Sunday, June 21, 2020

Búlgaros, de Nicolás Lara


Nicolas Lara no es un icono por gusto, sino porque materializa en tiempo concreto, que se manifiesta a su vez estéticamente; no sólo eso, sino que es además un tiempo en retirada, diluyendo su dignidad en la admiración de los que le conocen y comprenden. Un tiempo extraño por demás, en la extrema singularidad con que inserta mundos destinados en principio a la superposición; en una fatalidad rota por esa experiencia excepcional que los engarza en su extrañeza, como un cáñamo que une dos paños distintos.

En balde tradiciones absolutistas abjurarán del sincretismo, como las religiones hasta de juntar tejidos; el hombre es la suma de toda realidad, y en su facultad de nombrar las cosas también les otorga sentido. Nada más natural entonces que Búlgaros, un libro en que Lara dispensa su majestad, recreando su propio trabajo; y nada más natural tampoco que eso lo recoja una revista como Incubadora, en una de sus ediciones electrónicas.

Se trata obviamente de un fenómeno estético en su conjunto, como una gran performance coronada por el gesto displicente de Lara; al que una corte de ilustres de la cultura cubana en esa desesperación que es el exilio le rinde tributo con sus elogios. El libro comienza con la fanfarria de cuanto vale y brilla, en la reverencia del genio de su majestad el pintor; los nombres son preciosos como las cuentas de coral de un rosario, cada una con el peso de sus propias oraciones.

Francois Vallée, Frank Guiller, Ernesto Méndez-Conde, Idalia Morejón Arnaiz, Omar Pascual Castillo, Janet Batet, María Cristina Fernández, Rafael Díaz Casas, Alejandro Aguilera, Ana María Fernández y Kelly Martínez Grandall. Todos bajo la maestría ceremonial de Marta Limia, aportan algo más que una introducción con esos gestos ampulosos; en verdad se integran al libro, como otros dibujos más del propio Lara, que así se prodiga hasta en su interpretación por otros.

Búlgaros ofrece así una experiencia estética, la de esa digna transición del esplendor pasado a la inanición; que es lo que otorga congruencia al conjunto, en ese marco de Incubadora, que es la foto fija de ese tiempo que se va. Todos los que ahí hablan saben de lo que hablan, para que el mago que centra el misterio siga en lo suyo; que es precisamente el alargamiento del misterio, para que exista en esa gratuidad de la gracia, a donde puede ir cualquiera a alimentarse.

Thursday, June 18, 2020

Luna roja


Por Maria Eugenia Caseiro


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En este libro de Carmen Karin Aldrey, se dan cita elementos de verdadero encanto, que la autora dispone como un brindis dedicado a sus muertos y a los espíritus; quienes entre el celaje de una noche fantástica, se mezclan con las "brujas que bailan sobre el puente". Hay en este andar por los senderos mágicos de la autora, un tiempo de péndulo detenido que abre los ojos; escaleras de espiral que nos aguardan en el entronque de cada lapso para que la musa, que soñara un día con ser stripper y "disfrazada de gata legendaria como Halle Berry", fuese de una azotea a otra en la madrugada, subiendo altavoces para cautivar murciélagos. Es de tal manera que poco puede aspirar el verbo común, cuando la magia posee cuanto debe ser visto y escuchado. Así que la autora, quien confiesa a través del sujeto lírico no ser feliz en "esta vida de ganar espacios fugaces", se enrola en la ruta hacia otros espacios, donde reina la quietud del misterio en que fluye el hechizo de una voz iluminada por el halo escarlata de la luna embrujada.

Wednesday, June 17, 2020

365 days


Hasta los años del cambio de siglo, la industria pornográfica era profesional, y hasta cierto punto artística; en ocasiones se inventaba historias para justificar el sexo, todavía ligeras pero más densas que el plomero ocasional o el examen médico. En todo caso las cosas estaban claras, se trataba de sexo hard core, y casi sin jueguitos de calentamiento; pero claro, se trataba de una industria profesional, que apenas aprovechaba la nueva tecnología de internet.

