Wednesday, October 15, 2025

Introducción a la Nueva África

En La Isla que se repite, Antonio Benítez Rojo describe los espacios teleológicos que pueblan la literatura caribeña; que no son exclusivos de esta cultural, sino que aquí encuentran la eficacia del Realismo, en su función trascendental. En efecto, el valor teleológico se extiende de la bíblica Jerusalén celeste a la Utopía de Platón y Tomás Moro; y proviene incluso de los inframundos y los cielos que hacen bullen en las cosmologíasaunque realistas en estas. 

Sin dudasantes de la abstracción total del monoteísmo, la religión era práctica y natural, sin el defecto idealista; que desarrolla a medida que se hace abstracta, y sustituye en eso esta función práctica, con la teleológica. Esto ocurrirá en el último estadio del politeísmocuando concentra los arquetipos por sus funciones, en el henoteísmosublimando el espacio teológico, no ya como referente sino determinante existencial, que deviene político. 

Sería por la fatiga del Idealismo que surja el Realismo, pero no penetrando la fortaleza convencional del idealismo; sino en la marginalidad del arte, donde la literatura ofrece su instrumentalidad epistemológica a la reflexión existencial. Tampoco en Europa, donde Occidente rinde el arte a esa misma convencionalidad, sino al margen en que se extiende; y donde la experiencia ofrece su propia instrumentalidad epistemológica, a esa reflexividad existencial de la experiencia. 

En todo eso, lo africano no encontrará un espacio de convencionalidad propia, por falta de instrumentos políticos; no importa sí permea la estructura cultural, como el agua que reblandece las pretensiones en piedra del Barroco. De ahí esa subrepticiedad de la Nueva África, que sin embargo exhibe la naturaleza histórica que falta a las otras; no ya en la eficacia reflexiva del realismo, sino en la praxis misma de la vida, que se adensa en el desarrollo. 

Nueva África aflora como una revelación, en la inmediatez del que despierta un día a su propia realidad existencial; no como la aspiración de los cristianos, que es todavía teleológica, sino en la lógica misma de esa existencia. Nueva África es histórica, porque responde a la misma expansión de Occidenteque la arrastra en su fatalidad histórica; y pudo condensarse gracias a su marginalidad por lo anglosajón, por la ambigüedad hispánicaque relativiza esa marginación. 

En realidad, es la porosidad de la frontera anglo-hispana lo que permite está condensación, encausando la fluencia; que de un lugar al otro gana en densidad, hasta revolverse en sí misma, con un alcance ontológico y existencial. En este sentido, crece en una colonización progresiva en esa marginalidad, desde el sudeste norteamericano; pero se arma cosmológicamente en el Caribe, integrando esa estructura occidental, negrizándola en su progresión.  

El resultado es una estructura africana, pero con recursos epistémicos occidentales, que la interpretan y adecuan; sin que por ello puedan afectarla en su propia naturaleza práctica, en tanto experiencial, sino sólo realizarla. Eso tiene por supuesto una expresión política, que sin embargo no consigue subordinarla, sino que la hace subrepticia; en lo que está consigue retener sus valores y funciones propios, hasta madurar en una cultura políticamente suficiente y madura. 

Sólo falta la cuestión del lenguaje común, que sintetice ese cosmos unificado desde su misma función práctica; y que no necesita de una maduración lingüística, como en los casos clásicos de Dante, Cervantes y Shakespeare; porque ya estos habrían cumplido la función exponencial del pensamiento, en la poesía como reflexión existencialAhora, el estadio culminante estaría en la reflexión misma, que ya está exponenciada, por la imagen que propicia; y que era lo que le faltaba en la función anterior, en que era sólo instrumental y no objeto último por su magnificencia. 

Nueva África surge así, como el agua que inunda el pastizal y sube de nivel, creando el otro mundo sobre la tierra; un lugar de negros —más allá de la piel— en la cosmología, como hermenéutica final que organiza la vida. Es el espacio final, que asume los espacios teleológicos como barrios de imaginación, atados a su infraestructura; que es política, pero primaria y funcional, sin el elitismo grosero con que los modernos destruyeron el mundo. 

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