El extraño caso de Billy Elliot
Billy Eliot no pasa de ser un
magnífico cliché, estupendamente realizado en su pretensión de biopic; lo que
no es importante, porque en definitiva es una ficción absoluta, con una
dramaturgia perfecta. Lo que le hace interesante es su devenir como ficción,
que corre el camino inverso a la forma tradicional; en que una novela inspira
un filme y quizás una obra de teatro, todo con más o menos suerte. En este
caso, la ficción surge como un guión original de cine, por cuyo éxito es que se
realiza una obra de teatro musical; después aún del éxito de esa obra, es que
se plantea la realización de una novela, como un éxito casi seguro.
El caso de Billy Elliot es
extraño porque descubre la naturaleza económica y empresarial del arte, a lo
largo de todas sus formas; que es valioso y legítimo, porque va a contra pelo
de la exaltación espiritual con que se ha distorsionado al arte. La contradicción
proviene de los mismos artistas, que como clase se niegan a la propia evolución
de la cultura; en el sentido de que asumen al arte como una función inamovible,
que además se asume como dada en eses sentido espiritual en su subjetividad. La
respectiva justificación y negación de esto llena tomos y salones de congresos
interminables, nadie hurga en la razón; que ha de ser económica y política,
puesto que se trata de arte, que es un fenómeno cultural, y la cultura es una estructura
político económica.
Es de esta naturaleza política
económica de la cultura que se desprende una razón de ese tipo en la
contradicción alrededor del arte; que envuelve además a los curadores, como
clase que se ha subordinado el trabajo de los artistas. Eso es además
congruente con el desarrollo del capitalismo, que ha pasado de industrial a
corporativo; determinando las relaciones políticas y económicas en el
autoritarismo de una burocracia administrativa, relativa en arte al trabajo de
curaduría; que así generaría una clase parasitaria, que consigue subordinarse
la producción de arte, con la administración de los recursos artísticos. Estos
recursos serían los dividendos, que típicos del capitalismo corporativo no son necesariamente
materiales; sino que consistirían mayormente en intangibles, como el prestigio
personal y la sensación de éxito.
Eso sería lo que explique
propuestas estrambóticas en su extremo subjetivismo, como la serie del Dedo de
Wei Wei; que se extiende en aberraciones como la del arte como producto final sería siempre
legítimo, independiente de la estructura que lo produzca; pero siempre que
responda a los valores formales que le son propios, así como a su propio
sentido transaccional. Eso sería lo que se cumpla en un filme como Billy
Elliot, una ficción que recorre los diversos. Eso sería lo que se cumpla en un
filme como Billy Elliot, una ficción que recorre los diversos géneros por
decisión empresarial; que sin embargo no contradice sus propios valores formales
en tanto producto, en las formas más convencionales del cine.
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