La relación de Roberto Zurbano con
Georgina Herrera es emblemática de la institucionalidad cultural cubana, a la
que refleja; también del precario equilibrio de los negros en esta, como el
segmento poblacional más expuesto a sus contradicciones. En ningún caso se
trata de un saldo positivo, sino violento, por la manipulación sistemática en
que se determina; que s grave como relación entre la abstracción de las
instituciones y la realidad individual, pero es además escandalosa e insufrible
tratándose de negros contra otros negros.
Es así como un momento glorioso, en el
reconocimiento institucional a la grandeza de Georgina Herrera, se ve
disminuido; con su presentación a cargo de la vulgaridad y falta de nobleza de
Roberto Zurbano, que en —en sacrilegio a esa precaria humanidad que él conoce
de los negros cubanos— se presta a la manipulación; pretendiendo negar a esa
gloria que fue la escritora, la otra mayor de su maternidad, con la
manipulación. Esposa de Manuel Granados fue también la madre de su hijo, que en
el exilio la expone a esta contradicción; algo natural a la historia de
violencia sobre la familia del gobierno cubano, que en su vulgaridad trata de
resolverlo con la negación total.
El problema de Cuba es con la realidad,
porque esta es más compleja que la simpleza de sus pretensiones políticas; así
esta realidad, en la persona de Georgina Herrera, tiene un vínculo indisoluble
con la contradicción política del país. De ahí esa manipulación siniestra, con
que trataron de fabricar una falsa filiación de madre/hijo con Zurbano, como el
negrito brillante; que como todos los negros condicionados por el elitismo
institucional, se aprestara a hacer lo que pidiera el amo blanco, que no otra
cosa es la dirección cultural del país. Los resultados son conocidos, en el
aquelarre seudo simbolista en que se despidiera a la escritora con su muerte;
pero que encima de ese escándalo, sea Zurbano el encargado de presentar el
documental en que se la homenajea en su estreno, es añadir sal e insulto a la
ya ofensiva herida.
De nada de esto hubo necesidad, como no
pueden saberlo, condenados al patetismo de simular la trascendencia; y tan malo
como esto, es que eso se lo inflijan negros a los negros, con esa perversión
mayor de la gratuidad. Ese es el problema con Zurbano, pero como mero reflejo
que representa el panorama total de esa negritud; tan lastimosa que ni se puede
gozar de dignidad, una virtud que no puede ser concedida, porque emana de la
propia personalidad. Ahí está el secreto del azoro con que rechazan a otros
negros, por sus acercamientos peligrosos a la realidad; que va a desbordar
siempre el molde estrecho de su manipulación —siempre la manipulación— por el
estado cubano.
Pero aunque ellos vivan amedrentados en la
dotación, fuera de Cuba los negros se lidiamos de otra forma con la impotencia;
y podemos gritar las cosas con todas sus letras, recordándoles a ellos la
cobardía con que se prestan a esos juegos. Puede parecer que no pesa, pero por
sordo que sea el grito permanece ahí, y alguien habrá que lo vea; alguien que
va a recordar que la primera versión de ese adefesio que es Cimarroneando se
llamó Gritos; y que fue un precioso libro artesanal, editado por el hijo de
Georgina y Manuel, con el peso real del acercamiento entre madre e hijo.
Zurbano y todo lo que lo sostiene, hasta
con el silencio culpable, debería abstenerse de esa arrogancia sin sentido;
porque va a llegar al día en que su desvergüenza va a relucir, por sobre ese
silencio de los que ahora le rodean. Igual no importa más allá de la prudencia
personal, porque ya los negros cubanos han echado sobre sí esta desvergüenza
colectiva; sobre todo aquellos que se preciaron del afecto de Georgina Herrera
y Manolo Granados, el improbable matrimonio que prueba que la realidad es más
densa y hermosa que esa impiedad de los negros cubanos.
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