Wednesday, January 20, 2021

La negritud y el arcoíris del occidente cristiano II

Hubo un dicho entre los discursos reivindicacionistas, de que el problema negro era un problema blanco; quería decir que el problema negro consistía en la incapacidad de los blancos para aceptar a los negros, no en algo propio de los negros. El problema, sin embargo, sería una abstracción que trasciende lo racial en la discriminación; en el sentido de que toda sociedad se estructura en la atribución funcional de roles y privilegios, siguiendo un criterio discriminatorio.

El efecto es negativo, pero configura la estratificación de la sociedad, y no puede aislarse en un sentido único; tampoco puede ser contraído a la confrontación entre blancos y negros, ignorando la singularidad que fracciona al África[1]. El problema de inicio estaría entonces en la naturaleza del fenómeno, como un problema conceptual y abstracto; es decir, que el problema con la negritud es su misma naturaleza abstracta y convencional, como un motivo político y en cierto modo artificial.

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Eso no quiere decir que la discriminación racial no exista, sino que no es distinta de la de género o sexual; un problema de identidad, que es recurrente y propio de la estructura misma de la sociedad, y no una actitud concreta. Eso explica su rara derivación, desde el inicio en el siglo XX, que tan afecto fue a las catarsis revolucionarias; también el hecho de su origen histórico, en los círculos intelectuales franceses, que poco más tarde —y en paralela— produjeran el mayo de 1968.

De ahí su carácter reivindicativo, y de valor sobre todo estético y moral, dado en producciones poéticas; desde René Depestre (Cuadernos del retorno al país natal) o Frantz Fanon (Máscara blanca sobre piel negra) a Aimé Cesaire (Un arcoíris para el occidente cristiano). Sin embargo, en ello también radicaría el defecto inicial, que marca su ineficacia hermenéutica con la poética; y que partiendo de una realidad política, y en ello convencional y aparente, no se concreta en una consistencia propia y existencial.

Esto se refiere al error recurrente, que reduce el problema como genérico en lo identitario; uniendo en una misma naturaleza fenómenos tan diversos —y contradictorios— como el segregacionismo norteamericano y el integracionismo hispánico[2]. Igual no consigue explicar singularidades extremas, como el racismo haitiano, donde la mayoría política es negra; teniendo que acudir a la validación moral en la lucha de clases, que ignora todas esas diferencias y contradicciones en el otro problema del colonialismo.

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El colonialismo, sin embargo, es mucho más viejo que la actual discriminación racial, y nunca fue un problema; de hecho, siempre fue la manera natural de desarrollo y expansión, no sólo dentro de la cultura occidental, sino de toda cultura. Por lo que la identificación del problema racial con el del colonialismo, sería sólo otra forma de legitimación intelectual; con la que se consigue esa integración del problema al otro de la lucha de clases, por encima de sus ya dichas contradicciones.

Hay que tener en cuenta la naturaleza formal, no necesariamente real, de los problemas políticos; que en tanto abstractos y convencionales, se usan en la legitimación de convenciones ya establecidas, como su hermenéutica[3]. En ese sentido, no es gratuito que el problema nazca en los mismos salones que luego darán el mayo del 68; son los mismos de la aristocracia en que se alimentó el humanismo, legitimando como políticas y de ascendiente popular sus contradicciones con la monarquía francesa.

Eso no resta realidad al problema, sino que lo hace propiamente humano, manifestado en la contradicción; estableciendo que su solución trasciende la singularidad racial, incluso si parte esta. Esto pareciera confirmar la reducción del problema como de clase, pero lo niega en tanto lo hace humano; de modo que sólo se puede resolver en lo individual, y por tanto es irreductible a la abstracción de la clase, so pena de estancarlo en el convencionalismo.

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La consciencia de un problema negro, así organizado como colonial, conlleva una catarsis; cuya naturaleza es liberadora pero insuficiente, y necesita concretarse en un acto de redención; es la reducción a esta catarsis, incluso si legítima, lo que resulta en contradicción del desarrollo. Todavía es innegable que, por esta naturaleza hermenéutica, el problema sólo es comprensible desde una perspectiva multidisciplinar; que trascendiendo sus determinaciones hermenéuticas —en esas disciplinas que lo determinan—, permita su solución definitiva.

De eso es de lo que se trata la introducción a Cornel West, como una organización de su sistematización ontológica; en que atravesando las contradicciones propias de lo occidental, las corrige en sus manifestaciones excelentes, sean de Herman Hesse o de Martin Heidegger. Más importante aún, eso es lo que explica que esta sistematización culmine todo el trabajo anterior de La política; que sobre la base de Peripatos, analiza la tradición cultural toda de Occidente, hasta esta culminación suya en la contradicción social.



[1] . Como ejemplo está el genocidio de Ruanda, cuyo componente principal era étnico, entre Tutsis y Hutus, que eran igualmente negros.

[2]. En otros ejemplos, Frantz Fanon tuvo fuertes críticas hacia Léopold Sédar Senghor.// CF: https://brittlepaper.com/2020/04/what-if-frantz-fanon-worked-for-leopold-sedar-senghor/

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