Como la prensa entonces, se hacía por profesionales especializados, cuyo único temor era no ser suficientemente buenos en lo suyo; incluso si la competencia era feroz, porque —como en la prensa— era entre profesionales. Pero la apoteosis tecnológica le movió la asombra profesional a todas las industrias, instaurando su nueva cultura; los servicios de streaming se hicieron populares, y toda industria pasó a manos de advenedizos y aficionados.

Ahora no sólo cualquiera es actor porno o director, sino también cineasta dispuesto a vender softporno; el que quiera porno duro puede ir a los mil sitios gratuitos que pululan por internet, tan malos que parecen made in China. Ese es el problema con 365, que apenas oculta sus intenciones en el pudor que vende como descaro; escamoteando la fresa de continuo, como si pudiera apelar a una estética del erotismo que no excluya —como toda estética que se respete— la vulgaridad del cliché.

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A lo mejor de veras los productores pretenden eso, con la arrogancia de administradores corporativos; que desconocen el producto que venden tanto como al público al que se lo venden, reduciéndolo a su propia vulgaridad. Ese es el problema de esta cultura postmoderna, que desciende veloz por el tobogán del mimetismo; con esa idea del éxito prefabricado y accesible, en la que cabe el seudo actor, el cuasi porno y el frustrado pervertido que los consume.

No hay manera de que 365 sea un mal cine, porque para eso primero tendría que ser una experiencia cinematográfica; y no lo es, ni siquiera en ese sentido del porno del siglo pasado, por la maldita costumbre de tapar la fresa. La película consigue reunir todos los estereotipos del sexo, sin conceder siquiera la posibilidad del fetichismo; y no es que no lo pretenda, sino que no lo consigue, porque por ahí desfila todo el rosario que dio glorias pasadas al porno.

El argumento es tan disparatado como la supuesta sensualidad de los protagonistas, y acude a cuanto cliché fotográfico existe; explicando por sí sólo el nivel de decadencia contemporánea, por esa idea de creatividad pre empacada. Antes que esta, Cincuenta sombras de Grey avisaba de la hecatombe, y como esa esta se basa en un libro que tiene continuación; es decir, habrá más disparates sobre estos, como un chicle que se sigue masticando por inercia.

Eso también demuestra de modo definitivo la totalidad de esta decadencia, en que a la literatura y el cine se les une el porno; porque no basta con ocultar la fesa, el erotismo no descansa en el cliché n el porno oculta lo que promete, así que aquí lo que tenemos es puro neoliberal entrepreneurship. Si algo hay peor que la Iglesia con que se topara Don Alonso Quijano, ha de ser esta mojigatería; cuya ofensa consiste en la estupidez con que interfiere en el desarrollo de al menos dos industrias, la más afectada se las cuales no es el cine sino la de la fresa.

Tuesday, June 16, 2020

La bandera de Oshún


Al maestro Mario A. Martí Brenes, que ve
donde sí hay
En un patakí de Ifá, todos los hombres se preparaban para una guerra terminal, de todos contra todos; y el mismo Orumlá, que sabe todas las soluciones porque lo ha visto todo, no sabía qué hacer. No se trataba sólo de la inminencia del conflicto o de su inmediatez, sino incluso de su totalidad; porque era de todos los hombres contra todos los hombres, y obviamente ninguno sobreviviría semejante fatalidad.

Cuenta la leyenda que cuando ya sólo faltaba el último cornetazo, Oshún pasó desnuda por entre los guerreros; que estupefactos por aquella belleza deslumbrante y repentina, no supieron cómo reaccionar de momento. Ganado aquel segundo de estupor, la diosa se tomó el tiempo de hacer el amor con cada uno de los soldados; lo que tomó bastante tiempo, pero no importaba, pues todo el mundo quería su momento de supremo placer.

