Call me by your name, o el nuevo humanismo de Occidente
Este filme es una fantasía, un
trabajo de ficción total, y no porque no sea posible sino por su extrema
excepcionalidad; dada por un marco familiar super elitista, de profesores
universitarios con especialidades complejas y multilingües. Sólo en ese
ambiente tan especial puede ocurrir una historia de amor como esta, que revela
el nuevo humanismo; y que en principio transgrediría muchos bordes morales, no
sólo el de la sexualidad sino también el de la diferencia de edades.
No sólo es una historia de amor
homosexual, sino entre joven de diecisiete años y u hombre de veinticuatro; que
además, es alumno del padre del adolescente, huésped suyo en un programa de
verano. Ese estudiante de doctorado de veinticuatro años es Harmie Hammer, que
luce los reales 30 años que tiene;
y su contraparte es Timothée Chalamet, que con veintiuno puede dar ese aire de
adolescente, aunque sea por el contraste con Hammer.
El personaje de Chalamet es por
demás excepcional como todo lo que le rodea y así determina, dejando nuevamente
claro que se trata de un aristós; pero no en ese sentido vulgar de la lucha de
clases, sino en el de esa excepcionalidad por la que discurren los desarrollos
dialécticos. Para colmo, el ambiente familiar es más que idílico, arcádico,
dejando claro el nivel económico de la familia y por ende sus posibilidades existenciales;
el drama se sitúa en un antiguo pueblo del norte de Italia, donde algunos
vecinos todavía veneran al Mussolini.
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El sentido de ambiente tan
especial puede ser —consciente o no— el de abstraer el drama de las
dificultades normales; de modo que el guionista puede desarrollar esta historia
tan singular, que parece un poco inspirada en la de los héroes griegos… sin lo
trágico. El camino consiste en esa atracción fatal del más joven, que es inusitadamente
correspondida por el mayor; pero que no es la variante gay de Lolita, sino el
enfrentamiento de dos personalidades igualadas por la atracción mutua.
El drama es controversial, sobre
todo por esa diferencia de edades, que en apariencia es abismal y añade
complejidad; pero también por el aspecto legal, por el que probablemente la
acción se situó en Italia, con su edad de consentimiento en los catorce años.
Eso, que puede haber resuelto el problema de dónde situarlo para que sea legal,
no hace que sea menos confrontacional; sobre todo en un Occidente en el que las
relaciones homosexuales no están completamente normalizadas, y en el que además
sobresale el puritanismo norteamericano.
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Las conclusiones a tanta
singularidad corren por cuenta del padre del muchacho, que revela su autoridad
en la guía del hijo por esos laberintos del amor; y en los que la madre es como
una diosa, sabia y silenciosa en esa misma guía, que es así la formación del
héroe, que es todavía héroe aunque no trágico sino dramático. De un modo
asombroso, nada sobra ni falta en esta historia, que discurre por las zozobras
y el egoísmo de la juventud; y que para ello toma de todas las historias de
amor juvenil que en el mundo han sido, desde las más arquetípicas a las
menores.
Al final, cuando el amor se solidifica
en el recuerdo agridulce, al más joven se le recuerda esta excepcionalidad
suya; por parte del amante, que ya lejos le describe la suerte que ha tenido, y
que resulta como una nueva era que arriba. Antes, cuando el padre le da al
muchacho las conclusiones, sienta las bases éticas de este nuevo humanismo; que
reconoce incluso la facultad cognoscitiva del sentimiento y la experiencia
dolorosa, a la que habría que preservar como la mejor parte de todo entuerto.
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