Friday, April 3, 2015

Leonardo Padura quiere ser Paul Auster y se parece a Pérez Reverte


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Leonardo Padura es lo que puede decirse un escritor nice, con recursos sorprendentes y carisma innegable; que desde sus tiempos en el cool team de El caimán barbudo, asumió con confianza su brillante porvenir. Así debutaría con una espléndida noveleta llamada Fiebre de caballo, que hasta incluía el mito de estar inspirada en la pintora Zaida del Río; lo que es mucho, dado el estatus icónico de Zaida desde sus días de Todo lo que usted necesita es amor; pero además, con el otro valor propio de iniciar una suerte de temprano realismo vernacular, muy necesario para reflejar el declinar post revolucionario de la épica socialista.

Así las cosas, el cinismo dulzón del antihéroe Mario Conde fue una tenue pero sobre todo muy agradable sorpresa; y el arribo calmo del escritor a las playas de la novela histórica fue punto menos que apoteósico pero también lógico, en un pulso que gana madurez al mismo paso que su complicada circunstancia se sobrepone a sus propias contradicciones. De forma paralela, la editorial Verbum habría sido uno de los pocos proyectos literarios sólidos y fructíferos desarrollado en el exilio; y que razonablemente libre de sospechas, destapa hoy una estrategia de expansión, reclamando sus fueros en las dos costas cubanas que son Cuba misma y Miami.

Nada más lógico que una apuesta por el Pérez Reverte de las letras cubanas contemporáneas, que ya cuenta con un antecedente exitoso; nada más y nada menos que su debut miamense de la mano de la librería Universal, cuyo valor editorial en el exilio cubano es de extremos políticos y también icónico. La apuesta viene con la publicación por Verbum de un libro de ensayos de Padura, bajo el título de Yo quisiera ser Paul Auster; que es donde debieran comenzar las cautelas, porque la sobria banalidad escolástica de Paul Auster no tiene nada que ver con la histeria folclorista de Pérez Reverte, y la mezcla puede ser incongruente. 

Entiéndase, Padura es un tipo cool que no tiene nada que ver con el alardoso ibérico —It's a pleonasm, I know—; pero su carrera literaria y su modelo periodístico sí y mucho, porque Padura es sobre todas las cosas un periodista que evoluciona a la novela, no a la inversa; y eso es importante, afectando la capacidad de sistematización abstracta para que sea atendible en un género como el del ensayo literario, donde aún reinan los magíster ludicae Jorge Luis Borges y Octavio Paz; bien que en ese nebuloso limbo de los mitos fundacionales, donde debe haberlos recibido Alfonso Reyes, pero aún vigentes en el recuerdo de su propia generación. Incluso el clásico contemporáneo Umberto Eco,  a caballo entre el periodismo y la novela, tiene la otra densidad del epistemólogo; que le permite ese nivel de sistematización estructurada en agudezas sintácticas, cuyo fin no es atentar contra la paciencia del lector sino respetar la complejidad de sus objetos estéticos propios.

Padura dista mucho de eso, en la otra placidez de su magisterio para el drama existencial con trasfondo político; quejica pero eficiente en su sobresaturación, que explota los escondidos recursos de un patetismo compulsivo. Si él fuera consciente de eso tendría algo interesante que decir, pero no lo parece en su carrera como articulista y no como pensador; que ciertamente da para hilvanar tramas, pero no para explicarlas en esa complejidad, y que es en lo que se parecería a la bravuconería de Reverte en la Academia Española. 

El modelo literario entonces parece caer en ese género ambiguo y propio hasta casi la exclusividad del vernáculo cubano, consistente en el discurso mismo; y en el que con más o menos inteligencia, el autor reflexiona sobre lo humano y lo divino sin mas concierto que el spam attention syndrome del lector, dando por ensayos artículos de la más variada especie. El peligro entonces estaría en que la apuesta de Verbum sea por el nombre de Padura y su supuesto ascendiente, no por su literatura; peligro doble, primero porque la fama internacional de Padura no se revierte en un ascendiente sobre el estrambótico mercado nacional —que ni siquiera existe—, sino en cierto prestigio personal; pero además,  porque eso podría derivarlo a esta otra banalidad de las pasarelas, que con público cubano no son ciertamente las que se gasta Paul Auster —y el título es ya lamentable por demás!.

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