Siempre según la leyenda, cuando el último de los guerreros se vio satisfecho, todos estaban contentos; tanto que ya nadie habló de guerra, puesto que la más suprema (animal) de sus necesidades había sido satisfecha. Viendo eso, Orunla —que significa poder del cielo— se dio cuenta que aquella diosa tenía la facultad que a él le faltaba; y que era la más importante de todas, no el conocimiento sino la satisfacción de las necesidades individuales.

Es en este mito en el que se explica el matrimonio de Orumlá con Oshún, como culminación de la obra del mundo; que ahora puede no sólo ser explicado sino de hecho realizado, en esa satisfacción de toda necesidad. Eso explica fenómenos como el de la Fornés, cuya sensualidad sublimaba toda la aspiración nacional en un espíritu; que así permanece más allá de toda politización, porque la razón es siempre relativa y en ello poco importante, intrascendente.

Oshún, patrona del sexo y de las prostitutas, se le asocia con el amor, por la Caridad venerada por los cubanos; pero más cercana a Afrodita, es más bien la satisfacción de toda necesidad, que alguna idea romántica sobre sentimientos ambiguos. Como mismo Eros es hijo de Afrodita, el amor puede ser para los negros el Eleggua que pierde y redime a Oshún; no esa Oshún, que siquiera tiene la violencia aportada a Cuba con la gitanería de los curros, no por los bozales que ella apadrina.

Rumbera de disciplina pero obviamente no de vocación, llegó a cantar y bailar la denostada timba con el grupo Dan Den; pero sin esa faceta zafia que podía ilustrar el mundo alrededor de la rumba, distaba de la Mendoza o la Sevilla. La razón no es ni siquiera paradójica, si la cultura no se limita a los arrabales en que nace; sino que también recoge las cumbres a las que se dirige, y en las que reinó la Fornés, como ninguna otra cubana.

Ni siquiera Alicia Alonso, la única que se movió en sus alturas, puede comparársele en ningún sentido; ni por las dimensiones del diapasón, por la gama que cubrió la Fornés, ni por el valor institucional. Esa es de hecho la singularidad que la mantiene impolitizable, en el esplendor de su individualidad y suficiencia; pues la Alonso quería un emporio —y para eso hay que rebajarse a lo político—, no una individualidad. 

No hay que atribuir significados a los signos, que en la voluntad se equivocan por lo pretencioso; pero la Fornés puede ser esa encarnación, que rebasa los límites del mestizaje, encajando la dureza del negro marginal. Más que la Cecilia cuya entrada cantó, la Fornés parece la Ilincheta que no comprende la muerte de su prometido; por eso no está en sus manos arreglar un problema que no tiene arreglo, porque a nadie le interesa arreglarlo; pero sí retiene en ese misterio de su propia resiliencia, esa facultad para el perdón y la unidad nacional.

Wednesday, June 3, 2020

Acerca de Textos Manieristas (Ensayo) II


Estimado Leandro Morales:

Hay escritores que se alegran del elogio, yo existo en la crítica, más aún si me contradice, pues significa que he sido leído; por eso tu crítica de Textos Manieristas me alegra mucho, aunque no deja de sorprenderme en algunos puntos. De todas formas, esos puntos son tuyos y no pienso tocarlos, por una cuestión de respeto y agradecimiento; sólo me detendré en el mismo sentido general con que has leído el libro, porque creo que es en definitiva lo que importa.

Tu misma recurrencia a los conceptos del bien, la verdad y la belleza como parámetros te refieren a esa tradición de la que hablas; pero que como la de la Cábala judía, es moderna, aunque se atribuya la mayor antigüedad, en el platonismo que comparte. Mi visión del arte es otra, y se atiene a la facultad de las formas para aportar una reflexión —no un discurso— sobre la realidad; de ahí que vea al arte como una secuencia de meras formas significantes y a la escritura y la lectura como meras interpretaciones de esa realidad.

