Acerca de la literatura como arte [digresión]
En efecto, la literatura sí habría tenido siempre valor reflexivo en tanto
arte; pero justo hasta que los modernos descubrieron semejante peculiaridad y
la postularon, culminando el asalto infatigable que iniciaron los fisiólogos.
Nada contra la racionalización, que en definitiva es la adecuación de la realidad
a esa naturaleza específicamente humana que es la cultura; sino que con este
proceso de dolorosa madurez se perdería también aquella función suya y —por
supuesto— la necesidad que le dio lugar. Es decir, el arte habría tenido valor
reflexivo justo porque su formalismo no era discursivo; que es en lo que sus
formas eran susceptibles de valor cognitivo propio, en tanto reflejo [análogo]
de lo real. La misma hiperracionalización moderna no sería original sino que
culminaría el proceso —efectivamente positivo— comenzado por el movimiento
fisiologista; y que en realidad materializaba esa adolescencia en que el mundo
se independizaba de la tutela de los dioses para entrar en su propia adultez,
sosteniéndose en sus propios pies.
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Obvio, eso también significaría que con su funcionalidad el arte perdería
también su pertinencia; no importa cuánto lo lloren quienes de hecho están
anclados en la otra época en que fue pertinente, porque la realidad es
inmutable, incluso si humana. Igual esa [im]pertinencia del arte sería
sustituida por la de la ciencia, que gana en creatividad para emularlo en esa
capacidad reflexiva que he perdido; porque lo que es innegable es que al
organizarse en un discurso el arte ya pierde esa facultad reflexiva, que estaba
dada precisamente por la espontaneidad en que los mismos símbolos trasegaban
sus significados entre sí, por su propia recurrencia.
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