La negritud y el arcoíris del occidente cristiano III
DuBois, difícilmente a consciencia,
resolvía el dilema, que en tanto de forma (conceptual) no era real; él aportaba
la tragedia existencial de su condición política, ahorrando al arte la necesidad del símbolo.
Hasta entonces, el patetismo romántico se resolvía como vacuo o simbólico, pero
en ningún caso real; como un defecto de su naturaleza artificiosa, en la
apoteosis con que concretaba la tradición ilustrada.
La bifurcación era inevitable, no racional
sino compulsiva y natural, reproduciendo su origen en la reacción al realismo;
que era la expresión natural al racionalismo positivo, y establecía la
contradicción directa entre franceses y alemanes. Es en esa reacción violenta
que el romanticismo pierde pie, y queda en el gesto bello y vacío del
parnasianismo; que es contra lo que se rebela el simbolismo, en un esfuerzo
propio de adecuación, en que accede a la representación simbólica.
A partir de ahí, el negro tiene dos
posibilidades, y ambas atraviesan la integración de esta cultura que se
expande; en ambos casos se realiza, pero sólo en uno alcanza la plenitud, y con
él todo Occidente. Antes que Dubois a Europa, llegaba el romanticismo a
América, y nacía la literatura de los pioneros (Cooper[1]); que en
el valor existencial de la reflexión estética, establecía al individuo como
salvación de la sociedad, no a la inversa. El arquetipo provenía de Europa,
pero con el valor negativo del antihéroe, no el positivo del esfuerzo
individual; aunque no es gratuito que Cooper fuera cuáquero y no puritano, y
así sobrepuesto al convencionalismo que nos pierde en las convenciones.
La tradición que inaugura Cooper se detiene
sin embargo en la frontera racial, tras la que se expande lo desconocido; lo
que no es importante, porque a diferencia de Europa no se trata de una
culminación, sino de una inauguración, aunque igual de apoteósica. En efecto,
si el romanticismo reacciona al racionalismo (realista), es porque este culmina
el periplo a la Modernidad; pero en el nuevo mundo la experiencia no sólo es
inaugural, sino que además corre por cuenta de auténticos pioneros; que
inevitablemente a su vez, comunicarán este espíritu a sus obras, y con ello al valor
existencial de su reflexión estética.
Todo esto termina en la primera
postguerra, en que la burguesía acomodada busca legitimarse en Europa; no sólo
la alta burguesía, que ya no era pionera sino heredera de los pioneros, también
los intelectuales; que herederos también en vez de pioneros, eran sobre todo
miméticos y convencionales en su afán de triunfo (Hemingway[4]). Fue
así que las viejas convenciones que pesaban sobre Europa, se impusieron en
América, en esa forma del academicismo; que sin embargo, contenido en los muros
de la era Jim Crow, no pudo contaminar la zona salvaje del negro.
Ese es el problema con la negritud, como
marca permanente sobre la evolución del problema negro; con su impronta de hermenéutica
filo marxista, que enmascara su inicio como estrategia política de un pueblo en
específico. En efecto, si Sédar Senghor comienza el movimiento en la
Francia revolucionaria, no es gratuito el rencor tardío que provoca en Fanon;
que es como la traición agazapada que amenaza a todo negro en su realización, y
con él todo Occidente.
[1]
. James Fenimore
Cooper (1789–1851)
[2]
. Herman Melville (1819–1891)
[3]
. Charles Sanders Peirce (1839–1914)
[4]
Ernest Miller Hemingway (1899–1961)
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