La bandera de Oshún
Al maestro Mario A. Martí Brenes,
que ve
donde sí hay
En un patakí de Ifá, todos los hombres se preparaban para una guerra
terminal, de todos contra todos; y el mismo Orumlá, que sabe todas las
soluciones porque lo ha visto todo, no sabía qué hacer. No se trataba sólo de
la inminencia del conflicto o de su inmediatez, sino incluso de su totalidad;
porque era de todos los hombres contra todos los hombres, y obviamente ninguno
sobreviviría semejante fatalidad.
Cuenta la leyenda que cuando ya sólo faltaba el último cornetazo, Oshún
pasó desnuda por entre los guerreros; que estupefactos por aquella belleza
deslumbrante y repentina, no supieron cómo reaccionar de momento. Ganado aquel
segundo de estupor, la diosa se tomó el tiempo de hacer el amor con cada uno de
los soldados; lo que tomó bastante tiempo, pero no importaba, pues todo el
mundo quería su momento de supremo placer.
Siempre según la leyenda, cuando el último de los guerreros se vio satisfecho,
todos estaban contentos; tanto que ya nadie habló de guerra, puesto que la más
suprema (animal) de sus necesidades había sido satisfecha. Viendo eso, Orunla —que
significa poder del cielo— se dio cuenta que aquella diosa tenía la facultad
que a él le faltaba; y que era la más importante de todas, no el conocimiento
sino la satisfacción de las necesidades individuales.
Es en este mito en el que se explica el matrimonio de Orumlá con Oshún, como
culminación de la obra del mundo; que ahora puede no sólo ser explicado sino de
hecho realizado, en esa satisfacción de toda necesidad. Eso explica fenómenos
como el de la Fornés, cuya sensualidad sublimaba toda la aspiración nacional en
un espíritu; que así permanece más allá de toda politización, porque la razón
es siempre relativa y en ello poco importante, intrascendente.
Oshún, patrona del sexo y de las prostitutas, se le asocia con el amor, por
la Caridad venerada por los cubanos; pero más cercana a Afrodita, es más bien
la satisfacción de toda necesidad, que alguna idea romántica sobre sentimientos
ambiguos. Como mismo Eros es hijo de Afrodita, el amor puede ser para los
negros el Eleggua que pierde y redime a Oshún; no esa Oshún, que siquiera tiene
la violencia aportada a Cuba con la gitanería de los curros, no por los bozales
que ella apadrina.
Rumbera de disciplina pero obviamente no de vocación, llegó a cantar y
bailar la denostada timba con el grupo Dan Den; pero sin esa faceta zafia que podía
ilustrar el mundo alrededor de la rumba, distaba de la Mendoza o la Sevilla. La
razón no es ni siquiera paradójica, si la cultura no se limita a los arrabales
en que nace; sino que también recoge las cumbres a las que se dirige, y en las
que reinó la Fornés, como ninguna otra cubana.
Ni siquiera Alicia Alonso, la única que se movió en sus alturas, puede
comparársele en ningún sentido; ni por las dimensiones del diapasón, por la
gama que cubrió la Fornés, ni por el valor institucional. Esa es de hecho la
singularidad que la mantiene impolitizable, en el esplendor de su
individualidad y suficiencia; pues la Alonso quería un emporio —y para eso hay
que rebajarse a lo político—, no una individualidad.
No hay que atribuir significados a los signos, que en la voluntad se
equivocan por lo pretencioso; pero la Fornés puede ser esa encarnación, que
rebasa los límites del mestizaje, encajando la dureza del negro marginal. Más
que la Cecilia cuya entrada cantó, la Fornés parece la Ilincheta que no
comprende la muerte de su prometido; por eso no está en sus manos arreglar un
problema que no tiene arreglo, porque a nadie le interesa arreglarlo; pero sí
retiene en ese misterio de su propia resiliencia, esa facultad para el perdón y
la unidad nacional.
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