Monday, March 28, 2022

kontoria kuako! ¡kunankuako! ¡kumanguako!

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El ámbito existencial de Georgina Herrera excede lo histórico, en proyectos que hablan de la relación con sus hijos; profunda hasta lo visceral, en la que figura la edición artesanal de Gritos (Miami), también la organización —frustrada con su muerte— de un poemario dedicado al amante. Tan importantes como estos, destacan los problemas familiares, que describen la relación con el hijo y el padre de este; que permiten rescatar la personalidad de esta poeta, de modo más rico y complejo que la caricatura de activismo seudo político a que se le reduce.

Eso es importante, no sólo por su personalidad, sino porque también permite una comprensión de su poética; como un trabajo de alcance universal, que rebasa —hasta en su centralidad negroide— lo negro, como una cosmología. En ese sentido, su poética responde a las contradicciones de su tiempo, pero desde el extremo de su singularidad personal; que sorteando las dificultades de su entorno, la establece como una personalidad descollante.

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Ahí cobra importancia la recurrencia de la rebeldía, como tópico existencial y no abstracto, de raíces históricas; que no responden al discurso de supremacía moral propio de ese entorno, sino centrado figuras concretas que determinan su imaginario, y este alcance de su reflexión existencial. Estas figuras son tres, una de ellas escondida como referente cosmogónico, en el arquetipo religioso de Yemallá; del que ella se reconoce como avatar, no sólo como ideolema sino por prácticas concretas, de ascendencia familiar.

Las otras dos son propiamente históricas, en las figuras de Doña Ana de Souza y Fermina Kucumí; la primera, una jefe tribal angolana —nunca prisionera—, que trataba de igual a igual con los portugueses; la segunda, una cimarrona de la zona de Matanzas —de donde provenía ella misma—, especialmente fiera enfrentando a las autoridades. Más allá de posiciones políticas, el problema de la libertad es controvertido en el caso cubano, por su singular modelo político; eso es lo que hace tan relevante esta otra dimensión de la experiencia existencial de Herrera, y las connotaciones hermenéuticas de su poética.

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Georgina Herrera va a vivir más allá de esta circunstancia, en cierta forma de pragmatismo cínico; resumible en un verso de Nicolás Guillén —apropiada como licencia— para desplegar sus propios recursos. La frase es “que se avergüence el amo”, reflotada por Alberto Abreu en el contexto de los problemas de Roberto Zurbano en el 2016; pero si su sentido original aludía a la exoneración moral de la condición humana de esclavitud, en ella adquiría este otro sentido de sobrevivencia de sus circunstancias.

A saber, como escritora cubana, Georgina Herrera queda enmarcada por la llamada generación del cincuenta; pero ella se realiza y hasta se reconoce como parte de llamada novísima, posterior y con características propias. Eso le otorga una circunstancia difícil, marcada por su propio desinterés académico pero excelencia profesional, como poeta y dramaturga para radio; que pasando a retiro en la segunda mitad de los noventa, corre el peligro de la irrelevancia personal.

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Es ahí donde Herrera renueva su propio interés como escritora, con el énfasis tópico de su poesía en lo africano; que encuentra un nicho de mercado —pequeño pero significativo para la precariedad de los cubanos—, en las universidades norteamericanas. Todo eso viene acompañado de innúmeros impuestos sociales y políticos, como el de la imagen de activista; muchos de los cuales pueden haber sido concesiones entusiastas y voluntarios, dada su propia situación como mujer que encuentra un nuevo espacio de expresión.

La premisa de que se avergüence el amo deviene en motivo de la liberación, que le permite esta expansión; en la que puede recuperar la que probablemente sea su relación más controvertida, íntima y vital, con el hijo exiliado. El amo es todo lo que se interponga entre ella y su propia plenitud existencial, que lo incluye; como lo podría probar la extensa correspondencia privada, en que repasan todos los problemas familiares que los envuelven.

En esto, el estoicismo de Georgina recuerda el gesto que atribuye a Fermina Lucumí en “Penúltimo sueño de Mariana”; una transliteración de personalidades, posibilitada por el referente cosmogónico, cuando la tríada protagónica es centrada por la maternidad de Yemallá. Debe recordarse que ella es Yemallá no sólo en su poética, sino por su propia determinación cosmogónica como avatar; pudiendo así contestar con lo que parece una maldición, pero es sólo el insulto con que responde a su crimen de lesa existencialidad. 


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