Nuevo Mégano
No importa el
tamaño real o pretendido de la actual cultura cubana, uno se asombra al descubrir
su falacia e inconsistencia; nacida —¿y cómo no?— de esas pretensiones de
ingeniería revolucionaria, que como todo suprematismo moral, es básicamente
soberbio. Así, fundar toda tradición de cine cubano en el carácter testimonial
de Mégano sólo puede arrojar luz sobre los excesos que le siguieron; negando en
ese moralismo de responsabilidad social todo el trabajo anterior, y sobre todo,
su eficacia, basada en el pragmatismo económico.
El contraste es
claro, la tradición que se funda en Mégano es moralista y con ello
abstraccionista; propia así del exceso idealista en que devino el materialismo,
como credo incluso religioso del comunismo postmoderno. Como principio es
lógico, si se trata de una estética que adquiere su consistencia de lo épico;
pero que es también trágico en sus alcances, no sólo por el modelo canónico de
la epopeya, sino porque esta tiene un sentido dialéctico. Así, no es de
extrañar que el llamado cine revolucionario cubano se estancase en el mal
tratado neorrealismo; que proveniente de la Europa elitista que decae en la
postmodernidad —luego del auge moderno—, se hace esclerótico en el nepotismo
inevitable al ICAIC.
Todo eso se pudo
evitar, si el cine se hubiera abandonado a su desarrollo natural por el mercado; que comunicándole la fuerza expansiva —y comercialista— de
la época de oro del cine mexicano y argentino, le daba consistencia. Es decir,
no es la alternativa no menos intelectualista que se frustró con la nueva ola Sabás
Cabrera Infante; ya que igual de intelectualista que el neorrealismo, se
perdería en ese mismo abstraccionismo que anquilosó al neorrealismo en el
nepotismo del ICAIC; en definitiva, el nido que encontraba en la TV no era
menos institucional que el del cine, e igual terminara sujetándolo al
Departamento de Orientación Revolucionaria.
No es que ese aluvión
neorrealista no diera buenos frutos, quizás más eficiente que los experimentos
dramáticos del ICRT; porque dio forma a la epopeya, a la que no sólo justificó
sino que con ello explicó las profundas determinaciones de la realidad. Gracias
a eso, aparte de los vicios retóricos y la mediocridad habitual, hubo buenas
conclusiones al ciclo revolucionario; lo mismo con la adecuación que incorpora
mucho de la nueva ola en Habana Blues, por poner un ejemplo, a la franca
catarsis de Conducta, por seguir con lo mismo.
Otros experimentos
hay también promisorios en ese sentido, que se alimentan de una realidad
dramática de por sí; aunque siempre sean casos puntuales, que quizás con el tiempo
lleguen a fijar una estética total, con títulos como Viva o El acompañante. No
obstante, el alcance universal al que maduraron las propuestas comercialistas
de México y Argentina, ya no es posible para Cuba; se trata de una tradición
marcada por la tragedia a la que optó, dirigiéndose directa a la decadencia de
una mirada interior, que en su perpetuidad desconoce al mundo. Gracias a Dios,
nos queda la huella en la tradición ajena, que alguna vez nos miró con gracia;
y junto al mexicanismo de Titán y Cantinflas poseemos el cubanismo de Ninón
Sevilla, María de los Ángeles Santana y Rosita Fornés.
Bonus: Uno de los
motivos más eficaces de The Muppet Show,
es la coletilla de los viejitos del palco; esa que usted puede encontrar en el
minuto 42 de Hotel tropical (Titán en la Habana), también conocida por la banalidad de Me
gustan todas. La situación es recurrente en su comicidad, y lo extraño no es que ocurra
sino que no sea más común; es llamativo también en su recurrencia distinta, que
no haya nada ni remotamente así de grande y efectivo en el cine cubano
revolucionario. Hoy esa Cuba moralista importa hasta una figura vulgar y propia
como la mulata de rumbo, con esa Rihanna que va a retratarse entre sus ruinas; la
anterior, en cambio, dio al esplendor de México la rumbera, que es quizás su
institución más exuberante.
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