Saturday, March 5, 2022

¿Razones de Moscú?

La invasión a Ucrania ha revivido argumentos políticos, tratando de entender las razones de la agresión de Moscú; y en este sentido se citan  violaciones al tratado de Minsk, sobre la militarización de Ucrania y la expansión de la OTAN hacia el Este. Sin embargo, ya el tratado de Minsk habría sido sólo un apaciguamiento de la frustración de Moscú, desde la caída de la Unión Soviética; que por otra parte, tampoco se comporta con la consistencia corporativa de un gobierno federado, sino como una dictadura personal.

En realidad, la guerra en Ucrania sería sólo una representación del enfrentamiento entre Rusia y Occidente; que comenzó con la caída de la Unión Soviética y la formación de la Unión Europea, sobre la base de la anterior Comunidad Económica Europea; en tanto esta, junto a la OTAN, eran el balance al Pacto de Varsovia, como comunidad económica y militar de la alianza del Este. Sin embargo, esa sería también la primera falacia política, sobre la que se construye la política defensiva del sistema ruso; ya que ni la OTAN ni la UE estaban en función de otra cosa que de la administración misma de Occidente, dado como un bloque en sí; que resultado de la II WW tiene que conformarse al tiempo de su recuperación, condicionada por la ayuda y la iniciativa estadounidense.

Ese esquema también obvia la realidad del área socialista, como concesión incluso planificada de Occidente; que en la coyuntura de la  Guerra Mundial, aprovecha el giro de la ofensiva de Stalingrado, pero sólo para encargarle el frente oriental, no para ganar la guerra. La prueba de esto último fue el retraso intencional de todas las tropas occidentales, para dar tiempo a las tropas soviéticas a que entraran en Berlín; dando cumplimiento a los acuerdos de Yalta, pero desde las proyecciones de Occidente con la industrialización de la economía rusa, con la entrada del siglo XX.

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En esa misma realidad, y pese a las apariencias, la diferencia entre uno y otro lado no era el carácter dictatorial de la URSS; sino el liberal de la dictadura occidental, dada en el gobierno de las grandes corporaciones económicas; respecto al de la soviética como oriental, que identificaba en la solidaridad de los pueblos el ansia imperial de su propia tradición. Eso entonces es consistente con sus respectivas tradiciones políticas, igual de autoritarias, pero respectivamente autocrática y liberal; con momentos de solapamiento perverso, como cuando Francia se encandila con el absolutismo imperial chino (Luis XIV), conduciéndola al exceso que la quiebra. Recuérdese aquí que la crisis económica, que desemboca en la revolución francesa es producto de una manipulación; en la publicación por el ministro de economía de Luis XVI de los gastos de la corte, obviando las partidas de la corona hacia la revolución norteamericana, que eran las que drenaban la economía[1].

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El espíritu imperial ruso —transmutado en la solidaridad proletaria— es lo que se frustra con la caída del bloque soviético; y es lo que no comprende la fascinación prooccidental del gobierno liberal de Gorbachov, conduciéndolo a la crisis del golpe de estado de 1991. De esta coyuntura emergería la figura de Boris Yeltsin, pero como contrapeso coyuntural y no como visión política con proyección de estado, de ahí su debilidad; y en esa precariedad es que se propicia la aparición y desarrollo de la personalidad de Putin, como el desastre de la IWW produjo la de Adolfo Hitler. Figuras hitlerianas no han faltado, pero ninguna había encontrado una coyuntura mundial como del 2022; ni siquiera el mismo Putin, cuando se anexó la península de Crimea (2014), y consiguió que se le apaciguara con los acuerdos de Minsk.

