Respondiendo a tensiones tricotómicas, por su
determinación cultural, la historia no discurriría en línea recta; y el ejemplo
mejor sería la asombrosa historia de China, como un río que pliega y despliega
sus sedimentos. El ejemplo parte del fundador, el Qin Shi Huang de férreo orden
y legalismo absoluto, que no solo construyó un imperio; sino que condensó un
campo de energía social, que absorbió y también desplazó capas de realidad
marginal.
Allí, en los márgenes de la centralización, se acumuló
un poder latente, con el que primero se reorganiza Qin; en esa restructuración
con que la dinastía Han corrige sus excesos, sólo para establecer los suyos
propios. Han absorbió así sin duda esa dispersión, pero también generó otra, en
esa circularidad del vicio recurrente; y desde Han, cada ciclo dinástico superpondría
capas de marginalidad, como tensiones que persisten en el campesino.
Estos remanentes, ignorados por la mirada de la
estructura, adquieren poco a poco su densidad y autonomía; y devienen en un
universo en sí mismos, como un caos primigenio que interactúa con la estructura
imperial. En una dinámica de contracción y dilatación, por las sucesivas
rebeliones, esto genera pulsaciones de auge y declive; que devienen el latido
histórico, que realiza lo real no en dualidades, sino en tricotomías de
estructura, margen y mediación.
En esta dinámica, la Sociedad del Loto Blanco surge
como condensación de los remanentes en una conciencia; sus enseñanzas, su
misticismo milenarista y sus rituales centralizados, son la densidad ideológica
de esa energía. Cada célula local, cada grupo marginal, se sincroniza no por
obediencia ciega, sino por resonancia de la doctrina; como partículas
alineándose en un campo invisible de cohesión, van cobrando forma, en la
expresión política.

La rebelión de los Turbantes Rojos es entonces la
materialización de este flujo, como descenso de energía acumulada; que se
dirige hacia el mundo tangible, en un despliegue de potencia que ya no puede
ser absorbido por la estructura. El milenarismo de Maitreya cumple aquí la
función del corazón que armoniza, el principio que da coherencia al flujo; sin
él, el caos marginal y la rigidez estructural quedarían en conflicto estéril,
dicotómicos y dialécticos a perpetuidad; y con él, la energía de esa marginalidad
se canaliza, proyectando su densidad ideológica en la revolución china.
La historia, vista así, no es sucesión de causas
lineales, sino danza morfodinámica de tensiones acumuladas; donde cada ciclo
deja un remanente que se organizarse y proyecta, en las insospechadas formas de
lo histórico. Lo real no es así una confrontación binaria sino una tricotomía de
tensiones que se suceden y superponen unas a otras; el imperio que estructura,
la marginalidad que desafía y la mediación que armoniza, todo en una función
histórica.
Cada rebelión es una resonancia de este esquema, un
eco que reproduce la interacción fundamental de estructura; y en esta luz, la
historia imperial china se revela como un organismo vivo y fractal, que respira
en ciclos calmos. No es que ese animal monstruoso y bello no conozca la muerte,
sino que la muerte tiene que invadir esa majestad; para salir en un resoplido
final, en los borbotones de sangre de esa revolución, que es ya la muerte de la
hermosa China.
Eso no es un problema moral, sino la recurrencia misma
del ciclo vital, por el que Mao es el reverso de Qin Shi Huang; exponiendo el
país, como la pradera industrial de la dinastía Song, a la violencia externa
que lo redetermina. Recuérdese, fue el esplendor de Song lo que no pudo
rechazar el empuja brutal de Kublai Kan, instaurando a Yuan; como a la inversa,
es el desgarramiento de la guerra lo que expone al país a la violencia
japonesa, para terminarlo todo.

Ya desde Mao, China sólo puede integrarse lentamente
al mundo, sincronizando con este su vieja maquinaria; y desde entonces tendrá
problemas inusitados al imperio, como la presión del capitalismo y la
democracia. No se trata de Taiwán, apenas remanente Ming, destinado a la
absorción cuando agote la presión de Estados Unidos; pero sí la floración
sangrienta de Tiananmen, que recuerda aquella rebelión primera de los turbantes
amarillos; fundamento místico de la Sociedad del Loto Blanco, que se proyecta a
la revolución en la rebelión de los turbantes rojos.
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