Virginia fue la primera colonia inglesa permanente en América, después del
intento fallido de Roanoke (1585 y 1587); también hubo otro, en la zona de la
actual Carolina del Norte, organizada por Sir Walter Raleigh, también
fracasada. Jamestown (1007) en cambio logró sobrevivir, convirtiéndose en esa primera
colonia inglesa permanente en Norteamérica; llamada así en honor al rey James I
de Inglaterra —IV de Escocia—, como Virginia debe su nombre a la reina virgen
(Isabel I).
Isabel nunca apoyó de hecho o demasiado los intentos coloniales, pero el
nombre se mantuvo incluso con los Stuart; y en tiempos de James I, ya era
conocida como Virginia, con Jamestown curiosamente su primer enclave exitoso. A
Virginia le siguieron Massachusetts y así sucesivamente, hasta la incorporación
de las colonias del norte; que siendo tomadas —por transacciones— de los
escoceses añaden su propia textura empresarial y metropolitana; junto a las que
derivando de las colonias originales, por sus respectivos conflictos internos,
de orden religioso.

De todo eso, lo que resalta es el diagrama ideológico cultural abierto con
Virginia como centro fundacional del país; que se desarrollará en tensión
constante, con la oposición del norte liberal e ilustrado y el sur aristocrático.
Es un desarrollo singular y sinuoso, en el que Virginia afecta la conformación
aristocrática de Carolina, con la suya propia; que no es clásica, sino formada
desde la burguesía campesina, moviéndose a la posterior Carolina del Norte. La
que se asienta en Charlestón, como capital de Carolina con su puerto
metropolitano, sí es clásica y proviene del Caribe; de donde introduce la cultura
de plantación, como el motor económico y base por tanto de la cultura del Sur.

Carolina sería una concesión de Carlos II de Inglaterra a un grupo de
nobles, conocidos como señores de la tierra; en recompensa por su apoyo
político, con los disturbios de la república primero y luego la restauración. Es
el movimiento desde Virginia, por la atracción de esta vitalidad comercial, lo
que establece a Carolina del Norte; en tanto se crea allí una cultura
diferenciada por ese origen, que retiene el carácter empresarial de su
fundación; y que se dispersaban por el fenómeno ya común de la disidencia
religiosa, como característica misma de esa fundación.
En ese sentido, y a diferencia del metropolitanismo de Carolina del Sur, la
del norte era más igualitarista y religiosa; con un espíritu anti aristocrático,
por el que se resistirá a la autoridad central, sea esta estatal, federativa o
colonial; con un fuerte perfil religioso, que esquiva el convencionalismo metodista,
como básicamente cuáquero y bautista. Eso también significa que es menos
dependiente de la esclavitud, que es propia de las grandes plantaciones;
mientras su burguesía rural se componía mayormente de pequeños y medianos
propietarios, de fuerte individualismo.

Esto constituye entonces a Virginia como una cultura de frontera
(Apalachina), entre el Norte industrial y el Sur agrario; propia del Sur interior,
que es antiesclavista e introduce su propia originalidad en el anti federalismo
de la Guerra Civil. De ahí que Virginia sea una zona de transición, antes que
propiamente sureña, con un carácter propio y suficiente; que retiene la
primacía de ser la fundación misma del país, no sólo institucionalmente, sino
sobre todo de su cultura.
Institucionalmente, Virginia albergó los primeros
experimentos representativos, en la Cámara de los Burgueses (1619); con una élite
educada, de fuerte influencia ilustrada, más propia del viejo Norte o incluso
de Inglaterra directamente. Hay que destacar que aunque la cultura inglesa se
deprime en el auge de la Ilustración moderna, es su verdadero origen; ya que la
Francesa surge en la justificación política del republicanismo inglés, como
primera apoteosis de la clase media.

De hecho, ni la revolución francesa ni la de Cromwell
fueron burguesas sino de clase media, en el apogeo moderno; que es comercial y
no industrial, como recuperación del mercantilismo clásico, con el otro apogeo
del imperialismo inglés. De ahí el interés de la aristocracia disidente francesa
en el republicanismo norteamericano, como suplente del inglés; contra su propia
cultura absolutista en la monarquía francesa, que proviene también de la clase
media medieval; explicando su rechazo —a medida que esta aristocracia deviene
en burguesa— por esta clase media en la Modernidad.
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