Otra cosa sería asumir que alguien tiene la facultad de enseñarle algo existencialmente a otros, lo que es una locura; comprensible en ese elitismo del que te ufanas, renegando de que el arte esté abierto a cualquier pelagatos. Es en ese sentido que veo la apoteosis del arte que vemos desde la modernidad como respuesta a una necesidad; dada por la negación positivista de una comprensión sobre el aspecto trascendente de la realidad, suplida por el arte.

Eso sin embargo, no faculta a nadie como especial conocedor de esa trascendencia, que es por lo que el arte no es religión aunque su textura sea seudo religiosa; sino que brinda al arte como un soporte externo para esa reflexión, que ha de ser siempre individual para que sea suficiente y efectiva. Otra cosa es esa ideología legada por el humanismo moderno, más dogmática y moralista que la del catolicismo en que se inspira; y que creo es la culpable de todos esos fraudes que me adjudicas, como especializaciones de curas sin parroquia.

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Si la envidia y el resentimiento forman parte del contenido de lo que se escribe hoy día, es porque son parte de la realidad; no es el hombre quién para mutilar esa realidad, y todos sus esfuerzos en ese sentido son vanos e inútiles. Esos esfuerzos son los que nos han forzado a contradicciones terribles desde la revolución francesa y su régimen del terror; explicando las otras mil contradicciones que diluyen hoy día a los artistas, con la ambigüedad de sus lealtades.

Para eso sirve toda esa historia que citas, desde la antigüedad greco romana hasta la Europa posterior a la guerra mundial; pero como un legado a sintetizar en la reflexión, no a desempolvar eternamente en un museo sin vida. No creo que seas tan reaccionario, a menos que estés reaccionando a la decadencia postmoderna como esa vanguardia; sin fijarte en ese caso que fueron esas aguas de la modernidad las que trajeron estos lodos, en su negativa a comprender el pasado en su propio peso.

De nuevo, mil gracias por tu crítica, que significa que me has leído.

Saludos

Ignacio T. Granados Herrera

Acerca de Textos Manieristas (Ensayos de literatura)


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Ignacio:

He perdido la cuenta de la cantidad de veces que empecé a escribir sobre tu libro y lo he borrado; no se qué decirte más allá del hecho de que tu manera de escribir y no lo que dices en sí es el mensaje de tu libro. Se que eso responde a una teoría, teoría que no comparto, de los estructuralismos, los anti y los post incluidos; de la lectura y la escritura como meras formas significantes.

Cuando leo y no puedo intuir o deducir valores éticos, epistémicos y estéticos edificantes, valores que si son tales son jerárquicos y canónicos, siento que estoy perdiendo mi tiempo. Pues bien, desde el marxismo, pasando por las vanguardias históricas y los estructuralismos en todas sus variantes fraudulentas, esa noción de la lectura es la causa de que sentimientos tan innobles como la envidia y el resentimiento sean hoy elevados a sustancia del contenido de casi todo lo que se escribe.

Por supuesto, esto que digo no es un juicio sobre tu libro en sí, sino sobre las premisas metodológicas y teóricas sobre las que evidentemente ha sido creado. Si eso es lo que has querido comunicar con la forma de expresión de los contenidos de tus ensayos, entonces no he dicho nada. Sólo que soy demasiado reaccionario, vale decir, para mí la cultura es instancias de distinciones canónicas, jerárquicas y discriminantes, en ese campo de batalla que son la verdad, la belleza y el bien.

Otros libros
Precisamente, no veo por ninguna parte de tus ensayos la premisa irreductible de esa verdad, de esa belleza y ese bien que nos permite remontando el tiempo admirar todo lo creado en Occidente, desde la antigüedad greco romana y cristiana a la Europa anterior a la segunda guerra mundial. Lo que oigo que dices, aunque no lo digas sino lateralmente, es que todo es válido, que todo está permitido; que la lectura y la escritura son interpretación, meras formas significantes, abiertas en igualdad de condiciones tanto para el pelagatos como para el sabio.

Un saludo de quien escribe, Leandro Morales.

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