Nuevamente, Condenados de Condado
Lo peor que se puede hacer con la literatura es reducirla a un valor
testimonial, que no posee siquiera por su naturaleza reflexiva; ya que en la
individualidad de la experiencia de que depende, pierde todo vínculo directo
con la realidad a testimoniar. No obstante, es sin dudas un acercamiento a
ella, cuyo valor en tanto reflexivo es también cognitivo; sólo que no hay que
confundir el conocimiento —que siempre es concreto— con un discurso, que es
ideológico y en ello genérico. Condenados
de Condado tiene esa ambigüedad sin embargo de la literatura apologética,
que adelanta un discurso; pero —y he ahí la maravilla— lo hace sin desbordarse
de su propio sentido estético.
En eso reside el valor de ese libro, elogiado con razón por grandes, que
vieron en este el trazo de una estética singular; no importa si esa
singularidad se perdiera después, en los otros devaneos de su autor, que no es
el primer autor que diluye su grandeza. Ese no es el tema aquí, sino el valor
propio de Condenados de Condado, que
puede perderse como su propio autor; porque por la sensibilidad del objeto
concreto que toca, está destinado a esconderse en el estigma moral de su
ideología. De evitar eso es de lo que se trata aquí, porque ese libro es un
fenómeno valioso en su singularidad; como todo lo que lo acompañó en su tiempo,
que era trágico y sangriento, esplendorosa y cruelmente épico.
El dilema es moral, y proviene de la ausencia de un experimento del mismo
tipo en la contraparte; porque no hay que dudarlo nunca, Condenados de Condado es un libro apologético de la revolución
cubana. De hecho, el trazo estético consiste en que equivale al fenómeno de la
literatura de la revolución mexicana; reinando como un único ejemplar, de un esfuerzo
multitudinario que se frustró en la mediocridad. Eso se debe a que, como el
mismo autor afirma en su edición por Biblioteca Breve (2000) él encontró el
tono; a diferencia de todos los otros esfuerzos en este sentido, que se
diluyeron en el discurso; y de él mismo, que en su evolución posterior sucumbió
al vedetismo de la anécdota fácil y cínica. En ese sentido, el libro exige
cierto distanciamiento, puesto que los tiempos no son los mismos; ya la
revolución cubana no es una épica sino un sin sentido, y disipó su gloria en la
crueldad de sus modos.
Kndle |
Eso ha permitido comprender a la otra parte, que emerge lastimada por la
difamación y recupera su dignidad; pero a esa otra parte, precisamente por su
extrema carnalidad, le falta ese fenómeno estético que le arme su propia épica.
Que quede claro, el fenómeno en sí es histórico y por ello es pasado; es en esa pérdida
de actualidad que la parte ultrajada no puede oponer una reflexividad estética,
una épica propia a esa epopeya oficial. Se pueden alegar los casos, pero todos
serán discursivos y no reflexivos, que es en lo que no son épicos sino panfletarios;
porque ya esta contradicción a perpetuidad es moral y en ello política, de
ningún modo estética.
Igual
eso no debería ser grave, porque la epopeya es compartida, como siempre ha sido
desde aqueos y troyanos; las víctimas están incluidas junto a los victimarios,
y de hecho se confunden entre sí, por la complejidad del panorama, que lo hace
profundo y dramático. Esos
son los peligros que pueden perder la cualidad estética de este libro,
agrandados por el ego de su autor; porque a la dificultad extrema de un mercado
saturadísimo, se une la desagradable referencia de su autor. No obstante, como
para monjes fervorosos —que no para estudiantes— está este libro del pasado;
igual que las otras gemas que parió la confusión de su tiempo, cuyos autores
como este degeneraron en la trampa de sus respectivas circunstancias.
Ver |
Como en un consejo de vecinos —que no un concilio eclesiástico— todos ahora
se vituperan y lanzan invectivas rebuscadas y neobarrocas; se lanzan la culpa
unos a otros, en un inusitado partido de football —el de rugby— y se celebran
el espíritu deportivo. El público desinteresado sabe que las escuelas han
sobrepoblado los equipos con sus becas, ya nadie es un titán como los de aquellos
tiempos; tampoco es que tenga que haberlos, son otros tiempos y no aquellos, aunque
igual compitan como si los jueces no supieran lo de los esteroides.
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