¡Macho es mucho más que macho!
Nadie
con sentido común va a hacerse fanático del cine de humor contemporáneo mexicano,
al menos como principio; basta un título como Hazlo como hombre para explicar
los por qué, con sus clichés y niveles mínimos de decencia dramática. No
obstante, toda generalidad reluce justamente por su esplendorosa excepción; y
esta no tiene por qué ser distinta, con un título como Macho, que ya se impone en su aparente banalidad.
La
historia de Macho es un sinsentido, que navega con mucho pulso a través de sus
innúmeras contradicciones; a las que no le interesa dar solución nunca,
culminando en una apoteosis de aparente superficialidad. Sólo que como el drama
mismo que relata, aquí nada es lo que aparenta, ni mucho menos superficial; en
resumen (spoiler) cuenta la historia de un diseñador de modas, que es straigh
de closet y resulta expuesto en su doblez. Situación tan complicada la enfrenta
a través del humor, que le dosifica el dramatismo; y lo hace como una
comedia de situaciones, con una mezcla genial de verbo y gestualidad.
Crítica del cine cubano actual |
Por
supuesto, es en esa gestualidad que se recrean los clichés acerca de la cultura
gay, con su exagerado amaneramiento; pero de modo más insidioso que ingenuo, en
un ataque ni tan sesgado a esa cultura como el retorcido proceso de
normalización que es. Debe ser por eso que el filme es tan atacado por la
mismísima comunidad LGBT, a la que supuestamente representa; dando lugar a un
bucle, en el que expone toda la retorcedura existencial de las manipulaciones
políticas en que deviene el mercado.
El
bucle nace en el rechazo feroz con que esa cultura gay reacciona —dentro y
fuera del filme— ante la indefinición del protagonista; que así deviene en héroe,
que debe enfrentar no ya sus propios fantasmas sino los que le esgrime la
sociedad sobre la que supuestamente reina. Sobre todo, llama la atención que se
concentre en el mundo de la moda, con todo lo que tiene de imperial y abusivo;
en el que nadie se da cuenta de que se trata de un mercado femenino condicionado
por los hombres, como en todo.
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Peor
aún, expone la doble retorcedura de estos hombres manipulando a esas mujeres en
su lugar más sensible; que es el de la apariencia, como un espacio al que han
sido reducidas por la rigidez y crueldad del patriarcado. Lo hace además con
esa estética estrambótica y vulgar con que han capitalizado también la
homosexualidad como cultura; que no es flexible sino rígida, como convención
que también es al fin y al cabo, porque al final todo sigue siendo
convencional. El filme es atrevido, llegando a la personificación de una figura
icónica como Karl Lagerfed; y aunque es obvio que Donatella Versace no habría
funcionado igual, no deja de probar el insidioso punto del que se trata.
La
apoteosis del final es doblemente eficaz en su aparente superficialidad, por el
atrevimiento de su propuesta; apelando por una apertura total a la verdadera
singularidad individual, en vez de una simple ampliación del cliché. Las
actuaciones son en general decentes pero no extraordinarias, igual que el resto de
los recursos técnicos; es el guion —y la dirección— lo que se lleva las palmas,
al dar orden y sentido a todo eso, aunque sea sin parlamentos espectaculares.
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