De los enfrentamientos y las sucesiones estéticas en la tradición literaria cubana
Uno de los conflictos más álgidos de la
tradición literaria cubana, sería —y cómo no— producto de sus bandazos
históricos; cuando, luego de la crisis ideológica del llamado Socialismo Real,
toda su producción artística se desechó como panfletaria. Ejemplo al paso, los
poemas Tengo, de Nicolás Guillén, y Las crónicas, de Félix Pita
Rodríguez; tal y como la multitud de Lunes de Revolución, defenestrada y
disidente luego del maridaje entre los experimentos vanguardistas [Lorenzo
García Vega y Virgilio Piñera], el populismo etno-político [Nicolás Guillén] y
la épica revolucionaria [Heberto Padilla y Jesús Díaz]; todos en contra del
formalismo decadentista y burgués del núcleo duro del grupo Orígenes, como del
populismo neorromántico de Buesa y las elegancias catedráticas de la Loinaz. En
verdad, la contradicción extrema sería como un clamor por los plácidos
consensos; que no son legítimos cuando son forzosos, pero sí cuando se aferran
cansados a la roca firme de alguna paz, alguna, un poco de racionalidad. La única
diferencia real entre unas estéticas y otras, será la del objeto, que impone
siempre su naturaleza; por eso los esquemas son secundarios, por abstractos, y
sólo importan las individualidades concretas, espléndidas, que son las que los
realizan. Esta diferencia será, además la que determine que un fenómeno tenga
actualidad mientras que otro la pierda; no una calidad real, que es siempre un
parámetro subjetivo, en tanto se refiere a la sensibilidad de los sujetos
comprometidos respecto a ese objeto; cuando esta sensibilidad, además, es la
capacidad de dichos sujetos para participar del fenómeno, que es el hecho
artístico.
Así, el poema Tengo, como Las Crónicas, tendrían tanta calidad
real como los hermosos ditirambos neoplatónicos de Orígenes; porque todos
ellos, y no sólo unos, fueron funcionales y suficientes respecto a sus objetos
propios y peculiares; produjeron la tan aristotélica catarsis por su propia
reflexión, y aún más los de objeto político que los de objeto mítico-trascendente.
¡Y aún hay que ver la otra relatividad, la que introducen las diferentes
perspectivas!; porque, en verdad, los sujetos comprometidos con el objeto
político, lo hacen porque le reconocen o atribuyen —¿pero existe esa
diferencia?— trascendencia; así como a la inversa, cuando los sujetos
comprometidos con el objeto mítico-trascendente, le reconocen o atribuyen un
valor político diferente; incluso, como en ese caso de Orígenes, cuando su
programa de acción consista en una inacción más estoica y catártica en su
mística que las incandescencias revolucionarias. La diferencia, entonces,
respondería a la naturaleza más o menos permanente del objeto, y no a la
destreza del poeta; que sería por lo que las poéticas populares, o incluso
populistas, como los experimentos avan gardé, están sujetos a la
movilidad del objeto que reflexionan; perdiendo la actualidad, y por ende su
capacidad de efecto catártico, su dramatismo, con la promoción o desaparición
eventual del objeto que representan.
Eso, de hecho, sería lo que habría ocurrido
con una poética como la del cancionero etnográfico de Guillén; políticamente
traicionado tan pronto como con las reformas económicas del llamado Período
Especial cubano, igual que con el Félix Pita de Las Crónicas. En cambio,
la estética de corte trascendentalista, filorreligiosa, como el neomodernismo
origenista, tiene objetos más constantes; que no serán más sólidos o
consistentes, sino que en su propia naturaleza místico trascendente y
abstracta, tienen esa permanencia.
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