Discurso de Mammón
Nadie ha sido más criticado que yo, como las piedras que la montaña
antepone al alpinista; sin pensar que es a esas piedras que se aferra el
alpinista para lograr los altos picos. ¿Que mi cuerpo es de oro y en ello
abusador y poderoso?, ¿no será entonces la cruel envidia la que lo baldona? ¿Qué
de tierra soy hecho, como el cuerpo de Adam?, ¿que al final soy sucio?; ¿no fue
en la tierra que plantó Dios su vergel y su famoso y fatal árbol, y no puso al
hombre en él? Desde el suelo y como suelo, en mí se apoyan los artistas para
pretender el cielo; y cuando los sublimes poetas, y los músicos y los pintores,
cuando todos me denuestan; entonces, en ese momento busco al santo que regala
su obra al pobre y al mendigo en vez adular al rico para que la compre; o peor
aún, le subvencione una vida excéntrica con que pavonearse, vanidoso de su
supuesta superioridad.
¿Si suelo soy, no soy acaso basto?, ¿no es la mano codiciosa la que me
refina e insufla poderes de seducción?; ¿no es eso acaso bueno, no reproduzco
en ello la fuerza del toro y el rugido del león, tan necesarios para el
gobierno de esa selva vuestra? Necio escritor, esperas en vano cual femenil
Ganimedes que te arrebate un dios enamorado, sólo para servil acercarle el
vino; como Narciso sucumbes al engañoso espejo de las aguas inconsistentes en
vez de fiarte de mí, que soy tu inevitable bastón. No te quejes más de tu
destino, bardo infeliz; es por tu necedad que te rechazo, y es ella la que te
obliga a mendigar por mí en el mendrugo de los poderosos que odias. Es cierto
que a ellos los amo, porque son más sinceros que tú; también ellos pretenden el
cielo y a veces hasta lo alcanzan, cuando se suben en tus espaldas dobladas.
Pero yo, basto andador de todos, amo la libertad que otorgo a mis bendecidos;
tú no estás entre ellos, tú afirmas despreciarme incluso cuando fue Dios quien
te marcó frente con la necesidad. ¡A él también lo desprecias entonces!, ¿cómo
osas pretender nada?
Todo eso que ustedes escriben puede ser hermoso, muy hermoso, pero sólo eso; ¡grandísimos hipócritas!, la belleza es como las estatuas de los santos que se veneran en las iglesias porque ella los adorna; yeso vacío, que no responde porque no es el santo sino su imagen, en la que podría reconocerse pero como en un espejo. ¿Qué sabe nadie de lo que habla, de Dios, del magno Febo, de la cruel Minerva, del hombre?; extraños ellos como extraño es el valor con que soy yo quien los sostiene con vuestras plegarias y vuestros estudios. Yo pagué la magnífica Eneida, que todo lo explica; Ovidio, por mí, convirtió el alma de Julio en una estrella sin que le valiera a ninguno de los dos; recuérdenlo, porque al menos a ellos los conocen, no así a los infelices que incurrieron en la ira soberbia de Lorenzo.
Todo eso que ustedes escriben puede ser hermoso, muy hermoso, pero sólo eso; ¡grandísimos hipócritas!, la belleza es como las estatuas de los santos que se veneran en las iglesias porque ella los adorna; yeso vacío, que no responde porque no es el santo sino su imagen, en la que podría reconocerse pero como en un espejo. ¿Qué sabe nadie de lo que habla, de Dios, del magno Febo, de la cruel Minerva, del hombre?; extraños ellos como extraño es el valor con que soy yo quien los sostiene con vuestras plegarias y vuestros estudios. Yo pagué la magnífica Eneida, que todo lo explica; Ovidio, por mí, convirtió el alma de Julio en una estrella sin que le valiera a ninguno de los dos; recuérdenlo, porque al menos a ellos los conocen, no así a los infelices que incurrieron en la ira soberbia de Lorenzo.
[Portazo, apagón
repentino]
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