo Dialéctico— es sobre su interpretación parcial. Aquí, esta emergencia de la clase media se refiere exactamente al conflicto anglo francés, en el llamado imperio angevino; pero comenzando con la usurpación carolingia del imperio franco, como base de la cultura política francesa.

Obsérvese que Carlo Magno no era un aristócrata o señor feudal, sino el administrador de palacio del rey franco; que fungía como una suerte de primer ministro, estableciendo la política como especialidad profesional. Antes de eso, la sociedad se dividía entre patricios y plebeyos, con la emergencia de la burguesía comercial; estableciendo una clase media desde la Grecia clásica, pero que decae con la república en el imperio romano; a manos de la aristocracia, que asume como clase las funciones políticas de la sociedad, eliminando este segmento.

Esa es la estructura que trata de establecer el rey franco Clodoveo, mimetizando la romana, pero sin su densidad comercial; con lo que produce nuevas contradicciones, en su promoción de una clase media artificial, con su política escolástica. Eso es lo que resuelve Carlo Magno, apropiándose de esa estrategia cultural, pero en su propio determinismo; que ya no es económico como el romano, pero que era de hecho imposible como el militar de la aristocracia merovingia.

Desde ahí, ya resuelto el principio, se realiza históricamente en la estrategia de Carlos VI (el listo) de Francia; en su esfuerzo por debilitar a la aristocracia angevina, con la certificación de ciudades bajo su protección, dentro de sus feudos. La estrategia se habría dirigido a un crecimiento de la burguesía, contraponiendo sus intereses a la aristocracia; pero con esta regulación corriendo por una élite especializada, que así desarrolla los mismos intereses políticos.

En principio puede tratarse de la misma estructura clásica, con una élite burguesa, especializada en su administración; pero esta responde a la jurisdicción imperial, como la que produjo la caída de Roma, no a la aristocracia, como en su república. De ahí, esta tensión, a todo lo largo del bajo medioevo, que es entre la burguesía y la clase media, no el proletariado; y que en la base de la de la aristocracia y la monarquía, se alimenta de la especialización política de la primera.

Esto no es un fenómeno universal sino puntual en tanto histórico, produciéndose en direcciones no sólo contrarias; también se superpone en situaciones contradictorias, según la mayor y menor flexibilidad de la monarquía, en Inglaterra y Francia respectivamente. El fenómeno de que se trata es la formación histórica del cuerpo cultural de Occidente, en su expresión política; y que en ese momento gira en torno a las tensiones anglo-francesas, tanto de su monarquía como de su estructura social.

 Continuará

Sunday, March 9, 2025

Digresiones de lo negro en Cuba III

Como perspectiva del problema racial en Cuba, los temores acerca de una africanización de Cuba no eran abstractos; se basaban en el integracionismo —contraria al segregacionismo— de la cultura ibérica, debilitando a la estructura occidental. El ilustracionismo negro, se desarrolla entonces a la defensiva en Cuba, tratando de sobreponerse esa dificultad; que no es política sino cultural, aunque su expresión sí sea política, en las relaciones en que se organiza la sociedad.

Es en este esfuerzo que se entiende la estrategia de Juan Gualberto Gómez, en la adecuación de esa cultura racial; con la asunción de sus parámetros críticos, como guía de integración, que de todas formas canaliza su base africana. Lo ni paradójico será el resultado, de un mestizaje que propicia esa africanización, con la negrización de la sociedad; ya que la contradicción se da en su expresión política, como trascendente, no en su realidad, como inmanente.

Eso no sólo se refiere a la realidad de la cultura popular, con el intercambio interracial dado por la convivencia; que como valor inmanente de lo social, se frustra igual en su expresión política, por la estratificación económica; sino a esa discusión, ya funcionalmente trascendental y no trascendente, en la experiencia existencial de su elitismo. A lo que eso alude es a la condición socio política de esa misma élite pro-ilustrada, que aporta su propia inmanencia; ya como parte de esa cultura popular, que condiciona —si quiera en la contradicción— ese elitismo, del que ellos mismos participan.

Como estructural, una dinámica parecida —aunque en sentido inverso—, se daría en el segregacionismo norteamericano; cuando WEB Du Bois subordina el movimiento negro del Niágara a la NAACP, del liberalismo occidental. El sentido aquí es opuesto, porque Gómez va a negociar es la persistencia de la cultura negra, en su asociacionismo; lo que se explica porque Gómez equivale más a Frederick Douglas que a Du Bois, más cercano al falso integracionismo martiano.

El problema racial entonces es de su especialización como clase, respondiendo a sus proyecciones políticas en cada caso; que siempre van a estar mediada por la clase media, en su propia pugna contra la burguesía, a nombre del proletariado. La diferencia radicaría en que, conscientes o no, tanto Gómez como Morúa Delgado, no pertenecen a esa clase media; sino que integran el estrato popular de la sociedad, por medio de su especialización racial, contenida por el racismo; mientras que Du Bois, como Martí, se desclasan con su integración de la clase media, por su especialización intelectual.

Eso es más complejo aún, al darse por medio de los respectivos ascendientes de Martí y Du Bois en esa clase media; tanto por el mentorado y el patrocinio —institucional en el caso de Du Bois—, como por los intereses en común. Estos intereses no son nunca los propios del proletariado, sino de la clase media, en su especialidad intelectual; que es lo que la enfrenta directamente a la burguesía, por su carencia de modos y medios de producción propios.

Frente a esa tensión de la clase media y la burguesía, la clase popular no posee medios pero sí modos de producción; garantiza su supervivencia, y hasta el desarrollo eventual, con la integración —también eventual— de la burguesía. Este es el conflicto tras la tensión aparente entre la burguesía y el proletariado, que es en verdad de la clase media; que define a la modernidad, desde su gestación en las transiciones del alto al bajo medioevo, en la Europa del Sacro Imperio.

De naturaleza artificial, la clase media se forma —desde la decadencia romana— con Carlos V de Francia, en el siglo XII; como estrategia contra la expansión del imperio angevino, debilitando a los señores feudales, con la creación de ciudades. Pero eso mismo tiene su ascendiente en Carlo Magno, a cuya legitimación de hecho acude, en su extensión cultural; cuando Carlo Magno no era aristócrata sino administrador de palacio, en ese estadio intermedio de la clase media posterior.

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