El retorno de los brujos
“Lo que le hace condenar a Gurdjieff: Quien tiene la
necesidad de enseñar no vive enteramente su doctrina y no ha llegado a la cima
de la iniciación”.
[… ]
En ese sentido, el libro es tan agudo como para insistir y
demostrar que no hay —no podría haber— un interés exclusivista en materias de
conocimiento; sí habría exclusión, pero a partir de la especialización de los
intereses y el uso del lenguaje necesario, que a los profanos les resultará
excluyente. En ese mismo sentido, el libro logra demostrar [lógicamente] que
las asociaciones y gremios tienden a mimetizar esta peculiaridad, pero con un interés
igualmente mimético; que sería lo que resulte en la sobrevaloración política
y/o cultural de esas sociedades, cuya incidencia real deviene sin embargo en
necesariamente mediocre y vacua. Aún a ese respecto, llama la atención sobre
sociedades y tradiciones ciertamente herméticas y esotéricas, pero justo para
evitar la distorsión de sus objetos; y que precisamente no se constituyen como esos
núcleos visibles y exhibicionistas de las actuales asociaciones de ritual
iniciático, o los que alegan la posesión de secretos metafísicos; sino más bien
como asociaciones espontáneas, reunidas a partir de ese interés expreso, y
entre individuos que se reconocen justo por la especialidad de su lenguaje.
Confuso pero terminante, postulando que si no lo entiende es porque
no le interesa, lo que no es grave; es entonces este libro como un refrescante
recordatorio de los valores del genio individual, desgraciadamente sumergido en
el marasmo de la vulgarización positivista y racional de las falsas élites
contemporáneas. No es pues un libro para falsos cultos ni egocentrismos
solapados, muy a tono con un nuevo siglo que se alza contra fetiches librescos
e ilustracionistas; escrito en la década del 1960, pocos encontrarán en él el
sosiego y la alegría de reencontrarse con su propia raza, pero es para estos
para quienes fue escrito.
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