Friday, January 4, 2013

El retorno de los brujos

Lo que le hace condenar a Gurdjieff: Quien tiene la necesidad de enseñar no vive enteramente su doctrina y no ha llegado a la cima de la iniciación”.
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“No hay nada nuevo, salvo lo que se ha olvidado” son palabras atribuidas a una modista de María Antonieta, cuyo rango no contradice la modestia de su oficio. Coincide sin embargo con la amplia compilación de ejemplos que recoge ese manual de exaltación doctrinaria que es El retorno de los brujos; que va desde el atomismo anterior a Demócrito, y que contrario a este postulaba la divisibilidad del átomo; y recoge el paradójico cartesianismo de Aristóteles, a pesar de que Descartes lo desecha por el idealismo platónico. El retorno de los brujos es en realidad un interminable discurso contra las simplificaciones racionalistas, pero lo hace con cierta e inspirada gracia; oponiendo, por ejemplo, el esplendor científico del primer cuarto del siglo XX al dogmatismo cientista con que cerró el siglo XIX. En ese sentido, el libro recuerda cómo las lumbreras del pensamiento científico negaron que algo más pesado que al aire pudiera volar y la utilidad de la energía eléctrica; pero como detalle, quizás lo más interesante sea su insistencia en que no existe tal cosa como un secreto o un proceso iniciático acerca del conocimiento.

En ese sentido, el libro es tan agudo como para insistir y demostrar que no hay —no podría haber— un interés exclusivista en materias de conocimiento; sí habría exclusión, pero a partir de la especialización de los intereses y el uso del lenguaje necesario, que a los profanos les resultará excluyente. En ese mismo sentido, el libro logra demostrar [lógicamente] que las asociaciones y gremios tienden a mimetizar esta peculiaridad, pero con un interés igualmente mimético; que sería lo que resulte en la sobrevaloración política y/o cultural de esas sociedades, cuya incidencia real deviene sin embargo en necesariamente mediocre y vacua. Aún a ese respecto, llama la atención sobre sociedades y tradiciones ciertamente herméticas y esotéricas, pero justo para evitar la distorsión de sus objetos; y que precisamente no se constituyen como esos núcleos visibles y exhibicionistas de las actuales asociaciones de ritual iniciático, o los que alegan la posesión de secretos metafísicos; sino más bien como asociaciones espontáneas, reunidas a partir de ese interés expreso, y entre individuos que se reconocen justo por la especialidad de su lenguaje.

Confuso pero terminante, postulando que si no lo entiende es porque no le interesa, lo que no es grave; es entonces este libro como un refrescante recordatorio de los valores del genio individual, desgraciadamente sumergido en el marasmo de la vulgarización positivista y racional de las falsas élites contemporáneas. No es pues un libro para falsos cultos ni egocentrismos solapados, muy a tono con un nuevo siglo que se alza contra fetiches librescos e ilustracionistas; escrito en la década del 1960, pocos encontrarán en él el sosiego y la alegría de reencontrarse con su propia raza, pero es para estos para quienes fue escrito.

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