Como en todas las estructuras culturales, la sociedad china se organizaba
originalmente en círculos concéntricos; que partiendo de la familia nuclear iba
a la extensa, y de ahí al clan, una subetnia y finalmente la etnia. Esto hoy
día y como determinación cultural, responde a la contradicción típica con el
determinismo político del estado; pero como también es típico y recurrente,
mantiene la base nuclear como fuente de identidad y valor existencial.
En este sentido, y aunque con valor ya periférico, la
piedad filial aún se considera una virtud importante y funcional; aunque políticas
como la del hijo único (1979–2015) y la migración urbana masiva, redujeron el
tamaño y cohesión de las familias. En el campo sin embargo, todavía hay aldeas donde la mayoría tiene el
mismo apellido y traza su linaje a un ancestro común; y los templos ancestrales
y genealogías familiares siguen existiendo, aunque hayan perdido peso político bajo
el sistema comunista.

Esto es interesante, pues el absolutismo del estado
reduce la apropiación potestativa del imperio en esta modificación; que disocia
el vínculo de la maternidad, redistribuyéndolo entre las concubinas como madres
comunes. Obsérvese que en la noción del estado moderno, la revolución y la
patria son imágenes recurrentes con esta función; organizada ya en la virginidad
de María por el trascendentalismo católico, en su pretensión de universalidad;
y que en realidad viabiliza siempre la potestad política, desplazando el
vínculo familiar con el corporativo del estado.
La transformación de esta estructura respondería a varios momentos, pero
siempre como intervención del estado; en un esfuerzo por desmotarla, con la disociación
de sus relaciones funcionales, como en ese caso del vínculo materno filial en
la paternidad. Esto es importante, porque independiente de su modelo patriarcal,
es la matrilinealidad lo que la cohesiona a la sociedad en una naturaleza; pero
como desarrollos diacrónicos, que eventualmente colisionan entre sí,
produciendo estas contradicciones.

La sociedad tradicional es naturalmente patriarcal, por su dependencia del
comercio y la guerra para su desarrollo; desde el primero para su mantención y
solidificación, hasta el segundo para su defensa y eventual expansión. Aquí, y
contra el prejuicio racional, la exclusión femenina a lo doméstico responde a
su especialización biológica; que precisamente la que garantiza la transición de
lo real, desde su base natural a la cultura como su reflexión formal; justo en
ese vínculo materno-infantil, sobre el que se organiza como naturaleza, ya
especializada en cuanto humana.
En China, con el crecimiento del imperio, la noción de tribu
es reemplazada por la del clan y la identidad regional; en una primera —pero
definitiva— afectación de esta estructura, desde la prominencia de la mayoría
Han. En ese sentido, ya la mayoría Han —con
más del 90% de la población— se ve como un cuerpo cultural unificado; aunque articulando
en la práctica las variantes regionales, en una muestra de la resiliencia de la
cultura como naturaleza.

En ese mismo sentido, no es extraño que el estado sobreponga la identidad
nacional a la identidad étnica o tribal; pero esto resulta problemático a nivel
regional, por esta capacidad de resistencia de la cultura como naturaleza. Esto
se vería especialmente en los casos del Tíbet y Xinjiang (Uyghur), en que la
etnia es una fuerza opuesta a la política; como una resistencia de esa singularidad
existencial, ante la pretensión de racionalidad universal propia del estado;
pero que, en tanto abstracción convencional —como interés político—, no puede
satisfacer la puntualidad de sus necesidades.
No es casual que esta proyección imperial del estado termine apropiándose
del absolutismo político europeo; en el que no ha tenido un desarrollo natural —como
en el caso Chino— sino excepcional, como en el caso francés. Aquí coinciden los
desarrollos del imperio Quing y las doctrinas Richelieu y Mazarino, bajo Catalina
de Médicis; que curiosa y originalmente, reproduce en Occidente la ascendencia
de la reina madre en Oriente, con su solidificación del estado.
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