El llamado
compromiso de Atlanta es un discurso de Booker T. Washington, en la Exposición
Internacional y de los Estados del Algodón; que se celebró en Atlanta en 1895,
y a la que fue invitado por los organizadores de evento, en un movimiento atrevido
que aprovecharía en busca de recursos y financiamiento. El discurso fue objeto
de controversia para W.E. Dubois, que lo enfrentó como un programa ideológico
contrario al suyo propio; no obstante, aunque obedecía a un proyecto de
educación a largo plazo, no era un programa político sino el discurso del
presidente de una universidad, ante posibles donantes y recursos.
Los mismos
organizadores de la exposición habrían tratado de atraer recursos y
financiamientos del norte con esta invitación; que ofreciendo el futuro del
recién inaugurado mundo negro como espacio de inversión, prometía grandes
ganancias para todos. De ahí la abierta negociación, en que Booker T.
Washington ofrece dejar de lado los enfrentamientos sociales y políticos; pero
no pasivamente, sino a cambio de la posibilidad de un desarrollo sostenido, que
ofreciera a ese pueblo negro la resiliencia del judío a lo largo del medioevo
europeo.
El mismo Du
Bois, cuando le dedica un capítulo en Las almas del pueblo negro,
reconoce la originalidad de Washington; al que trata como líder no de una raza
sino de dos, aludiendo a esta capacidad para conciliar los intereses de las partes
enfrentadas. También reconoce el hecho de que es esta capacidad la que otorgó
el ascendiente político a Washington, por sus resultados prácticos; la
insistencia de Du Bois en darle carácter ideológico después de esto, sólo
ilustraría su propia apelación a una supremacía moral.
Como ejemplo, la
insistencia en que Washington virtualmente aceptaba la supuesta inferioridad de
los negros; después de haber reconocido que era sólo una cuestión de prioridades,
en que lo que se buscaba era la suficiencia misma de la raza como clase. Du
Bois alega que a un pueblo que
entrega el respeto, o deja de esforzarse por ello, no vale la pena civilizarlo;
acto seguido enumera las consecuencias de la política de apaciguamiento, aunque
aclara de inmediato que la culpa no es directamente de Washington, sino de sus
actos.
Menos
pragmático, la aspiración de Du Bois está anclada en el concepto tradicional de
heroísmo occidental; y era incapaz en ello de transar en negociaciones
políticas, que ofrecieran otra cosa que la reivindicación inmediata de la raza
negra. Fácil de criticar hoy día, habría que tener en cuenta sin embargo su
propio contexto social y político, sus propias referencias existenciales; que
claramente desconocían toda forma de pragmatismo político, como lo desconoció
el humanismo triunfante desde Europa que lo alimentaba.
Todavía hoy, la
contradicción política está determinada por ese paradigma, ya en decadencia
pero de valor aún existencial; como se observa en el alineamiento que todavía
define estas contradicciones, en el rechazo de los valores típicos
norteamericanos. Más concretamente que la fácil identificación con una
militancia marxista o comunistas, lo mostraría la más sutil justificación en el
humanismo occidental que comparten Angela Davis y W.E. Dubois; que les hace
ignorar los horrores de la discurso político que profesan, condenándolos en el
que enfrentan, en la muestra más flagrante de inconsistencia.
Booker T.
Washington estaba hecho de otra fibra, no había nacido de padres libres, ni
gozó de una educación liberal en Europa; así, manteniendo el mismo horizonte,
conocía la inmediatez de las dificultades de la naturaleza humana, más que la
belleza de su abstracción. De ahí se entiende la alineación última de Du Bois
con el comunismo, más política que ideológica, contrario a su identidad
socialista; porque lo que él rechaza, que es la esencia de Washington, es la
vulgaridad de ese pragmatismo, que define al país más que sus horrores.
Sólo que sería este
pragmatismo el que ofreciera un asidero a la raza negra en los Estados Unidos,
para que se consolidara como clase; esa fue la resiliencia del pueblo judío
desperdigado en Europa, que terminó imponiendo sus condiciones al mundo. Esa
contradicción no es gratuita, sólo ahora el capital en juego es intelectual, y
esto como vicio del elitismo moderno; pero en la época crucial a que acude hoy
ese reivindicacionismo intelectual para justificarse, el capital era económico.
Eso es apenas natural, lo que se conoce como capitalismo moderno es otra
falacia intelectualista; que teniendo sentido en los postulados de Saint Simon
y hasta de Marx, esconde el sólido autoritarismo feudal de la burguesía como
nueva aristocracia.
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