La violencia sexual con que culmina Un tranvía llamado
deseo capitalizaría su objeto, distorsionándolo en su interpretación; se
olvida, por ejemplo, que es una catarsis, aunque dramática y no del espectador,
en su originalidad y eficacia. Esta distorsión sería de origen intelectual, que
es por lo que no comprende el carácter de la reflexión de Tennese William; y
que obvia en la tensión entre Kowalski y Blanche Dubois la relación de sus
ascendientes, en la mediación del matrimonio de este con Stella.
Mucha de esta culpa la tendría la estetizada masculinidad
de Brandon, que además es cinemática y no teatral; ya que el objetivo absoluto
de la actuación de Brando —no de Kowalski— es el cine y no el teatro, importe su
puntualidad. Eso mismo, por ejemplo, habría hecho María Félix con la Doña
Bárbara de Rómulo Gallegos, fijando el cliché en su persona; limitando las
posibilidades del personaje, y con ello la actualidad de su función reflexiva
como mito, que es lo propio del arquetipo.
En sí mismo entonces, Kowalski es un cliché de polaco
para Williams, cono Blanche es el amaneramiento francés; y debe estar claro que
Williams se identifica con Kowalski, en su protesta contra esa afectación de aristocrática
sureña. El conflicto, que se presenta como cultural, es en verdad ideológico, por
el populismo intelectual de Williams; que asume la representación del
proletariado, idealizando la rudeza de Kowalski, como la católica fe del
carbonero.
También debe estar claro que Blanche Dubois es un cliché
norteamericano del afrancesamiento, no de lo francés en sí; dado en que la
Francia es sólo el ascendiente de Blanche, y no la actualidad proletaria que
agobia al polaco en New Orleans. Williams se realiza así como esa tradición del
idealismo norteamericano, que pasa a lo trascendente como inmanencia; en una
irracionalidad que se justifica a sí misma por su supremacía moral, en tanto no
aristocrática sino proletaria.
Este dualismo lo toma la literatura norteamericana del
romanticismo europeo, pero en la moderación inglesa; luego exacerbado, en lo
norteamericano, por la contradicción ideológica como cultura, en su
determinismo político. Este habría sido el drama de esa obra, pero obviado por
esa intelectualización, que desconoce su origen ilustrado; contra la nimiedad
de lo real (Stella), como naturaleza de Kowalski, contradicha por el elitismo esnob
de Blanche Dubois.

El excesivo intelectualismo se concentra entonces en la
estetización del deseo, ignorando la transitoriedad del tranvía; obsesionado
por la violencia sexual en ese esteticismo, como la cultura decimonónica que
expresa en su decadencia; ante el vigor de lo norteamericano, supuesto en ese
carácter popular de la simpleza de Kowalski, de alcances homo eróticos. No hay
que olvidarlo, Blanche Dubois no es lo francés sino una idea de Francia, soslayando
la humildad de Stella; y la incapacidad del teatro para acceder a este núcleo
dramático, probaría la ineluctabilidad de esa decadencia; ya que soslaya al verdadero
héroe trágico, que es Kowalski pero como clase, en ese valor ideológico del
drama.

No hay que equivocarse con Tennese Williams, sureño como
Faulkner pero formado en el liberalismo de Columbia; una tradición desde la que
rechazará —por su carácter ilustrado— el conservadurismo del que proviene. Eso
lo hará con la misma calidad formal que su contraparte (Faulkner), no ya en lo
ideológico sino en lo formal mismo; que es en lo que se les puede equiparar,
como titanes de la tensión en que se realiza el país, como totalidad
sistemática.
La elevación de este drama a arquetipo no diluye su
naturaleza ideológica, sino que la realzaría como una actualidad; ya que al
menos en esta proyección intelectualista, su connotación inmediata es política como
lo existencial. Eso puede estar errado o no, como se verá en las diferencias
del trascendentalismo histórico y el Realismo Trascendental; pero es en todo caso
la premisa, en esa función referencial del arquetipo, que la establece como al
mito antiguo; no el esteticismo decimonónico, que cree en un formalismo
racional como trascendente, en vez de la función inmanente.
El énfasis en la victimización de Blanche Dubois, es una
sublimación paradójica de la masculinidad de Kowalski; en ese culto homo erótico,
que poco tiene que ver con la profundidad de ese espíritu norteamericano. Un
tranvía llamado deseo, puede así realizarse todavía, como una reflexión
objetiva sobre lo real, como su propuesta original; permanecer en cambio como
el gesto vacío, que aún pierde al arte en ese falso esteticismo de su
amaneramiento.
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