La negritud y el arcoíris del occidente cristiano
De algún modo, la redención propuesta por Cornel West satisfaría la necesidad planteada por René Depestre en Un arcoíris para el Occidente cristiano; en tanto esa redención se comunicaría a toda la cultura occidental, como su salvación consecuente. La dinámica no es nueva sino recurrente en el trascendentalismo romántico, con figuras como Don Juan y Doña Inés, Fausto y Margarita, etc.; en que la relación en realidad representa la del Ser con su propia naturaleza, en un conflicto nacido antes del de Adán y Eva, en el de Adán y Lilit.
Lo que sí sería extraño, o al menos paradójico en este sentido, es que este vínculo de Depestre a West sea racial; y no sólo racial, sino incluso de rechazo de lo occidental, en el carácter identitario del conflicto de Depestre. Sólo que el conflicto de Depestre no es exactamente identitario sino existencial, aunque su planteamiento sea etnológico; porque de hecho es por la experiencia étnica que él lo conoce y puede comprenderlo como necesidad, hasta su formulación excelente.
Yendo por partes, la propuesta de West tiene un alto componente étnico, pero no es identitaria en sentido estricto; sino que se trata de una condensación de la experiencia occidental, incluso a través de su formulación en el cristianismo; donde adquiere el valor étnico, pero sólo porque es la etnia lo que provee la experiencia existencial adecuada en su valor político. Esto parece incluso contradecir la crítica a la dialéctica histórica, en el sentido de que pareciera subordinar el problema racial al de clase; pero no es realmente así, porque la singularidad étnica no se forma como un fenómeno de clase, aún si todavía estamental.
La diferencia está en el componente étnico, que es cultural y no político, esquivando la determinación económica; de modo que consume definitivamente el problema de la lucha de clases, en el reconocimiento de la humanidad común. No es un planteamiento idealista —humanista o ideológico— sino pragmático y realista, al contraer el conflicto a las posibilidades de lo humano; que siendo siempre concretas, se resuelven en la experiencia individual y no de clase, incluso si accede a alguna forma de sentido de comunidad en los intereses.
Habría sido por eso que la propuesta de la negritud no alcanzara a satisfacer la necesidad, sino que sólo la planteara; incluso en esa forma excelente del trascendentalismo estético, presente no sólo en el título de Depestre, sino también en el iniciático de Senghor. En ambos casos, la propuesta es como la de los obreros alemanes e ingleses en las fábricas infernales de la Europa dieciochesca; un puro grito de humanidad, que exige liberación, pero que no alcanza a redimirse, sino apenas a retorcerse en una aberración como la del comunismo soviético.
En todos esos casos falta la humanidad, que no es la abstracción del humanismo sino la vida concreta de las personas; que por tanto se refiere a la experiencia individual, incluso si con eso se trata de la de cada uno de los individuos. Eso es lo que propone West en su ontología, a diferencia del esteticismo excelente de la negritud en Depestre y Senghor; que responden a la misma frustración significada en el humanismo moderno del que nace, como fruto directo de la tradición ilustracionista francesa.
La diferencia no es extraña sino funcional, en tanto una culmina una tradición y la otra inicia otra nueva; en la que incluso, la anterior puede alcanzar el primer movimiento de liberación, pero sólo la otra alcanza la apoteosis de redención. La diferencia otra vez estriba en la naturaleza de los actos, que en tanto existenciales cumples funciones distintas; una la de reorganización ontológica, referida al establecimiento de la hipóstasis en que se autodetermina el fenómeno, de Heidegger a West; y la otra de realización externa, en la praxis histórica, que afecta a toda la humanidad, y no sólo al oprimido.
En esa sutileza consistiría la madurez, que siendo existencial se transmuta en función política, pero es individual; y que por ello no requiere de un modelo coercitivo y autoritario, sea la monarquía absoluta y liberal o la dictadura proletaria de ladino conservadurismo. Por supuesto, en tanto madurez, se trata de una apoteosis que requiere del tiempo que sea necesario para ello; no importa el peso o la amargura de la decepción, el hombre viejo a de morir su muerte de viejo, o el fantasma regresará siempre con sus reclamos.
Seja o primeiro a comentar
Post a Comment