Friday, April 27, 2012

Elogio del Catolicismo

La estética debería contar siempre con la antropología, que es la que aporta el referente de la experiencia existencial; al no hacerlo cae en la contradicción racionalista de ser engañada por los sentidos de los que desconfía en tanto racionalización sistemática. Si Descartes no llegó a ver eso fue porque desarrolló una primera intuición, de modo que no pudo comprender que la Razón era otro sentido; siquiera artificial [tecnológico], como propio de la naturaleza humana, que es cultural. Por eso, desconfiar del valor del imaginario es desdeñar la abstracción ideográfica necesaria a la reflexión; que no por gusto es especular, referida al concepto que refleja —sin ser— a lo real, en una de las imágenes más eficaces y sutiles lograda por la cultura en sus fenómenos. Otra cosa es la tontería de adjudicar otra consistencia a la imagen que su propia naturaleza cognitiva, y que en tanto derivada del sujeto pensante sí existe aunque no sea propia; pero nadie capaz de semejante tontería sería tan doblemente tonto como para meterse a cuestionar la estética, porque entonces no tendría remedio. Es ahí que resalta la también sublime eficacia y originalidad del Catolicismo, independiente de sus falencias políticas; en definitiva, quién es el hombre para juzgar a la realidad, que lo excede —él participa de ella y no a la inversa— siquiera en cuanto humana, siéndole por tanto incomprensible. En todo caso, el Catolicismo, incluso como fabulación —so what?— logró redirigir la proyección existencial de la cultura; estableciéndole un sentido de trascendencia, que como tal sobrepasa las fábulas en que se cuenta, porque es su significado y no su significante. No ha habido un hombre capaz de sobreponerse a su discurso, ni siquiera el que escéptico niegue todo discurso; porque inevitablemente lo hace con otro discurso —contrario, paralelo o convergente— que lo mantiene en la misma dinámica, y que no por gusto es llamada carrera de las ratas, sin fin ni sentido. El Catolicismo, en fin, reordenó el imaginario anterior en este sentido de trascendencia; al que sólo el simplismo soberbio adjudica consistencia propia, u otra inmanencia que la del referente especular. Lo dijo Mallarmé en un comentario incidental acerca del teatro, que si la gente creía lo que veían estaban locos; porque se trataría de la fe poética, en que se pausa la incansable razón y se conviene la [artificial] referencia, pero sólo como apoyo reflexivo —eso es antropología—. Negar eso es negar la única facultad que ha distinguido al hombre de la bestia, su capacidad misma de reflexión; lo que explicaría muchos de los problemas actuales, pero que el suicidio sea un acto no lo hace por ello necesario, sólo lo advierte al genio especular. Es sólo una imagen sin implicación inmediata, es tan sólo especular; después de todo, la crítica puntual al Catolicismo puede ser tan retórica y vacua como el fenómeno puntual hacia el que apunta.

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