Thursday, January 21, 2021

La negritud y el arcoíris del occidente cristiano III

 Terminando el siglo XIX, W.E. DuBois recibe una perfecta formación simbolista, y rescata el esfuerzo parnasiano; que careciendo de otro sentido que la forma misma, adquirió en DuBois la realidad que los simbolistas simbolizaban. Eran dos esfuerzos que no lograban conciliación, dados por la presión racionalista y su problema con la naturaleza de la realidad; que como cultura no tenía en cuenta el estado de superposición propio de esta, reduciéndolo a un sentido u otro en su linealidad.

DuBois, difícilmente a consciencia, resolvía el dilema, que en tanto de forma (conceptual) no era real; él aportaba la tragedia existencial de su condición política,  ahorrando al arte la necesidad del símbolo. Hasta entonces, el patetismo romántico se resolvía como vacuo o simbólico, pero en ningún caso real; como un defecto de su naturaleza artificiosa, en la apoteosis con que concretaba la tradición ilustrada.

La bifurcación era inevitable, no racional sino compulsiva y natural, reproduciendo su origen en la reacción al realismo; que era la expresión natural al racionalismo positivo, y establecía la contradicción directa entre franceses y alemanes. Es en esa reacción violenta que el romanticismo pierde pie, y queda en el gesto bello y vacío del parnasianismo; que es contra lo que se rebela el simbolismo, en un esfuerzo propio de adecuación, en que accede a la representación simbólica.

Pero el símbolo no es la realidad, y su consistencia es convencional y artificiosa, susceptible al realismo; de ahí que el simbolismo fuera también un gesto vacío y bello, en la irrealidad de su representación. Es ahí donde entra Dubois, con el patetismo no artificioso de la existencia del negro norteamericano; que dará sentido a todo Occidente, en la pobre humanidad con que lo refleja.

A partir de ahí, el negro tiene dos posibilidades, y ambas atraviesan la integración de esta cultura que se expande; en ambos casos se realiza, pero sólo en uno alcanza la plenitud, y con él todo Occidente. Antes que Dubois a Europa, llegaba el romanticismo a América, y nacía la literatura de los pioneros (Cooper[1]); que en el valor existencial de la reflexión estética, establecía al individuo como salvación de la sociedad, no a la inversa. El arquetipo provenía de Europa, pero con el valor negativo del antihéroe, no el positivo del esfuerzo individual; aunque no es gratuito que Cooper fuera cuáquero y no puritano, y así sobrepuesto al convencionalismo que nos pierde en las convenciones.

La tradición que inaugura Cooper se detiene sin embargo en la frontera racial, tras la que se expande lo desconocido; lo que no es importante, porque a diferencia de Europa no se trata de una culminación, sino de una inauguración, aunque igual de apoteósica. En efecto, si el romanticismo reacciona al racionalismo (realista), es porque este culmina el periplo a la Modernidad; pero en el nuevo mundo la experiencia no sólo es inaugural, sino que además corre por cuenta de auténticos pioneros; que inevitablemente a su vez, comunicarán este espíritu a sus obras, y con ello al valor existencial de su reflexión estética.

Una prueba es el simbolismo de Melville[2], que ya no es romántico pero cuya reflexión tampoco es abstracta; sino que se desarrolla en una comprensión paulatina e incompleta de la realidad, como sentido de la existencia.  Tómese el marco referencial, contrastando el Racionalismo europeo al Trascendentalismo norteamericano; que ciertamente emula al Irracionalismo alemán, pero sin el defecto idealista de su elitismo, y puede evolucionar al Pragmatismo (Pierce[3]).

Todo esto termina en la primera postguerra, en que la burguesía acomodada busca legitimarse en Europa; no sólo la alta burguesía, que ya no era pionera sino heredera de los pioneros, también los intelectuales; que herederos también en vez de pioneros, eran sobre todo miméticos y convencionales en su afán de triunfo (Hemingway[4]). Fue así que las viejas convenciones que pesaban sobre Europa, se impusieron en América, en esa forma del academicismo; que sin embargo, contenido en los muros de la era Jim Crow, no pudo contaminar la zona salvaje del negro.

Eso es lo que explica la figura eficiente de DuBois, como una contracción amable que puede corregir los excesos; no una casta se elegidos, en una imposible humildad de buen salvaje, pero una exposición del último reducto de humanidad disponible. Lo demuestra el vigor y la belleza del renacimiento negro, actualizando el trágico trascendentalismo que DuBois aportara al simbolismo; pero que aún tendría que salir de sí y volverse al prójimo para alcanzar esa plenitud, por encima de los muros acercados del convencionalismo europeo.

Ese es el problema con la negritud, como marca permanente sobre la evolución del problema negro; con su impronta de hermenéutica filo marxista, que enmascara su inicio como estrategia política de un pueblo en específico. En efecto, si Sédar Senghor comienza el movimiento en la Francia revolucionaria, no es gratuito el rencor tardío que provoca en Fanon; que es como la traición agazapada que amenaza a todo negro en su realización, y con él todo Occidente.




[1] . James Fenimore Cooper (1789–1851)

[2] . Herman Melville (1819–1891)

[3] . Charles Sanders Peirce (1839–1914)

[4] Ernest Miller Hemingway (1899–1961) 

Seja o primeiro a comentar

  ©Template by Dicas Blogger.

TOPO