kontoria kuako! ¡kunankuako! ¡kumanguako!
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Eso es importante, no sólo por su
personalidad, sino porque también permite una comprensión de su poética; como
un trabajo de alcance universal, que rebasa —hasta en su centralidad negroide—
lo negro, como una cosmología. En ese sentido, su poética responde a las
contradicciones de su tiempo, pero desde el extremo de su singularidad
personal; que sorteando las dificultades de su entorno, la establece como una personalidad
descollante.
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Las otras dos son propiamente históricas,
en las figuras de Doña Ana de Souza y Fermina Kucumí; la primera, una jefe
tribal angolana —nunca prisionera—, que trataba de igual a igual con los
portugueses; la segunda, una cimarrona de la zona de Matanzas —de donde
provenía ella misma—, especialmente fiera enfrentando a las autoridades. Más
allá de posiciones políticas, el problema de la libertad es controvertido en el
caso cubano, por su singular modelo político; eso es lo que hace tan relevante
esta otra dimensión de la experiencia existencial de Herrera, y las
connotaciones hermenéuticas de su poética.
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A saber, como escritora cubana, Georgina
Herrera queda enmarcada por la llamada generación del cincuenta; pero ella se
realiza y hasta se reconoce como parte de llamada novísima, posterior y con características
propias. Eso le otorga una circunstancia difícil, marcada por su propio desinterés
académico pero excelencia profesional, como poeta y dramaturga para radio; que
pasando a retiro en la segunda mitad de los noventa, corre el peligro de la
irrelevancia personal.
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La premisa de que se avergüence el amo
deviene en motivo de la liberación, que le permite esta expansión; en la que
puede recuperar la que probablemente sea su relación más controvertida, íntima
y vital, con el hijo exiliado. El amo es todo lo que se interponga entre ella y
su propia plenitud existencial, que lo incluye; como lo podría probar la
extensa correspondencia privada, en que repasan todos los problemas familiares
que los envuelven.
En esto, el estoicismo de Georgina recuerda el gesto que atribuye a Fermina Lucumí en “Penúltimo sueño de Mariana”; una transliteración de personalidades, posibilitada por el referente cosmogónico, cuando la tríada protagónica es centrada por la maternidad de Yemallá. Debe recordarse que ella es Yemallá no sólo en su poética, sino por su propia determinación cosmogónica como avatar; pudiendo así contestar con lo que parece una maldición, pero es sólo el insulto con que responde a su crimen de lesa existencialidad.
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