El fracaso soviético responde a su artificialidad, como conjunto de compulsiones mal organizadas en la ideología comunista; pero posible y hasta necesaria, en los juegos de las oligarquías occidentales, tan sujetas a la decadencia como cualquier otra. Pretender que Europa ha superado el trascendentalismo político de Carlo Magno es desconocer su historia, encarnada en el imperialismo norteamericano; cuya única diferencia respecto a cualquier otro, es la mayor flexibilidad que le confiere el liberalismo económico, para sobreponerse a la inevitable esclerosis corporativa. Eso sería justamente lo que fallara, como obsesión de un gobierno definitiva y abiertamente corporativo, con la imposición de Hillary Clinton en las elecciones del 2016; propiciando el neo hitlerismo de Donald Trump, como reacción natural —y en ello proporcional—, y con ello el debilitamiento de esa capacidad corporativa —dictatorial en tanto autoritaria— del liberalismo norteamericano.

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En ese contexto, la violación de los acuerdos de Minsk es sólo una justificación, que renueva la confrontación; dirigiéndose a la restauración imposible del área de influencia soviética, como cumplimiento a su vez del ansia expansionista del viejo imperio ruso. Como resultado paradójico, esto sólo habría producido la revitalización definitiva de la Unión Europea; que naciera muerta, en las mentes frías del corporativismo económico, y no de la factualidad del forcejeo político que la está trayendo a la vida con el desastre de Ucrania.

Si está guerra produce un fin, va a ser la nueva hegemonía europea, como base hasta para la decadencia norteamericana; en una nueva apoteosis de Occidente, que supone una contracción a su misma génesis como cultura; o en cambio, una devastación tan total, que sólo la alternativa asiática —por su poder tecnológico real— pueda suplir un modelo de gobernabilidad política. En la transición desde la era arcaica a la antigua, fue esta dimensión de desastre la que propiciara el desarrollo del capitalismo; como base para la democracia griega, con la expansión económica de los fenicios, sobre el vacío político provocado por los cataclismos geográficos[2].

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La falacia estaría en no ver la naturaleza dictatorial que también impulsa este desarrollo, al que sólo le confiere mayor flexibilidad en el modelo democrático; pero sin que consiga sobreponerse por completo y nunca a una base oligárquica, dada por el manejo de capital, como condición de naturaleza. No habría por tanto razones de Moscú, ni históricas ni metafísicas, sino pura bestialidad compulsiva de lo humano; sólo racionalizable en la convencionalidad política que pueda proveer en su inteligencia, pero sin ánimos de trascendencia en su pragmatismo.

Ese pragmatismo explicaría incluso la incapacidad de los territorios marginales para jugar en esta liga, siquiera como emergentes; reconociendo al final, que tanto la democracia como la oligarquía son sólo estados superpuestos de la complementariedad misma de la cultura. Ese mismo pragmatismo vería las semejanzas de la dictaduras de Putin y la de Hitler, en su fuerza corporativa; en definitiva, fue por eso que tuvo flexibilidad suficiente para bailar la danza macabra que acabó la IIWW; como puede hacerlo ahora, pero sólo si restaura su dependencia de la maniobrabilidad económica contra su propia tendencia a la esclerosis del corporativismo político.

En definitiva también, es un error creer que fue la maniobrabilidad de Occidente la que acabó con la URSS, y no la esclerosis de su corporativismo; que difería del occidental en que carecía de esta flexibilidad económica —no en que fuera dictatorial—, dividiendo su área de influencia económica en especializaciones; con la misma ineficiencia que repetirá Occidente desde entonces, hasta la crisis de abastecimiento por su dependencia con China. Así también, si la esclerosis soviética no hubiera permitido el proccidentalísimo de Gorbachov, Occidente seguiría jugando al tenso equilibrio de la guerra fría; que de hecho había conseguido una estabilidad sin dudas insostenible, sólo que a costa de esta expansión económica que ha descarrilado al mundo en su corporativismo.


[1] . El ministro de economía de Luis XVI fue el banquero ginebrino Jackes Necker (1732-1804), como uno de los casos más flagrantes de manipulación mediática y populista con fines políticos. Es esta acción suya lo que provoca la marcha de las pescaderas, forzando el desarrollo de la revolución, que se dirigía a una monarquía constitucional, de corte liberal como la inglesa.

[2] . Esto será lo que se conozca como el cataclismo minoico, en la base de la cultura política de Occidente. Cf: Peripatos

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