Monday, June 25, 2018

Miami Literaria (Lecciones de la cultura cubana)


En el año 2009 se preparaba, como era ya habitual, otra edición de la Feria Internacional del Libro de Miami; coincidía con la publicación del libro de cuentos Después de la gaviota, del cubano José Lorenzo Fuentes, por un sello emergente de la ciudad. La Feria del Libro de Guadalajara había celebrado con bombos y platillos el aniversario de la novela Aura, del mexicano Carlos Fuentes; era también el cuarenta aniversario de Después de la gaviota, aunque esta edición conmemorativa fuera desastrosa.

No había que ser muy informado para ver el paralelismo en la situación, y también la diferencia; en un caso se trataba de una plaza fuerte del mercado literario internacional, y en el otro de una plaza cuya precariedad incluso local clama al cielo. De hecho, todo el mundo sabe que la FIL Miami es el evento más importante de su tipo en el país; pero también que es un fenómeno desproporcionado, que sólo se explica por su sentido político y las maniobras de su patrocinador.

No obstante, la situación era propicia para impulsar una proyección de más alcance para el mercado literario local; si se podía capitalizar una figura literaria del peso de José Lorenzo Fuentes, en paralelo con la del mexicano. No obstante, no era casual que el cubano se asentara en Miami —una plaza por establecer— y no en México; no le faltaba ambición sino visión, que es el defecto que siempre ha atentado contra este desarrollo de la literatura a nivel local.

Tiene sentido, después de todo era el siglo XXI, no mediados del XX, y la literatura pasaba del apogeo a la decadencia; eso es dialéctico, todo fenómeno sufre esos desarrollos, y en el caso de Miami era o es peor, porque padece la frustración política cubana. Se trata de esa contradicción por la que la cultura cubana quedó trabada en su institucionalidad, sin la vitalidad infusa por el mercado; haciendo que sus escritores traten desesperadamente de reproducir sus estructuras en la precariedad del exilio, antes que celebrar su liberación.

Aquel esfuerzo por un desarrollo del mercado local del libro se frustraría en rencillas personales, que aún explican la falencia local; desde los otros escritores, que en su mezquindad resintieron el verse desplazados por aquella inusitada promoción de la figura de Fuentes; y hasta el mismo Fuentes, que lo tomaría como una deferencia personal —que tampoco agradecería—, en vez de como un fuerzo que lo hacía más trascendente que eso. Eso sigue teniendo sentido, aunque ahora explica ese otro patetismo de la cultura local en sus pretensiones; que no se da cuenta de que es el fuerte componente político de sus fenómenos lo que le impide el desarrollo.

No se trata ya de la literatura como literatura, sino como fenómeno cultural, que refleja la incapacidad de la ciudad para trascenderse; y con ello, de todo otro fenómeno cultural que ancle en ella sus posibilidades porque asume en ello también su naturaleza fatal. El mercado es siempre mercado, y también siempre se comporta igual, trátese del mercado literario o el político; la diferencia es del objeto, en su interacción con los otros como proyecciones formales de la realidad, de los que la política es el más vulgar de todos.

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Como prueba está ese pecado original, que corrompe toda proyección de la cultura cubana como naturaleza en su bastedad; reproduciendo en su exilio la misma cortedad de intereses mezquinos que impide a sus individuos el desarrollo. Lo paradójico es el llanto de los escritores locales, que se quejan de que la ciudad es el pantano donde perecen; sin ver que la ciudad sólo existe en sus ciudadanos, que son los que le modelan el espíritu con el suyo propio, sea este mezquino o bondadoso en su inteligencia.

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