Conversación en la catedral
Una cocina no tiene nada que
ver con esas historias románticas sobre cheff milagrosos, unos tipos casi magos
que hacen alquimias con las especias; una cocina es una estancia del infierno,
y un cheff es el demonio encargado de regirla, sobre todo si es francés. No es
que el mito no tenga su substancia, después de todo las hierbas de Provence son
famosas; incluso después del descubrimiento de las Indias Occidentales, que ya
es mucho decir, y eso aparte del enorme recetario que blanden incluso en la
cara de los pobres catalanes. Lo cierto es que, de cualquier forma, si uno es
cocinero busca trabajo en las cocinas; aún a sabiendas de que son el infierno,
sobre todo si están comandadas por un gabacho. Tampoco es que uno tenga mucho
prejuicio contra los gabachos, si en realidad se trata de lo contrario; porque,
imagino que sea una cuestión genética, de falta de anticuerpos, yo en lo
particular carezco de ellos, soy extremadamente débil y sensible a lo adjetivos
combinados de francés y varón.
Esta vez se trataba de
conseguir trabajo en un restaurantucho francés, lo que no era muy preocupante;
en estos tiempos globalizados, un restaurante francés puede ser regentado por
un albano, uno chino por un holandés, y así infinitamente. Entonces, esta
catedral —fue el apóstol el que habló de que el cuerpo era el templo del espíritu,
y en aquellos tiempos el sacerdocio era pontificio, no presbiteriano; así que
sin muchas sutilezas se supone que el cuerpo es la catedral, que el espíritu la
divinidad que lo habita, y la persona el sacerdote a cargo—; como decía, esta
catedral llegó al restaurantucho, y fue entonces que ocurrió el diálogo
interior, que así es obvio que ocurrió en la catedral.
Alertando al pobre obispo de
esta catedral, se oyó claramente la voz del angelito guardián, que advertía:
“Es francés”, y acto seguido el acento dulzón del demonio particular que
susurraba: ¿Te imaginas, es francés?; seguro que su cuerpo huele a hierbas de
Provence y seguro se sabe las sagas de Brenan. El angelito, sin perder la
compostura, echó mano a otro recurso: “Es el cheff”, dijo con severidad; pero
ahí mismo el maldito demonio hecho mano a una nota más dulce aún, y susurró:
“¿Qué te parece?, es francés, y además es el cheff”. Un santo corrió en ayuda
del angelito gritando: “¡Pero es heterosexual!”; y el demonio que enumeraba
parsimonioso y dulce en su tentación consecutiva: “¡Es francés, es el cheff....
y además heterosexual!”. “¡Pero es casado!”, se escandalizaba en vano el pobre
ángel”; “¿Viste?, además es casado —repitió inalterable el demonio—; no sólo es
francés, el cheff y heterosexual, también es casado”.
—¡Basta! —ese fue el grito
que resonando en los espacios del presbiterio interno diluyó la discusión,
dándole espacio a la trémula voz de este obispo—; bon jour, monsieur, may you
need a help in your kitchen?
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