Auge, decadencia y caída de José Lorenzo Fuentes
Con la musicalidad de su nombre de personaje del realismo
mágico, José Lorenzo Fuentes es como este parte de la vida real; más aún, en esa
forma maravillosa con que la montaña rusa caracteriza las vidas más intensas
con las experiencias más extremas. Formado y surgido con el mejor momento de la
literatura cubana, en ella compartió ese esplendor; narigueando premios con
Guillermo Cabrera Infante, a diferencia de este entró por la puerta amplia del
periodismo revolucionario. Una situación tan excepcional como la de ser el
periodista de Fidel [Castro], en un encuentro de egos como el de este y Ernesto
Che Guevara jugando golf; no es fácil salir incólume de la soterrada
confrontación, y no lo salió José Lorenzo Fuentes, no podía. Su historia sin
embargo arrastra visos pasionales y románticos que reivindican a cualquiera,
pues en el transcurso toma para sí la esposa de un oficial; y ya no se sabrá
nunca si la defenestración fue casual, concurrente u oportuna, pues puede que
hasta la vida le salvara.
Del hueco de la no existencia le rescata no obstante un
escándalo editorial, que no le daría mucho más que un respiro;
cuando la editora Playor, de Carlos Alberto Montaner, publica una novela suya bajo
la autoría de un disidente, al que como es habitual se le quiso fabricar el
profile de escritor. Fue la amistad socarrona con García Márquez la que más o
menos lo mantendría a flote hasta entonces, y desde ahí integró el tenue olimpo
oficial de los escritores cubanos; hasta que nuevamente la diosa fortuna tiró
sus dados ansiosa, vinculándolo con uno de los proyectos disidentes más
tremendos, fugaces y oportunistas de todos los tiempos. Fue así que José Lorenzo
Fuentes vino a parar al exilio, con su nombre importante —además de maravilloso—
a cuestas; como a la zaga de sí mismo, aferrado a una consistencia que ya había
deslumbrado al mundo con uno de los libros de cuentos más esplendentes de la
literatura cubana: Después de la gaviota.
En el exilio, José Lorenzo Fuentes pudo llevar y llevó una
vida regular que conoció el éxito; no precisamente por su innegable valor
literario sino de la mano de sus creencias en el más allá, que le hicieran un
prolífico y publicado autor —con regalías— de libros de metafísica. Una
dualidad serena que ni por asomo pasaría por la contradicción esquizoide, pues
hacía rato que la metafísica formaba parte de su literatura; no obstante, tanta
serenidad se debía al buen juicio con que la metafísica discurría bajo la
literatura sin influirla o determinarla, como otra vuelta más de la ficción.
Pero los religiosos no pueden eludir el karma de quien tienta lo divino, y él
tampoco pudo; con un ego bien montado pero no por ello menos egocéntrico, jamás
comprendió que debiera compartir algo más que bendiciones. Fue así que terminó
manipulado por quienes necesitados de su nombre no discriminan para mercadearlo;
total, él mismo se había defenestrado con la publicación de una novela
testimonio en que narraba una experiencia de regresión sin otro mérito que la
regresión misma.
Entiéndase, la majestad de José Lorenzo Fuentes en la
literatura es literaria pero no escriturística; su gramática funcional no le
permite giros escandalosos [Carpentier] ni el drama paradojal [Borges], ni
mucho menos la sutileza místico-filosófica [Lezama Lima]. Hecho para el
realismo [Cabrera Infante], se distingue por la irrupción del drama metafísico
[Carpentier] que lo emparenta con el realismo mágico [García Márquez], pero en
la reversa de un originalísimo Idealismo Trascendental. Eso lo debe sin dudas a
su propio estructuralismo metafísico, pero como imaginario y no precisamente
como doctrina; una doctrina es groseramente anti literaria en su pretensión
moral y seudo trascendentalista, sobre todo si es religiosa. Eso es lo que
explica este acto último de auto defenestración, en que José Lorenzo Fuentes se sume en la mediocridad de una
consejería confesional; con razón es comercializado por el último atajo de
hipócritas de Miami, como si aún no sobrepasara aquella de ser el periodista de
Fidel.
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