Miami Literaria (Lecciones de la cultura cubana)
En el año 2009 se preparaba, como
era ya habitual, otra edición de la Feria Internacional del Libro de Miami;
coincidía con la publicación del libro de cuentos Después de la gaviota, del
cubano José Lorenzo Fuentes, por un sello emergente de la ciudad. La Feria del
Libro de Guadalajara había celebrado con bombos y platillos el aniversario de
la novela Aura, del mexicano Carlos Fuentes; era también el cuarenta
aniversario de Después de la gaviota, aunque esta edición conmemorativa fuera
desastrosa.
No había que ser muy informado
para ver el paralelismo en la situación, y también la diferencia; en un caso se
trataba de una plaza fuerte del mercado literario internacional, y en el otro
de una plaza cuya precariedad incluso local clama al cielo. De hecho, todo el
mundo sabe que la FIL Miami es el evento más importante de su tipo en el país;
pero también que es un fenómeno desproporcionado, que sólo se explica por su
sentido político y las maniobras de su patrocinador.
No obstante, la situación era
propicia para impulsar una proyección de más alcance para el mercado literario
local; si se podía capitalizar una figura literaria del peso de José Lorenzo
Fuentes, en paralelo con la del mexicano. No obstante, no era casual que el
cubano se asentara en Miami —una plaza por establecer— y no en México; no le
faltaba ambición sino visión, que es el defecto que siempre ha atentado contra
este desarrollo de la literatura a nivel local.
Tiene sentido, después de todo era
el siglo XXI, no mediados del XX, y la literatura pasaba del apogeo a la
decadencia; eso es dialéctico, todo fenómeno sufre esos desarrollos, y en el
caso de Miami era o es peor, porque padece la frustración política cubana. Se
trata de esa contradicción por la que la cultura cubana quedó trabada en su
institucionalidad, sin la vitalidad infusa por el mercado; haciendo que sus
escritores traten desesperadamente de reproducir sus estructuras en la
precariedad del exilio, antes que celebrar su liberación.
Aquel esfuerzo por un desarrollo
del mercado local del libro se frustraría en rencillas personales, que aún
explican la falencia local; desde los otros escritores, que en su mezquindad
resintieron el verse desplazados por aquella inusitada promoción de la figura
de Fuentes; y hasta el mismo Fuentes, que lo tomaría como una deferencia
personal —que tampoco agradecería—, en vez de como un fuerzo que lo hacía más
trascendente que eso. Eso sigue teniendo sentido, aunque ahora explica ese otro
patetismo de la cultura local en sus pretensiones; que no se da cuenta de que
es el fuerte componente político de sus fenómenos lo que le impide el desarrollo.
No se trata ya de la literatura
como literatura, sino como fenómeno cultural, que refleja la incapacidad de la
ciudad para trascenderse; y con ello, de todo otro fenómeno cultural que ancle
en ella sus posibilidades porque asume en ello también su naturaleza fatal. El
mercado es siempre mercado, y también siempre se comporta igual, trátese del
mercado literario o el político; la diferencia es del objeto, en su interacción
con los otros como proyecciones formales de la realidad, de los que la política
es el más vulgar de todos.
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Como prueba está ese pecado
original, que corrompe toda proyección de la cultura cubana como naturaleza en
su bastedad; reproduciendo en su exilio la misma cortedad de intereses
mezquinos que impide a sus individuos el desarrollo. Lo paradójico es el llanto
de los escritores locales, que se quejan de que la ciudad es el pantano donde
perecen; sin ver que la ciudad sólo existe en sus ciudadanos, que son los que
le modelan el espíritu con el suyo propio, sea este mezquino o bondadoso en su
inteligencia.
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