Hay momentos en que el lenguaje parece equivocarse, y
sin embargo funda una verdad en ese error aparente; que es el caso del falso
cognado, como una de esas grietas en que resplandece la hermenéutica y la filología
tropieza. Una coincidencia sin parentesco histórico, pero que en ello ajusta la
comprensión, para que siga siendo inteligible; no sólo entonces accidente, sino
tecnología del sentido, como el punto que reconcilia las cosmologías en
desarrollo.
Cuando dos órdenes de lo real —lenguas, culturas,
cosmologías— entran en contacto, el falso cognado es un puente; como el efecto
electromagnético, que asegura las estructuras a nivel microfísico, para que
crezcan en su fractalidad. El falso cognado no traduce ni identifica identidad,
sino da resonancia formal, forzando históricamente la relación; y en esa
resonancia, las diferencias se sostienen, pero se vuelven comprensibles y dúctiles,
habitables en la integración.
El lenguaje opera así como un campo de fuerza,
distribuyendo tensiones sin anularlas, en la coherencia simbólica; como en el caso
griego de Khronos (el tiempo) y Cronos (el titán), que muestra
con claridad esta función conciliadora. La confusión entre ambos, ya en la
exégesis helenística, no es una torpeza filológica, sino una operación
hermenéutica; al superponer a Khronos en Cronos, el mito resuelve
la discontinuidad entre el caos primordial (Urano) y el orden terrestre (Gea).
Es ahí que el tiempo se convierte en la contracción
del caos, persistente en Urano, y posibilita lo real en Gea; al devorar a sus
hijos Cronos devora los momentos, y Zeus escapa como la liberación de la
potencia absoluta, en la conciencia. Así, la falsa identidad fonética actúa
como mecanismo de traducción ontológica, como comprensión de lo real; porque el
mito organiza la cosmología, cuya función es hermenéutica, como referencia para
la praxis histórica.
Esto es lo que sucede con el nombre de China, en el
tránsito chino entre Zhou y Qin, como un problema filológico; que deriva el
término de Qin (秦), y
no de Zhou (周), pero
sin atender a una morfodinámica de la cultura. Qin no es más que la
cristalización, como trascendencia, de la forma que Zhou había
constituido como inmanencia; Zhou inventa el orden ritual del mundo, y Qin
lo convierte en potencia expansiva, como Zeus reinando en el Olimpo.
En el sonido Qin resuena la sombra de Zhou,
como un eco formalmente falso, pero estructuralmente verdadero; el nombre
extranjero China es un falso cognado funcional, un signo que no designa
su origen, sino una continuidad. En este se condensa la primera conciencia
planetaria de la civilización china, no lo que es sino lo que aparece; cumpliendo
con esta falsa genealogía una función epistemológica, al mantener la
continuidad transhistórica de lo real.

Trialécticamente, el falso cognado es un producto del
contacto, a nivel efectivo, como una contingencia histórica; luego, al nivel
formal, es el modo en que las estructuras culturales preservan su coherencia,
en la forma del cambio; y finalmente, a nivel reflexivo, es el punto en que el
mundo se reinterpreta a sí mismo, en la función del símbolo. Así, el falso
cognado no comunica información, sino que estructura al mundo, en su
inteligibilidad, como humano; y en última instancia, revela la fractalicidad de
lo real como cultura, en su capacidad para replicar operaciones funcionales.
Lo que ocurre entre Khronos y Cronos, o
entre Zhou y Qin, ocurre también entre mito y ciencia, y lo
arcaico y lo moderno; el error lingüístico se convierte en modelo del devenir,
una disonancia armónica, que permite al sentido seguir girando. El
lenguaje, al equivocarse, se ajusta al mundo, y el mundo se vuelve
representable otra vez, en la resonancia; el
error fonético sostiene el paso del mito al logos, revelando la coherencia de
lo real, para que sea histórica y hasta científica.
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