Monday, September 8, 2014

Del desprecio ontológico de lo cubano como redención ética [Testimonio]

La sabiduría popular es reductiva, pero por lo mismo es funcional y esencialista, y rara vez se equivoca; y dice esta sabiduría que sólo se rechaza lo que se desconoce profundamente, que es lo que puede explicar ese rechazo visceral y ontológico de lo cubano como redención estética del Ser. No es gratuito, la definición del ethos no sólo es positiva ni siquiera en sus virtudes; también se da en un sentido negativo, por lo que no es, hasta en sus virtudes, aquello de lo que no es capaz. Lo cubano, como definición en sí, sería entonces una referencia suficiente para definer por el contraste su opuesto; no importa que en su poética, bastante errática por cierto, el deslumbrante Mairena de Machado negara la posibilidad de lo opuesto; aduciendo el maestro sublime que nada contiene un opuesto que lo reflejaría en su exactitud, como si la función del opuesto fuera la reflexión y no la segregación.

Es así que la definición de lo cubano, como la silla de Mairena, postula la grandeza de lo que no es cubano como la no-silla de Mairena; que en el caso del maestro abarca la inmensidad de todo aquello que no es la silla, detalle que él ignora en la desmesura de una lógica lineal; como esa grandeza de lo no cubano consistiría en la amplitud universal del Ser que se realiza sin atender a las mezquindades que lo atan siempre a la altura del prójimo. Es decir, más allá de la dimension física, en la moral, el Ser ha de crecer de otro modo que el físico; por lo que atando su crecimiento a aquello que está fuera de sí mismo, se condenaría a sí mismo al enanismo perpetuo. La incomprensión de esta dinámica atroz es la libertad del no Ser cubano, y en ello mismo despreciarlo y rechazarlo incluso visceralmente; tanto que, por ejemplo, podría reflejarse en procesos psicosomáticos communes, como un repentino forúnculo, unas hemorroides más molestas que vergonzantes o un cancer, pero con la función redentora de esta definición positiva del Ser.

Hace mucho, una lumbrera de la nueva crítica nacional se regocijaba enumerando las insuficiencias de la Isla que se repite, de Antonio Benítez Rojo; incapaz de ver que su esfuerzo era sólo la rabiosa admiración ante un postulado tan bello que inmisericorde nos condenaba su reproducción perpetua. Otro crítico de la ontología, esta vez menor, acercó la lupa a El hombre que amaba los perros de Leonardo Padura, con ese rigor del dios que en trono de perfección regula el mundo; es decir, inútil él mismo e intulizante en la manifestación de ese amor castrante en que el Ser sólo se define por la eliminación del prójimo. Este crítico criticó a Padura el poco atrevimiento ante la verdad histórica de los lazos que unían a Mercader con Cuba, más allá de los de su madre; es decir, criticaba el esquinazo con el que Padura emulaba la maestría del cine negro norteamericano, que fue lo más erótico que ha existido nunca y fue en medio de la pasguatería norteamericana; irónico o atroz, lo hizo co0mo si él mismo, crítico pertinaz, hubiera hecho otra cosa, aunque fuera peor, en esa isla que repite en eco la vaciedad de lo huamo.


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En otro caso aún, también esta vez menor, las jaurías se volcaron contra quienes a bien tuvieron sortear los peligros de la aproximación y acaricieron la cabezota ladrante de Cabrera Infante; y cual bacante la crítica falaz, desde esa supremacía que le daba la altura ética del exilio, reclamó se hubiera excluido el testimonio mayor de la viuda, que ostenta ese poder castrante de las viudas; pero como si la viuda hubiera accedido, en esa negativa prístina y apriorística de todo suprematismo, a manchar sus manos del Clitemnestra con una crítica que surgiera en aquel poder que el esposo mismo había cebado. El crítico mezquino pontifica para el auditorio falaz de las viejitas que chismorrean a la luz de las velas en un antro de Vermer; ese es el espíritu horrible de lo cubano como ontología, que así postula la ontología redentora de lo no cubano como la amplitud del mundo en que puede realizarse el Ser. Canon reflejado ya en la falsa positividad del non plus ultra de la crítica cubana, y que es esa antología deleznable y conocida como Lo cubano en la poesía; que imperturbable se explayaba en definiciones excluyentes de lo extraño [¡Piñera!], como si ya el mundo no hubiera incorporado el extrañamiento [Brecht] como otra facultad del mismo Ser para manifestarse.

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