Cartas para Gloria
El sentido recto, impuesto por
las prácticas periodísticas, desconoce la noción de trascendencia; justo por
atenerse a lo anecdótico, a la praxis y no a su determinación trascendente,
objeto propio o al menos habitual de la literatura. Eso sería lo que explique
que, tras el agotamiento comercial del Realismo Mágico —la curva desciende, de
García Márquez a Isabel Allende— éste deviniera en un realismo banal; donde la
gente sólo cuenta su historia, supuesta pero raramente original, asumiendo que
tiene un sentido singular; pero que, como dijera una crítico al dejar desierto
un premio de narrativa, sólo tendría valor psiquiátrico, no literario.
El Realismo surgió como un
estilo, un recurso estético, y no como
valor universal de la literatura; esto es, aprovechando el dramatismo de la
contradicción política y económica, con una intención crítica, que es lo que resulta dramático. El éxito,
paralelo y consecuente al mayor alcance de los planes de educación, conllevaría
a la banalización del estilo, reducido a lo anecdótico; a la vez que surge y se
desarrolla el periodismo —que, a diferencia de la literatura, no siempre
existió— como profesión, que a medida que se especializa también gana en
pretensiones de alcance. Eso, por ejemplo, explica la corrupción del oficio,
que llega a plantearse como un poder alternativo a los tradicionales, como el
llamado cuarto poder; en vez de atenerse a una función crítica de contrapoder,
que tampoco le sería intrínseca necesariamente, sino sólo como atribución
funcional.
Seja o primeiro a comentar
Post a Comment